(del laberinto al treinta)


sábado, 27 de abril de 2013

Calumnias históricas: el hachís

Al pobre hachís, cuyo nombre proviene de una palabra que significa en árabe (y no en tamazigh, como dice la wiki española) simplemente hierba, le viene ya la mala fama desde tiempos inmemoriales. Somos muchos (entre otros Bernard Lewis y Amin Maaluf) los que pensamos que se trata de una simple y contumaz calumnia la asociación de la rica yerba fumable con una supuesta secta sangrienta (la de los hashishin, o consumidores fanáticos de hachís que cometían supuestamente crímenes políticos bajo sus efectos) y con el origen de la palabra asesino. Independientemente de sus fines y métodos políticos, muy poco estudiados seriamente, los seguidores de Hasan ibn al-Sabbah, reformador del ismailismo, llamaban a su organización y al castillo que la acogía al-Asás, palabra también árabe que significa fundamento, base (como al-Qaeda, curiosamente), principio, tono fundamental (Diccionario árabe-español de Federico Corriente) y a sí mismos asasiyn (los del fundamento, o sea, fundamentalistas). Si luego le daban o no a los porros debía ser aleatorio. Sobre todo teniendo en cuenta que el alcaloide del cannabis no induce a la agresividad ni al fanatismo. Sino a todo lo contrario. Son el fanatismo, el fundamentalismo, el integrismo los que crían probables asesinos, a los que aquellos igual de probablemente han procurado su etimología.

CODA: Si queréis partiros el culo de risa leyendo las mastuerzadas que emite uno de los más importantes tontos ilustrados de este país, Luis Racionero, que llegaría incluso a ser nombrado director de la Biblioteca Nacional por los tontos, éstos sin lustre, que nos gobernaban entonces y que lo hacen ahora, no os perdáis la entrevista que le hicieron en La Vanguardia al mes del ataque a las Torres Gemelas comparando a Hasan ibn al-Sabbah con Osama bin Laden y que recoge parcialmente ESTE ARTÍCULO de Webislam.

viernes, 26 de abril de 2013

Homenaje a Ambrosio de Morales

Mi amigo de toda la vida Manuel Harazem con quien compartí años mozos, estudios y hectolitros de montilla, hazañas que con su permiso desvelo, me incita insistentemente desde hace un tiempo a que me haga cargo del homenaje que La Colleja tiene el deber de rendir a una de las glorias y prez de la ciudad de Córdoba en el 420 aniversario de su deceso, del que se ha enterado porque avisa avisadamente el muy avisado amigo José en su imprescindible Ars Operandi, que si no a buenas horas... Aprovecha Manuel para recordarme un secreto que sobre el polígrafo BIC (Bien de Interés Cultural) compartimos desde nuestra juventud cuando padeciendo la fiebre de jóvenes investigadores en demografía local destripábamos los secretos de las actas parroquiales del Siglo de Oro en las fernandinas cordobesas. Y para animarme a que por fin lo haga público en este aniversario. No es que sea muy redondo, pero no vamos a esperar 30 años más al apropiado siguiente. Así que dividiré esta entrada en dos. En la primera expondré lo que se sabe del terrible asunto que centra este homenaje y en la segunda desvelaré el secreto. No sólo como favor de conocimiento, sino también como petición de colaboración en una búsqueda cuya feliz solución contribuiría grandemente al crecimiento de la fama, el honor y la gloria de nuestra ciudad. Es por eso que la segunda parte se inscribirá en la sección ¿Dónde está? que tan buen divertimento y provecho nos viene proporcionando a los contertulios de este ilustre mesón.

El dolor más doloroso, el dolor más inhumano...

Podemos imaginarnos el lugar, la celda espartana con su camastro, un alto ventanuco con una reja en cruz, la sencilla tabla como mesa con los recados de escribir apoyada en un pilar a modo de pupitre, la tosca puerta de cuarterones cerrada, el sarmentoso crucifijo en la pared... Lo hemos visto en las reproducciones actuales. Y en la películas. ¿Pero y lo demás? ¿Ocurriría de día o de noche, con luz natural o en las fantasmagorías de una lamparilla de aceite? ¿Hacía calor o frío? Y el arma... ¿Qué arma usaría? ¿Podemos imaginarlo en la cocina distrayendo unas horas antes al hermano cocinero con una tontera mientras le robaba un afilado cuchillo? ¿Usaría tal vez la navaja barbera de tonsurar? ¿El cortaplumas con el que acababa de afilar la suya? ¿Fue un pronto, un arrebato o algo premeditado? ¿Se encontraba el condenado en posición de descanso, lo que denotaría una agravante premeditación? O bien el intolerable e ingobernable golpeteo contra el santo hábito del bicho nefando le condujo en un momento de locura a la decisión final? ¿Se debería a una venganza ya en frío por haberle servido de herramienta pecaminosa en soledad o en compañía de otro u otros? ¿Lo ejecutó, sintiéndolo claramente como un ser ajeno a él mismo, apoyándolo sobre la tabla mesa o bien mediante sujeción en el aire con una mano cómplice? ¿La izquierda, la derecha? ¿Era zurdo o diestro? ¿Mantendría la vista fija y valiente sobre la operación o cerró los ojos por piedad o cobardía? ¿Se impondría para poder armarse de valor la conjunción del momento clave con el tañir de una conventual campana? ¿Maitines, tercia, nona, completas? ¿Rezaba alguna oración en el momento de inferirse el tajo?

Hoy día al afortunado visitante que tiene la oportunidad de visitar el Monasterio de los Jerónimos se le suele mostrar un viejo arcón de afilado borde en la parte de la tapa y se le asegura que fue el arma utilizada por el joven Ambrosio para realizarse la delicada operación. O sea que los puso en el borde y cerró de golpe...

Lo único cierto es que el joven Ambrosio de Morales, profesando hábito de monje jerónimo en el monasterio de Valparaíso de la sierra de Córdoba en un día indeterminado de 1534 ó 1535 y de sus 21 años no pudiendo dominar las tentaciones de la carne, al menos las de un trozo,  econtrándose solo en su celda, se lo rebanó él mismo llevándose para adelante sus virilidades completas. De resultas se quedó el resto de su vida tan raso como la palma de la mano. Así mismo y con esas mismas palabras lo refiere ya en 1765 el Padre Florez, agustino, en el prólogo a la edición que del Viage llevó a cabo, tomando las referencias de dos fuentes, ambas perdidas hoy día. Una un libro escrito en vida del propio Morales por un tal Fray Andrés de Valparaíso, que copia los Protocolos del Archivo del Convento (probablemente perdidos ambos hoy) y una carta del Padre Roa en la que involucra al propio padre del autoevirado en su curación y en el que expresa su escándalo por haber criado un hijo tan loco.

Entre ambos textos es fácil reconstruir los hechos y para ello dejo copia del documento para que lo disfrutéis en su textura original.

No voy a entrar a valorar aquel acto ni moral ni religiosa ni siquiera médicamente, tanto en su faceta física como en la psicológica. Ya lo hacen con más o menos profundidad el propio Padre Flórez, el presbítero Ramón Cobo Sanpedro en un curioso opúsculo publicado en Córdoba en 1879 titulado Ambrosio de Morales. Apuntes biográficos y al que podéis acceder picando el enlace y el erudito cordobés Enrique Redel en su Ambrosio de Morales. Estudio biográfico (1909). Y para bucear aún más en el tema recomiendo el tratado de Olga Fernández Fernández que sobre la consideración de los castrados en la Edad Moderna he encontrado en la red con el título de Los "Ángeles en la Tierra. El "Argumento Angélico" en la defensa de los capones cantores de Cascales. Mito, arte y literatura en la  imagen de los castrados de los siglos XVII y XVIII.

En su juventud ese apéndice que todos los machos de la especie tenemos entre las piernas se comporta como un verdadero diablo ingobernable, pidiendo guerra prácticamente todo el día y en las circunstancias más imprevistas: sosiégame pecando no para de exigir sin desmayo una y otra vez. Es por eso que podemos entender las tremendas tribulaciones de un joven monje que, arrebatado de misticismo que él no sabe erótico, ha ofrendado su vida a Dios estrangulando su impetuosa sexualidad como vía de perfección espiritual, cuando las sacudidas de ese animal que como una serpiente loca atrapada en un saco se lanza una y otra vez contra la áspera estameña de su hábito, amenaza su capacidad de superar la tentación de atraparla y satisfacer su hambre de pecado.

Otra cosa es la responsabilidad que en esas atrocidades y otra aún peores tiene la Iglesia Católica tomada toda ella como institución generadora de moral y actitudes vitales. Esa divertida religión a la que le da igual ocho que ochenta en su afán de justificar las peores atrocidades. Lo mismo la comprensión más o menos ambigua de automutilaciones o ejercicios de sadomasoquismo perfectamente acreditados y homologados que el pecado y la agresión delictiva de la pederastia ejercida sistemáticamente a lo largo de su historia por un elevado número de sus funcionarios. Si miramos las consideraciones que de la autoemasculación de nuestra gloria local hacen las autoridades católicas, inscritas en los textos antes mencionados, encontramos una unanimidad reprobatoria seguida de una ambigua justificación. El error de Orígenes es llamado comunmente, pero ni siquiera es considerado pecado grave de enajenación de parte corporal a su legítimo dueño, el mismo Dios,  según la doctrina.

Por otra parte nada de ello desmerece el mérito y la grandeza de la obra posterior del que pasa por padre de la historiografía y al arqueologías modernas, a pesar de haber sido puesta al servicio de la creación de un mito imperial de una falsedad atronadora. O sea que fue un digno representante del humanismo español, variante extravagante del humanismo europeo, principalmente del italiano,  un humanismo atravesado por la lanzada venenosa de la Iglesia Católica que contaminó siempre todos y cada uno de los avances morales, éticos y estéticos del Renacimiento con su intransigencia, su intolerancia y su castradora estupidez. Efectivamente es fácilmente deducible que sin la presencia ubicua y terrible de la Iglesia Católica y su perro de presa la Inquisición todo el genio de que estaba preñada la España Moderna hubiera dado unos frutos de infinito calado intelectual y estético. El caso de la castración no sólo física, sino mental de Ambrosio de Morales, es un buen ejemplo. O el de Juan Luis Vives, obligado toda su vida a dar vivas y muestras de amor a una institución que no solo exterminó a prácticamente la totalidad de su familia por su origen judío sino que se vio obligado a soportar en silencio la inconcebible vesania de la profanación de la tumba de su madre por parte de sacerdotes para quemar sus huesos en hoguera inquisitorial pública.

Es completamente inconcebible que un joven de la inteligencia de Ambrosio de Morales que tuvo la suerte de contar como tío suyo con uno de los mayores humanistas españoles, Fernán Pérez de Oliva, con quien estudió en Salamanca siendo éste su rector y con quien debió aprender toda la luminosidad de la cultura liberadora, tras su temprana muerte se decidiera a encerrarse en un convento de clausura y dedicar su vida a pudrirse intelectualmente entre rezos y obediencias ciegas. Y que allí, completamente enloquecido por la influencia venenosa de la destructiva doctrina moral católica, llegase a cometer aquella automutilación. Fue eso lo que lo salvó, porque al ser expulsado, probablemente por causas más profundas que la propia atrocidad, es decir por las propias causas por las que lo cometió, dado que la castración monacal era en la época una operación usual, se lanzó obligado al mundo exterior para llevar a cabo su ingente obra de historiador y lingüista.

En cuanto a las consecuencias de su emasculación juvenil nada sabemos de cómo lo llevó a lo largo de su vida Ambrosio de Morales, ni si consiguió con ello matar definitivamente el bicho de su deseo. Aunque tal vez nos de una pista ese grabado que acompaña a la edición del Padre Flórez del Viage. Ese punto de coquetería de posar de medio lado con retorcimiento corporal y con mirada... golosa. Y ese punto de picardía de colocarse las gafas sobre la oreja a modo de zarzillo...

CONTINUARÁ...

¿Dónde está... la reliquia de Ambrosio de Morales?

VISITAR LA PRIMERA PARTE

En febrero de 1978 MH y yo conocimos en la sacristía de la iglesia de Santa Marina de Aguas Santas de Córdoba a don Rafael Soriano Resines, erudito local, autodidacta y empleado municipal jubilado, que recorría las parroquias cordobesas rebuscando en los archivos parroquiales datos curiosos de la historia de la ciudad. Coincidimos en aquel oscuro vientre  parroquial en varias ocasiones más y a pesar de ser de natural reservado acabó haciéndonos blanco de sus confidencias y de algunos de sus descubrimientos tal vez porque por entonces ya era muy mayor e intuía que no le quedaba mucha vida por delante, como así ocurrió, pues nos enteramos de su muerte sólo dos años después, pero también por la indisimulada alegría que le producía el ver a unos chicos tan jóvenes compartiendo con él tan ratonescas aficiones. Tras conocer casualmente la noticia de su muerte (no tuvo ni esquela, ni tan siquiera necrológica en la prensa local) intentamos ponernos en contacto con su familia para acceder a sus papeles, pero una vecina nos informó de que sólo tenía un familiar directo, una sobrina de la que sólo sabía que vivía en una ciudad del norte, no recordaba si Burgos o Soria, y que había puesto todos sus libros y documentos en manos de un chamarilero, chamarilero que por supuesto ella tampoco conocía.

Así, que la posibilidad de contrastar documentalmente los descubrimientos de que nos hizo confidencia don Rafael se desvanecieron. Pero recordamos perfectamente algunos de ellos y sobre todo el que concierne al contenido de este artículo: el paradero de algunas partes corporales del cronista de Felipe II Ambrosio de Morales.

Un frío día de invierno, después de haber conseguido desembarazarnos con una falsa urgencia de una de las interminables falsas batallitas de campo de concentración que don Martín, el párroco criptonazi que se hacía pasar por entonces por rojo, nos endilgaba, acabamos en la taberna de Santa Marina don Rafael y los dos pollos investigadores compartiendo medios de fino y tertulia con la máscara mortuoria de Manolete. Con voz muy baja y un tono de secretismo extremo nos hizo partícipes de un invencible afán que lo corroía cifrado en la esperanza de un hallazgo al que dedicaba una incansable búsqueda desde hacía 50 años. No sólo visitaba las parroquias históricas cordobesas tras los secretos durmientes de los archivos, sino que tenía en mente el hallazgo de un santo grial que sabía guardado celosamente en alguna de ellas.

Todo empezó, nos dijo, un día en que se encontró por casualidad entre un lote de viejos libros que había adquirido en la ya desaparecida librería anticuaria de Diario de Córdoba un manuscrito del siglo XIX en el que se narraba la operación de exhumación de los restos de Ambrosio de Morales en 1844 y su traslado desde el ruinoso Convento de los Santos Mártires donde reposaba desde su muerte en 1591 hasta la Colegiata de San Hipólito donde se le había proporcionado nueva ubicación, ante el temor cierto de derrumbamiento del viejo edificio ribereño. En el manuscrito se relataba pormenorizadamente todo el proceso y todas las personas involucradas, frailes, curas, políticos, judicatura y Comisión de Monumentos. De esta última formaba parte en calidad de Vocal Secretario el eminente erudito don Francisco de Borja Pavón de cuyo puño y letra había deducido don Rafael claramente estar escrito el texto encontrado, aunque careciera de firma alguna. En él el farmacéutico y polígrafo cordobés, especialista en necrológicas, relataba cómo al abrir el catafalco donde se encontraban los restos del Ilustre Morales se halló entre ellos un cofrecillo de madera con goznes de hierro en bastante buen estado de conservación. Tras sacar con sumo cuidado uno a uno los ilustres huesos y antes de ser introducidos en un ataúd de plomo sellado, se procedió a abrir el cofrecillo en el que se halló un folio manuscrito enrollado y atado con una cinta que se deshizo al tocarla sobre un extraño objeto muy arrugado de color parduzco y textura apergaminada. Tras la lectura del texto se supo que aquel objeto correspondía a las virilidades completas de Morales que en su juventud, en pleno arrebato de locura en su lucha contra las tentaciones de la carne, se había cortado de cuajo, al completo. El texto estaba redactado con una temblorosa caligrafía y firmado por el Padre Secundino de Santa Justa prior del convento de Los Jerónimos de Valparaíso donde había ocurrido muchos años antes aquel desgraciado suceso y fechado el mismo día del sepelio. Narraba el fraile cómo siendo él mismo de los mismos años y vecino de celda de Morales había acudido a los gritos que aquel diera tras cometer su locura justo un rato después de que él mismo pasara para gozar de su compañía en ella y cómo rescató de entre la sangre y la parafernalia sanadora que montaron los demás frailes para tapar la hemorragia y salvarle la vida, con grande amor y veneración y con los ojos arrasados en lágrimas, aquella desgajada parte causante de las tentaciones de su joven vecino. Cómo las lavó cuidadosamente, las enterró en varios puñados de sal que consiguió en la cocina y las mantuvo en custodia durante toda su vida bajo las tablas de las celdas que fue ocupando hasta la actual correspondiente al prior. Y cómo enterado de la muerte de su antiguo hermano de hábito y estrecho amigo y entonces ya sabio reconocido por toda la España bajó a la ciudad y solicitó permiso al Obispo para introducir la parte que faltaba a su cuerpo sin vida en su lugar de descanso eterno para que nada le faltara cuando compareciera ante el Señor. Lo que le fue concedido.

Borja Pavón desgrana la discusión que se desató ante el descubrimiento entre civiles y eclesiásticos, éstos últimos contrarios a considerar parte de los restos el contenido del cofrecillo y partidarios de que quedara excluido del nuevo féretro, frente al conjunto de los laicos que consideraban de justicia su inclusión. Según don Rafael, Pavón no daba cuenta de los diversos argumentos pero sí de que al final ganaron los tonsurados y de que se decidió enviar el cofrecillo a la frontera iglesia parroquial de San Nicolás de la Axerquía para que allí se guardase mientras se decidía su destino. Se detallaba también el acuerdo unánime de que tal hallazgo y su destino no constaran en el Acta (1) oficial que se levantó dando cuenta del acto y que redactó y firmó el propio Francisco de Borja Pavón. Con esta noticia daba fin al manuscrito. (2)

Y es ahí donde comenzaba la ardorosa búsqueda de la reliquia don Rafael, partiendo del hecho de que unos años después la parroquia de San Nicolás de la Axerquía fue desalojada y todos sus enseres conducidos a la de San Francisco antes de que ocurriera su derrumbe. ¿Quedó en San Francisco o peregrinó por otras parroquias? ¿Sería secuestrada por algún particular y conservada en su casa como reliquia intelectual? Don Rafael no pudo conseguir, a pesar de sus denodados esfuerzos, encontrar su santo grial particular, pero quién nos dice que cualquiera de nosotros cualquier día no damos con la preciada reliquia del muy católico Ambrosio de Morales y que podría ser rescatada y venerada en la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, en la calle donde naciera y que aún lleva su nombre.

Como me imagino que ninguno de nosotros puede hacerse una idea de qué aspecto tendrá un estuche fálico momificado en salazón de casi 500 años de antigüedad (el de las momias egipcias jamás nos lo muestran) propongo varias modelos de objetos similares que pudieran servir de referencia.

Ciruelas pasas, orejones e higos secos

(1) Documento original custodiado en la Biblioteca Provincial de Córdoba y que puede hallarse bajo el título: Certificación de Don Francisco de Borja Pavón, vocal Secretario de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Córdoba, sobre el Acta de exhumación de los restos mortales de Ambrorio de Morales del sepulcro que ocupaban en el convento dominico de los Santos Mártires del Río, en la ciudad de Córdoba, su posterior colocación en una urna y su traslado a la Colegiata de San Hipólito, el 8 de noviembre de 1844 [Manuscrito].

(2) No fue este el único meneo que se le dio al paquete residual y ya definitivamente incompleto de Ambrosio de Morales. 25 años después de su traslado a la nueva tumba de la Colegiata de San Hipólito, en 1867, una brillante idea del Gobierno de Madrid fraguada en 1937, en línea con las ideas que suelen tener los gobiernos de un país tan absurdo y necrópata como éste en todos los tiempos y circunstancias, consistente en la creación, siempre copiando tarde y mal lo que la más racional Francia hacía, de un Panteón de Españoles Ilustres, volvió a hacer viajar a los pobres restos ambrosianos de un lado para otro. Y con ellos los de varias decenas de Españoles Ilustres más, Juan de Mena, Garcilaso de la Vega el Inca y Gonzalo Fernández de Córdoba, alias El Gran Capitán por lo que respecta a nuestro paisanaje, pero también Quevedo, Calderón de la Barca, Ventura Rodriguez y muchos más. El lugar elegido fue el templo de San Francisco el Grande de Madrid y para su inauguración se organizó un soberbio zafarrancho de combate consistente en una comitiva de cinco kilómetros, en la que desfilaron las carrozas fúnebres acompañadas por bandas de música, unidades del Ejército y de la Guardia Civil, estudiantes, religiosos, políticos e intelectuales se dispararon cien cañonazos y como detalle iluminativo al entrar los restos en la basílica se encendieron tres grandes lámparas. Los restos fueron depositados en una capilla y años después devueltos a sus lugares de origen, con lo que se cerró por un tiempo la idea de crear un panteón nacional. Así que los sufridos restos de nuestro emasculado para toda la eternidad (si La Colleja no lo remedia) Ambrosio de Morales que habían sido despedidos en la flamante estación de ferrocarril de Córdoba años antes con todos  los honores de cubrimiento de bandera de seda, presenten armas, banda de música y discurso de don Francisco de Borja Pavón en el que flotaron en el éter de la gloria sus vibrantes palabras: con emocion profunda, no ajena si se quiere á un dulce sentimiento, pero impregnada en gloriosa complacencia, regresaron a Córdoba para aguardar unos años más en un rincón de la Colegiata su definitiva residencia en el pisito cercano al altar mayor que le fue definitivamente destinado y en el que aún espera, completamente destributado, el Juicio Final.

jueves, 25 de abril de 2013

La Cruzada Gastropija

Para calibrar medianamente las estrategias artilleras que últimamente emplean las vanguardias de la Cordocaspa, o sea el Ejecutivo Municipal, para alcanzar sus últimos objetivos militares, propongo un sencillo ejercicio de agudeza visual. Se trataría de a través de un amable paseo que comenzaría en la Judería, continuaría por la plaza de Filosofía y la Puerta Almodóvar hasta alcanzar los puestos de artesanía y abalorios del Paseo de la Victoria (ya sabéis, los puestos que unos llaman de los jipis y otros de los moros), comprobar la alineación de los elementos comerciales que invaden los espacios públicos.

En la Judería la invasión de la vía pública por los expositores de abigarradas chilindrinas para guiris es meridianamente comprobable. En la Puerta de Almodóvar la colonización del espacio público intra y extramuros por las mesas de los negocios cazaguiris es altamente contaminante. Pero una vez llegados a los expositores de los productos que se venden en los moros/jipis al observador imparcial puede incluso producirle un ligero mareo la contemplación de la inquietante simetría y perfecto alineamiento que presentan los bordes de los puestos a ambos lados del paseo. Pero si incluso uno teme ser objeto de espejismo producto de la caló sólo tiene que usar un nivel de aparejador de alta precisión y comprobar concienzudamente que ni un solo pañuelo ni una miserable pulserita se salen ni un solo milímetro del espacio que les pertenece.

La extrañeza se hace pregunta inquietante a la nada que caigamos en la cuenta de que ni moros ni jipis intrínsecamente considerados tienen inscrita precisamente en su código genético la tendencia al orden maniático y a la simetría en la exposición del género. Así que algún misterioso acontecimiento ha debido ocurrir para que semejante milagro se obre a la vista de todos, que por supuesto no me voy a quedar sin destrincar. Y como preguntando se va a Roma me entero de que la causa de que prodigio se obre tan prodigiosamente no es otra que las multas de 1.500 euracos que nuestro ecuánime ayuntamiento le está imponiendo a cada vendedor, pertenezca a la harka mora o a la jipi, que ose traspasar el milímetro milimétricamente medible que tiene contratado con la municipalidad. 1.500 euracos, que se dice pronto, la más alta penalización que contempla la normativa vigente. La misma que le pondrían un poner al Corte Inglés si osara colonizar con stands la calzada de Tejares. Tampoco pueden colocar toldos o plásticos protectores lo que conlleva que el delicado género de fibras naturales se les pudra en multitud de ocasiones porque el sol y la lluvia sí que no entienden de normativas. Me cuentan que cada día y por sorpresa una brigadilla de fotomunipas armados con sofisticadas cámaras digitales escanean los bordes de los puestos para detectar los probables delitos de lesa espacialidad pública de los aviesos vendedores para endiñarles la consiguiente denuncia y la subsiguiente milquinientoseurística sanción. Me cuentan también que de vez en cuando aparece por allí un señor que dice ser el Concejal del Ramo transfigurado en Santiago Matamoros/jipis o en Ricardo Corazón de Leopardo, con la vena del pescuezo como un vaso de tubo, armado con la flamígera espada de su habitualmente trapajosa lengua atizando amenazas de más multas y castigos bíblicos a los desarmados súbditos que laboran en el colorido zoco multicultural. 

 ¿Cual es el pecado de la morisma y el jipismo para ser tratados así por las Fuerzas del Bien Munisipal y su Valiente Adalid el Consejal del Ramo? Pues haberse ido a instalar desde hace años y por blandenguería de los rojos precedentes en lo que está llamado por ahora a convertirse en el Cordón del Glamour Cordofacha. Lo explicaba de rechupete hoy Ángel Ramírez en Cordópolis en un cortante post titulado La batalla del Arroyo del MoroEl nuevo Mercado Victoria, concebido como una punta de lanza del futuro Cogollito Pijilín o Templo de la Gastropijotería Salmorejistaní, al que piensan y amenazan sumar pronto la Pérgola, blindado por un ejército de seguratas donde la Córdoba de Siempre, la que realmente manda, porque mandó siempre, reinventada hoy con chemis Lacospe y caracolillo embetunado pescuecero se solacen y se distingan. Y para eso les sobra el corredor humanitario a la altura de Puerta Gallegos, flanqueado por unos coloristas y poperos quioscos en el que se resguarda una fuerza internacional que a la vez que cuida el paso vende paraguas y bufandas del Córdoba CF y del Real Madrid, como vividamente lo ha pintado Ángel. Glamour llama a glamour y no a lo que ellos consideran la quincalla humana que vende baratijas.

Menos mal que todos sospechamos que detrás del tal Mercado Gastropijo no hay más que una burda maniobra de distracción y que el asunto durará más menos que una pompa de Mistol, aproximadamente lo que duren los trapiches del intercambio de nitrogenados (líquidos o gaseosos) capitales y el ensudoramiento de la cama que con nuestros dineros se les ha montado a los de Hostiacor aprovechando que el PPisuerga de Aznar pasa momentáneamente por Capitulares. Y que los jipis y los moros resistirán y persistirán como corresponde a su pellejo de resistentes natos  cuando de tu obra ya no quede ni la memoria… 

CODA: Han resultado sumamente graciosas las recientes muestras de coordinación entre las fuerzas del Ejército de Salvación Nacional Salmorejistaní. En Bilbao nuestro inefable general PiPiolo proclamaba a pecho hinchado como pavo salvado del cuchillo navideño y ante las autoridades euskaras que situaba el Guggenheim y el Palacio Euskalduna como “espacios de referencia” para CórdobaAntes de pisar moqueta de Capitulares ya sus fieles cohortes ponían la primera piedra de tan altos muros para el futuro anunciando el proyecto de construcción de un campo de pitch and putt, que aunque suena bastante cochino sólo es algo parecido a un campo de golf, pero como de cachondeo, en terrenos no urbanizables y de altísimo valor arqueológico a la falda de la sierra. Teniendo en cuenta que se trataría de un deporte de alto riesgo si se practica en los seis meses que van de abril a octubre y que el timo del campo de golf como forma de recalificar terrenos es más viejo que el cagar y que ya hace años vino un japonés con la misma moto en venta no nos queda duda de estamos ante un pelotazo urbanístico que no se lo salta ni un gilipollas milieurista votante del PP.

lunes, 22 de abril de 2013

Señales


Yo, como buen poliateísta, no creo en la señales. Pero a veces he de reconocer que hago mal, porque algunas, de tiempo en tiempo, son inequívocas. Por ejemplo ésta: un Sáenz de Buruaga, de los Sáenz de Buruaga de toda la vida y de larga trayectoria neofranquista en los medios desde hace unos años ironizaba ayer en su twitter sobre el plan de la Junta de Andalucía de procurar que dado el galopante avance de la pobreza en la comunidad ningún niño que acuda a las escuelas públicas se quede sin sus tres comidas diarias. Bueno, lo de ironizar es en este caso una propia ironía, porque en realidad lo que hace es descojonarse. ¿Y por qué no una bicicleta?, dice el hijoputa. Hace 77 años, un antepasado suyo, el coronel africanista Sáenz de Buruaga, ordenaba asesinar el 28 de julio de 1936 a varias decenas de jornaleros de izquierdas en la plaza de Baena. Uno a uno, tiro a tiro, a sangre fría. Hombres y mujeres. Y algún niño. Mientras sus esbirros de la Guardia Civil y de la Falange le ejecutaban las órdenes, él lo comprobaba bromeando sobre el asunto acodado en la barra del Casino del Pueblo tomando un refrigerio. No se sabe si con o sin alcohol pero seguro que fresco, dado el sofocante calor que hizo ese día en la Campiña cordobesa.

La tendencia a la humorada macabra de ciertos Sáenz de Buruaga queda pues reconocida. Eso sí, ha habido una evolución humanitaria. Siendo ambos militares al servicio de la misma oligarquía, uno con la pluma, el otro con la espada, el último se limita a reírse de los niños andaluces que pasan hambre y el anterior los dejaba huérfanos. Parece que los tiempos fueran otros, pero en realidad, en el fondo, siempre son los mismos. Un espejismo evolutivo.