(del laberinto al treinta)


miércoles, 8 de octubre de 2014

La cordomertà

Para entender a esta extraña ciudad hay que tener en cuenta que en ella se dio la explosiva circunstancia de ser la única capital de provincias española que contó durante años con un ayuntamiento en manos de comunistas y excomunistas y con un obispado dueño del principal banco.

A mediados de la primera década del XXI surgió en Córdoba una revista de crítica ciudadana en la que nos juntamos por azar un grupo de por entonces desconocidos pero después amigos con la sana intención de mostrar nuestro estupor por lo que ocurría en nuestra ciudad y de paso entretenernos y divertirnos. En LA CALLEJA DE LAS FLORES, durante sus siete años de existencia, se agitaron como peces en orilla decenas de temas, que tratamos con humor, pasión y las dosis adecuadas de precisa mala leche. Fue un caso insólito en una ciudad desacostumbrada desde siempre a las polémicas o las críticas que cursaran con el más mínimo fundamento racionalista, en la que las discusiones atendían siempre más a la forma que al fondo de los asuntos. Una ciudad pastueña de un conservadurismo y un levistismo minerales.

Metimos el dedo hondo en llagas como la de la metástasis parcelista, el cableado del casco antiguo, el proyecto de demolición del histórico colegio Rey Heredia, símbolo de la escuela racionalista, o la minuciosa traición a la memoria histórica del gobierno municipal con el silencio acorde de los medios, que no sólo conservó en la calle principal de la ciudad el nombre del coordinador en la ciudad de la Revolución Fascista devenida en genocidio, el de un alcalde falangista en todo un barrio y el de un ministro de Franco en su avenida de entrada, sino que incluso rotuló de nuevas una orilla del río con el de un obispo filonazi que bendijo e impulsó el genocidio franquista. Además de cambiar los nombres centenarios de las calles del casco histórico, patrimonio oral de la ciudad, por el de los avatares del panteón nacionalcatólico y llenar las esquinas de estatuas de curas, aparadores cofrades, apolillados toreros y apulgarados paleocordobeses.

Denunciamos la absurda sumisión de la ciudad a los Señores del Ladrillo, desde el punto de vista de que su gobierno municipal estaba en manos de los representantes del igualitarismo ideológico y de la racionalidad socialista, que tuvo como consecuencia en lo moral la no diferenciación en su disparatado y desregulado crecimiento de otras ciudades en manos de los socialdemócratas filocapitalistas o los neofranquistas y en lo urbanístico en la mayor destrucción consciente de patrimonio arqueológico ocurrido en Europa (y posiblemente en el mundo) en los últimos dos siglos. Un patrimonio que debidamente gestionado –extraído del subsuelo como petróleo y refinado en espacios museízados- hubiera supuesto una fuente inagotable de riqueza cultural y turística en una ciudad minuciosamente desindustrializada que vive precisamente de vender los restos de su pasado.

Nos enfrentamos a la opinión ciudadana mayoritaria inducida desde el poder que concebía –que concibe- la cultura como una disciplina basada en el espectáculo y en el evento celebratorio, ligada al consumo compulsivo de productos prefabricados, elaborada y administrada por una industria cultural dominada por las leyes del mercado, y no como el tejido conjuntivo de una sociedad que aspira a conocer su identidad real y a la satisfacción de sus necesidades espirituales en sus relaciones con el medio y de los ciudadanos entre sí y que ellos mismos han de tejer si no quieren que se lo tejan los de siempre y desde siempre.

También nos enfrentamos, unas veces a toro pasado y otras con él enfrente, a la creación de infraestructuras faraónicas a que los gobiernos estatal, autonómico y municipal se lanzaron en los años gloriosos del Delirio Nuevoriquista. La Expo, el AVE, estación del AVE, el Palacio del Sur, el C4, La Ronda Norte… Fruto todas ellas de lo que llamó Deyan Sudjic La arquitectura del poder, un libro que publicitamos desde aquellas páginas sin descanso. Todo aquello se diseñó fundamentalmente para enriquecimiento de los Señores del Ladrillo, como viagra para el ego de los políticos y sus parásitos y como estupefaciente para el pueblo. Sustrayendo el dinero que costaron a la consolidación y mantenimiento de lo único importante para la ciudadanía: educación, sanidad, pensiones y corrección de las desigualdades. El dinero que no teníamos y que algún día tuvimos que pagar. Que nadie diga que no hubo entonces quien lo advirtió. El que algunos de los palmeros o directamente responsables de aquel delirio irracional anden estos días por los medios justificándose significa que temen que la sociedad les demande o les recuerde por lo que hicieron, ahora que sus nefastas consecuencias ya son palpables.

Denunciamos el desproporcionado peso oficial que en la ciudad había alcanzado el nacionalcatolicismo con la extensión -hasta alcanzar la hiperinflación- de esas máquinas de adoctrinamiento de niños y de ocupación abusiva del espacio urbano público que son las cofradías católicas durante el mandato de gobiernos cuyos partidos abogaban en Madrid o Sevilla por la separación definitiva de la Iglesia y el estado mientras aquí sus concejales se fotografiaban en la prensa local profusamente armados con palos de plata y medallones en las cada vez más ubicuas procesiones o en los bautizos del Quema.

Denunciamos especialmente las maniobras del cabildo catedralicio para desidentificar el símbolo de la ciudad, la Mezquita-Catedral, para desislamizarla, sin saber que además se la estaba apropiado jurídicamente con alevosía y el agravante de sigilosidad. Lo demostramos confeccionando el primer estudio que se hizo en la ciudad de la evolución de los folletos de mano que se entregan a la entrada del monumento y descojonándonos de risa, después de erizarnos de indignación, con la historia de la confección del texto del espectáculo multimierda, esa engañifa catecismal que aplaudieron bobaliconamente los responsables de la Junta y el Ayuntamiento. Nunca ningún medio de comunicación se hizo eco de esa denuncia. Hoy todos los denunciantes del robo tanto jurídico como simbólico usan ese estudio sin citar la fuerte. Y no sólo. Muchos artículos, argumentos e incluso frases literales que aparecieron en La Calleja y que en su momento no fueron dignos ni de la más mínima consideración son hoy usados ampliamente por periodistas y otras fuerzas vivas culturales locales que en su momento –cuando realmente tendrían que haberlo hecho- no dijeron ni mu porque vivían felizmente en el sustancioso líquido amniótico cordobés. Señal de que nos leían en la intimidad… No pasa nada. Bienvenidos en su tardanza. En La Calleja siempre creímos en el conocimiento cimarrón que corre por el campo sin amo ni dueño. Incluso nos alegramos de que ahora el tema esté en manos de gente de orden.

A la vista de tanto desatino nos empleamos en la tarea de encontrar la causa de tánto, tan atronador silencio. Los tópicos de siempre salieron, cómo no, esos tópicos que usamos para explicarnos a los cordobeses y que no son más que bálsamos de epidermis irritada para no tener que hurgar en el dolor que habita debajo: la discreción y el senequismo. Sociología de barra del bar Correo. La discreción no es más que pura cobardía de no crear conflictos, de no querer aclarar la cómoda turbiedad de nuestro líquido amniótico y el senequismo, de garrafón (en feliz expresión de Ángel Ramírez), que el de marca ni se conoce, pura vaciedad mental, mirar al vacío sin ver nada, ni siquiera las musarañas.

No, al final descubrimos que la identidad de esta ciudad, la que explicaba los extraños fenómenos a los que asistíamos, consistía en pura y simple venalidad. Córdoba fue durante una pila de años, justo desde que las primeras ilusiones se fueron al garete, una ciudad perfectamente comprada por una mafia de dinero y favores que cubrió prácticamente a toda la ciudad. Aquí probablemente nunca ocurrirá lo del escándalo de Bankia, primero porque la entidad propietaria actual no lo consentiría, adaptada ya y rápidamente al pútrido lodazal cordobés, y no colaboraría con la ley, pero sobre todo porque en esta ciudad la única ley que se respeta es la de la omertà, la ley de silencio, porque todo el mundo está pringao o salpicao de una manera u otra en la corrupción de aquellos años y cuyas manchas en las ropas no ha habido milagrosantigrasa que las saque del todo. ¿Quién no tiene un familiar a quien Monsignore no hubiera colocado, qué artista no había recibido un ayudita para exponer, qué profesor universitario no publicó con ayudita de la Cajita? Los partidos, incluido el de excomunistas recibió su parte en préstamos que alguien debería contarnos si fueron devueltos. La metástasis clientelar con que infectó el Orondo Cura Banquero a esta ciudad alcanzó hasta los rincones más insospechados.

Pero donde la cosa alcanzó cotas más delirantes fue en el gremio de los plumillas. Los periodistas de esta ciudad tal vez no sientan la necesidad de dirigirse conjuntamente a la ciudadanía y pedirle perdón por haberla tenido perfectamente informada de lo que la mafia quería que se informara y perfectamente desinformada de lo que la mafia no quería que se informara. La desvergüenza de ese gremio llega al punto de haber convertido el principal periódico de la ciudad, el que fuera del Movimiento, en una hagiografía en cómodos fascículos diarios del Capo de aquella mafia. Sin ningún pudor toda la plantilla de aquel periódico colaboró con mayor o menor entusiasmo al incensamiento de los cojones del Voluminoso Personaje que, insertando publicidad de la Caja Nostra, costeaba los zapatos y los colegios de sus niños, el cuatro por cuatro pa ir los domingos a la sierra y otras cosillas de más fuste que cabría investigar. Columnistas felpudos de esa Hojilla Parroquial hubo que a base de saliva y betún, según la parte de Monsignore que tocase, trasero o pies, consiguieron plaza perpetua en los Dominios Culturales del Altísimo. Probablemente la mayoría no tuviera otro remedio, pero igual entonces deberían cambiar el nombre de su profesión de periodistas por el de propagandistas. El otro diario, el de las tres letras, el genéticamente nacionalcatólico, trincaba a manos llenas sin tener que traicionar ni siquiera su ética, que siempre tuvo una índole franquista. Del que queda mejor no hablar. Algún día alguien nos explicará los entresijos de por qué La Voz de Córdoba, un periódico nacido precisamente para crear conciencia y crítica ciudadana, despareció tan misteriosamente. La prueba del algodón está en que mientras en Navarra cuando saltó el escándalo de las inmatriculaciones masivas que estaba llevando a cabo sigilosamente en la comunidad el obispado la ciudadanía fue alertada a través de la prensa, que comenzó a investigar el volumen del latrocinio, en Córdoba que habían inmatriculado nada más y nada menos que la Mezquita, como descubrió un abogado activista por su cuenta, no hubo un periodista que se fuera al registro de la propiedad para investigar el monto que alcanzaba en la nuestra. Ni uno solo. Ni que tratara de crear opinión sobre la apropiación de la Mezquita.

Tampoco faltaron escritores, alguno de los cuales escribió una especie de monumental Vida del Santo y Benefactor Monsignore Langostino y otro, el escritor cordobés por antoniomasia, se olvidó por arte de birlibirloque de sus celebradas salidas anticlericales en su columnilla periodística cuando le regalaron todo un convento donde encerrar niños con que saciar sus veleidades mecénicas. La contrapartida no debió de dolerle mucho porque se le vio exquisitamente sonriente encabezando aquella portentosa procesión de los ciudadanos ratones y los curas hamelines para pedir ¡más poder para la mafia! que algún día un antropólogo debería de estudiar.

Esa es la identidad de esta ciudad, la verdadera: el ser perfectamente corruptible y por tanto haber podido ser perfectamente corrompida. Por los dineros administrados por la Iglesia Católica. Y eso es lo que explica su abrumador silencio ante todas y cada unas de las corruptelas grandes o pequeñas que en ella concursaron: al final todo llevaba al mismo sitio, al mismo despacho, a la misma misa de once en La Merced, en la que todo el mundo aspiraba a conseguir la suya tras besar el anillo en la sacristía.

Ahora que ¡gracias a dios! los monseñores ya no tienen tanto poder económico, porque se cepillaron su propio negocio después de desviar fuera de la ciudad los réditos de los ahorros de los cordobeses en aventuras jesusgilescas trasvasándolas sistemáticamente a los bolsillos de los empresarios amigos y socios, reventando el principal motor financiero de la ciudad y la provincia, ahora que ya no caen migajas de la mesa de don Michele, están saliendo los anticlericales hasta de debajo de los pasos de palio.