(del laberinto al treinta)


jueves, 10 de agosto de 2017

EL SÍNDROME DE ABUNDIO


Sobre la construcción en Córdoba de un aparcamiento encima del destruido yacimiento arqueológico de Saqunda.

Hace tiempo que no escucho chistes de Abundio. Y no sé si los más jóvenes del lugar saben de qué estoy hablando. Se trata de uno de esos héroes de chiste al que como a Jaimito o al Bizco Pardal se le adjudican hilarantes hechos o dichos. A Abundio se lo utilizaba para marcar comparativamente el nivel de tontura de cualquier persona. Así se decía: eres más tonto que Abundio, que vendió el coche pa comprar la gasolina.

Pues esta ciudad nuestra lleva muchos años mereciendo ser comparada con el pobre Abundio. Tanto que podrían cambiar perfectamente su nombre por ABUNDIA. No hace falta que recuerde el asunto del Palacio del Sur o la metástasis parcelista para corroborarlo. Pero es en el asunto de la gestión de su petróleo donde Córdoba ha alcanzado los niveles de estupidez más abundianos. El petróleo de Córdoba, mientras no se inventen otras fuentes de ingresos más estables, es el patrimonio histórico artístico de la ciudad, en el que se incluyen de una manera casi imprescindible los restos arqueológicos. Ya he dedicado muchas páginas en mis libros y en los posts de este blog a denunciar la mayor destrucción de patrimonio arqueológico que ha ocurrido en el mundo en menor tiempo, un record que daba hasta ahora la medida de la calidad de la abundia de la ciudad y meto a todo el mundo, gobernantes y gobernados, repartiéndosela igualitariamente.

Ya sé que en estos extraños días en que hemos heredado en este país la mayor parte del flujo turístico que antes recogía la orilla sur y oriental del Mediterráneo por obra y gracia de Osama bin Laden, a quien este gobierno debería ir pensando conceder la medalla de Isabel la Católica a título póstumo por su contribución a la subida del PIB nacional, hablar de aumentar el turismo es muy peligroso. Y yo soy uno de esos que la caverna (en la que últimamente se ha metido buena parte del PSOE) llama turistófobos. O sea, uno de esos antisistema que sólo piden por favor la racionalización de una monstruosa industria turística (internacional, o sea que no paga impuestos) que abriga la intención de expulsarnos de los lugares donde hemos vivido toda nuestra vida para hacer negocio con los turistas como ya ha ocurrido en otras ciudades. Así que mi argumento siempre fue que el mantenimiento de la mayor cantidad de restos arqueológicos posibles, su correcta puesta en valor y su conversión en materia cultural no entra tanto en los terrenos del fomento del turismo, como en el del deber de mantener para las generaciones actuales los restos interpretados de nuestro pasado, pero sobre todo conservarlas para las futuras. Es curioso que tanta gente levante su voz contra la construcción de un bloque de apartamentos en una playa con el argumento de que atenta contra el patrimonio ecológico común y comprenda la misma destrucción en un yacimiento arqueológico que forma parte de patrimonio cultural común. Cuando una playa siempre puede volver a ser rescatada pero un yacimiento arqueológico destruido se pierde para siempre, escamoteado definitivamente para que lo disfruten las generaciones siguientes.

Pero ese argumento mío, es eso, sólo mío. En cambio el argumento de que hay que traer turistas como sea a la ciudad hasta que reventemos es el generalizado entre nuestras autoridades ultraliberales y miembros de la mafia hostelera hasta hoy en que parece que nuevos vientos más racionales han entrado en el Ayuntamiento. Vientos que rápidamente han sido tildados por los cavernícolas como sirocos.

Y ahí es donde entra el Síndrome de Abundio. En el hecho de que los que llevamos desde hace dos años horrorizados por cómo se ha destruido completamente el yacimiento del arrabal Saqunda, el primer barrio histórico de la ciudad del que tenemos noticia en las fuentes escritas, arrasado violentamente en el siglo IX tras la primera revuelta de carácter social de la que tenemos constancia en los anales de esta ciudad y que provocó un exilio que fue el primer exilio político documentado en la historia de los pueblos ibéricos, que tan pródigos serían posteriormente en provocarlos, nos acabemos enterando de que el motivo de su destrucción ha sido la creación de un enorme aparcamiento en superficie para que los turistas que vienen a disfrutar de nuestro patrimonio cultural, principalmente el histórico-artístico, o sea el arqueológico, lo tengan facilito para hacerlo, pero sobre todo para llenar los bares y hoteles del casco antiguo. Ya he contado en este mismo blog la anterior abundiada municipal de cómo hace dos años se cepillaron otra parte del yacimiento -original, con cimientos del siglo IX- para crear una plataforma donde colocar una plaza de toros portátil que acogería falsas carreras de falsos aurigas con motivo de la celebración de un falso mercado romano.

A la carcunda columnaria del Acorazado también le ha hecho mucha gracia el asunto, pero claro a ellos el patrimonio arqueológico les importa lo mismo que las lágrimas de los hijos de los fusilados por su viejo protector el general Franco que quieren sacarlos de la cunetas y colocarlos en un lugar digno. Así que no hablan del yacimiento sino del fracaso de los gobiernos de izmierdas de los 00 que no fueron capaces de levantar priápicas estructuras para poner a esta ciudad en el mapa de las ciudades con absurdidades que ponen en los mapas.

Y aluego está el hermano de la zapatitesca marquesa de Lo Público No Es De Nadie, el infumable novelista egabrense, exnacionalista andaluz y ahora aguerrido miembro de las falanges del nacional-fartusquismo español, español, español, José Calvo Poyato que, dando una muestra más de su acreditada patosidad para situar los escenarios de sus novelas y sus artículos, soltó recientemente desde su privilegiado púlpito del perifascista medio abecedario que ese aparcamiento de superficie permitirá a los residentes de San Agustín y Santa Marina tener donde dejar el coche, lo que aliviará las dificultades que hoy encuentran para ello, dadas las crecientes peatonalizaciones y semipeatonalizaciones en aquella zona de la ciudad. Lo descacharrante del razonamiento de zarigüeya del atufado intelestuar egabrense no está tanto en que ni siquiera miente, considerándose a sí mismo historiador, el yacimiento arqueológico que se ha destruido, ni en el pellizquito de monja que lanza contra la humanización racional del hábitat urbano mediante la peatonalización, sino en lo de confundir el norte y el sur, la cara y el culo. Para los que no sean de Córdoba: los populosos barrios de San Agustín y Santa Marina ni están peatonalizadas ni se encuentran cerca del futuro aparcamiento, sino talmente como Legazpi de Cuatro Caminos en el plano de Madrid. O sea, en la remota otra puntísima de la ciudad. Lo dicho: niputaideísmo ilustrado en estado puro.