(del laberinto al treinta)


lunes, 30 de mayo de 2011

Señales

Yo creo que hubo señales suficientes antes de la hecatombe. Y no sólo la estelar de la huida de la sa-cerdotisa que sacrificó los 100 bueyes rojos necesarios para asegurarse una zancada más hacia su meta de alcanzar el Papisado. Sino, mucho, mucho después. La principal ocurrió justo antes de Semana Santa cuando la histórica esquina que acoge al histórico edificio regionalista diseñado en los 20 por Azorín Izquierdo de Diario de Córdoba con Fernando Colón fue colonizada por sorpresa por un nuevo local de hostelería. Cualquier turista que pasase por su puerta y se asomara tras los cristales y contemplase la desmesurada pretenciosidad pompier de su decoración interior pensaría que se trataba de alguna historiada cafetería central chic recién restaurada, una de esas que portan nombres pomposos como Viena, La Parisina o, a tenor de la inicial rotulada entre acantosas revolutas, de la Renaissence. Graso error, porque esa rutilante R corresponde exactamente a la inicial de Rafalete, el Rey de los Pinchitos Morunos de Cañero Viejo, que se nos ha colado en tol corazón del la Capitalidá Curturá. Casa Rafalete. Un lugar que parece diseñado para que unas señoras de mecha y oro mojen suizos en chocolate tras misa de 12 mientras juegan a diseñar un candidato del PP, pero que en realidad es un templo del masticoneo plebeyo, donde el sufrido pueblo se ponga púo de pinchitos, sarmorejo y japuta en adobo a precios de risa bajo una monumental lámpara de inequívoco estilo Luis Veinticinco. A dos pasos de Capitulares.

Es precisamente ese estilo decorativo de mansión de imputado malayo, de saloncito de parsela ilegal en cuyo patio trasero se asan sardinas los domingos y fiestas de guardar el que debería habernos avisado de que Sandokán no estaba solo en el mundo y que sus huestes se acercaban peligrosamente al castillo de Capitulares, ahora ya sin caretas, a cara descubierta. Que algo se estaba revelando en Córdoba mientras el mundo se rebelaba en feliz destello de la amiga Elena a quien Antonio Manuel reconoce su maternidad en su reciente Rebelión y Revelación. Y ese algo es que hay una masa elevadísima de pueblo votante huérfano de ideología porque lo está además de las más mínimas condiciones de formación educativa, de la que los desalojó el sistema clasista de reparto de que disfrutamos gracias a los políticos de la izmierda real que han seguido las pautas marcadas por los mercados en lugar de cumplir con sus programas, desalojado así mismo de los festines culturales del centro, de los palacios del sur o del norte, de las Cosmopoéticas y las Exhibopolléticas, un mundo de chándales y camisetas de Áridos La Villarrubiana, de gorrilla y paleta de mover el arroz en un trébede de gas butano, de chicos con pinta de duros, como los que el propio Nuevo Arcanhe Sarvadoh contrató como apoderados para las mesas electorales y que parecían sacados de un casting para una versión cani de The Wire, de los políganos y los barrios obreros ahora empobrecidos. Un granero de votos irredentos que irá al primer populista que se le ponga en frente y les acaricie los bajos fondos de su desesperanza. Sea del partido que sea. Son los directamente opuestos en espíritu a los de los indignados de las plazas, juventud formada que exige el fin de su utilización como respaldo del saqueo y, de paso, su sitio en el reparto del pastel que les corresponde por su estatus. En esta ciudad el PSOE nunca tuvo acceso a ellos, fue la alcaldiosa excomunista la que los pastoreó, la que una vez al año aparecía por su peroles y se marcaba un tango con ellos, cuidando, eso sí, no se le manchase la chaquetiya de Tío Pepe que tocase. La que ponía cara de escucharlos y les prometía y prometía lo que nunca pensaba cumplirles. La que dilapidó ya definitivamente un proyecto de izquierdas que nació en esta ciudad por obra y gracia de un equipo capitaneado por quien sí tenía mano de hierro con la injusticia y que sus epígonos fueron apuntillando sucesivamente instalados en las poltronas del poder. Y cuando se fue a ofrecer su currículo de perfecta populista a otra empresa los dejó a merced de otro como ella, menos fino y pastelero, pero de idénticas artimañas. En realidad puede hablase de un exorcismo, de la sacada violenta del diablo del populismo de un cuerpo que lo usurpaba con las malas mañas del mal bicho de las chaquetiyas a uno natural, en el que no hay trampa ni cartón, sino naturalidad retrechera de fajo de billetes atados con una goma y fanfarronería de analfabetismo. Como magistralmente lo retrata Aristóteles Moreno en su reciente Lo que somos.

Pero con todo lo que nos ha pasado a los cordobeses no es sino anticipo de lo que va a ocurrir en todo el país. La hecatombe autosacrificial de la izquierda nos convertirá inevitablemente al sandokanismo, versión cañí del berlusconismo. La diferencia estará en que en Italia, como en Córdoba (falsamente, porque los verdaderos malos son otros), tienen una figura apayasada contra la que dirigir la resistencia, y en España el mal estará atomizado. Se cambiarán las leyes y se amordazará a los ya de por sí domesticados medios mediante el esparadrapo de la concentración de capitales. Sólo nos queda la esperanza, de que, como suele ocurrir en las pelis de gánsteres, acaben matándose unos a otros.