(del laberinto al treinta)


jueves, 22 de noviembre de 2007

Siguen las aventuras de EL HOMBRE RÍO

En la reciente visita que mis amigos Blanca y Juan hicieron a Córdoba de la que ya di cumplida cuenta, y como quiera que hacía tiempo que no bajaban por aquí los llevé a que conocieran las novedades más sobresalientes de la ciudad empezando por la remodelación de las orillas del río, el puente de Miraflores y las obras del romano. Aunque me lo esperaba conociéndolos, me congratuló especialmente el entusiasmo que mostraron por la que ha sido hasta anteayer la escultura urbana que más celebro: El Hombre Río. Digo anteayer porque como todos los cordobeses sabemos, las torrenciales lluvias que sorpresivamente se abatieron a lo largo de todo el último martes sobre la ciudad produjeron una subida espectacular de las aguas del Guadalquivir que, como es su obligación y su costumbre, arrastraron con todo lo que encontraron a su paso. Entre otras cosas con la simpática escultura que ha estado en paradero desconocido hasta que ayer los bomberos la encontraron y rescataron un par de kilómetros río abajo, junto al Molino de Casillas, donde había quedado varada tras una peligrosa travesía pasando por debajo de tres puentes. Su turbulenta historia, pues, continúa.

Leo en algún sitio que la restauración y reubicación de la obra costaría 30.000 €, lo que me hace dudar, aunque sí esperar, que ello no suponga un obstáculo insalvable para su reinstalación. Andaba pensando en qué escribir aquí sobre el tema cuando se me ocurrió mandarle un email a mis amigos navarros con el enlace de prensa que da cuenta del infeliz acontecimiento.

En cinco minutos he recibido su respuesta. No pienso comerme mucho más el coco. Mi amigo Juan nos lo ha dicho de una manera redonda:

Siento lo del simpático bañista de Córdoba y confío en que la autoridad lo recoloque en su sitio; contemplando el puente para velar por el tráfico de coches y peatones de un lado a otro. Su mirada de hedonista plácido resulta mucho más estimulante que la de cien Sanrafaeles en pie de guerra y pertrechados en su plumífera estructura.

domingo, 18 de noviembre de 2007

DELHI (I)

Para mucha gente Delhi es sólo la puerta de la India. Un lugar de paso obligado para comenzar un viaje por las verdaderas maravillas del país. En los foros de viajes no dejo leer sistemáticamente la recomendación (normalmente hecha por gente que sólo ha estado una vez en la India para hacer el periplo clásico) de que no merece detenerse demasiado en Delhi. Incluso he leído comentarios de conocedores de la ciudad que consideran que su inhospitalidad ensombrece poderosamente los posibles encantos que pudiera encontrar el viajero sensible. Para mí sin embargo, tanto la Vieja como la Nueva conforman uno de los espacios urbanos más fascinantes de todos los que mis muchos años viajeros me han permitido conocer. Y aunque evidentemente no deja de ser una opinión personal he de decir que no proviene de ninguna experiencia sublime ni ningún valor añadido fruto de alguna querencia especial. Me gustó desde la primer vez y cada vez que vuelvo aprovecho para conocer alguna de las facetas que su inabarcable entramado poligonal engarza.

También he de decir que no soy un adorador babeante del universo indio y que mi cada vez más acusada tendencia a ser más crítico con determinadas formas culturales de otros pueblos que chocan con mi universo humanista me coloca últimamente muchas veces en el borde del ataque de hígado. Puede que muchos consideren la infinita capacidad de los indios de joderse a sí mismos la vida como algo encantador, fruto de una visión histórico-religiosa de la existencia mucho más laxa que la de los occidentales tecnológicamente más desarrollados, pero yo no consigo considerarla más allá de lo que consigo ver: el desarrollo de un proyecto social desastroso, cruel, insolidario e irresponsable que no se explica sólo por herencias envenenadas del colonialismo o por el sistema global económico actual de explotación de unas sociedades por otras.

La Vieja Delhi, la que se inscribe dentro de la cicatriz de las antiguas murallas, ya desaparecidas, que puede detectarse a simple vista en cualquier mapa (aquí lo tenéis en Google Earth) es un enorme entramado urbano caótico que responde al modelo de ciudad islámica medieval, a pesar de que su origen es bastante tardío, pues su estructura actual fue concebida en el siglo XVII, cuando se construyó el Fuerte Rojo y el emperador Shah Jahan diseñó la última de las 7 ciudades que existieron en Delhi, le dio el nombre de Shahjahanabad y la constituyó en capital del Imperio Mogol.

Como islamólogo aficionado y muy modesto que me considero, soy un degustador de la arquitectura musulmana y, así como carece de una arquitectura hinduísta remarcable, Delhi cuenta con algunas de las mezquitas y monumentos islámicos más interesantes del mundo. Sobre todo mezquitas de estilo afgano, construidas en los primeros tiempos de la islamización del subcontinente y cuya evolución daría lugar a las impresionantes construcciones mogolas. Al ser anteriores de la refundación de Delhi de Shah Jahan, se encuentran alejadas del centro, en lugares donde existieron centros de poder del Sultanato de Delhi antes de la irrupción mogola. Son mezquitas abiertas en las que la sala hipóstila ocupa una mínima parte del total del edificio, sirviendo el patio como propia sala de oración. Presentan así una importante fachada interior que da al patio, paralela al muro de la qibla que marca la entrada a la sala hipóstila. Las primeras, las de estilo afgano, ocupan esa fachada con intrincados lienzos de escritura coránica labrada en la arenisca roja en que están construidos. . En algunas se usa sólo la arenisca, en otras aparecen incrustaciones de mármol blanco y piedra negra, creando combinaciones de gran belleza. El resultado es, de cualquier forma magnífico como podéis comprobar en las fotos que cuelgo para ilustrarlo.

De todos los lugares históricos de Delhi mi favorito es el complejo Qutub Minar. En él se encuentran los restos de una de las mezquitas más curiosas del mundo, la Quwwat-ul-Islam, comenzada a construir en 1190, el mismo año en que las tropas musulmanas al mando de Qutb-ud-din conquistaron la ciudad al último rey hindú de Delhi. El frontal del oratorio está construido formando un sólido lienzo de arenisca roja de puro estilo afgano, del que se conservan sólo el gran arco central y tres laterales, profusamente labrado con citas coránicas, mientras las columnatas del patio proceden del expolio que el nuevo sultán realizó en los templos jainistas de los alrededores. A pesar de la violencia que supuso tal fusión de elementos, hoy en día, ya ruinoso y por tanto fuera de culto, lo que supone el alivio de que ninguna regla religiosa vigilada por barbados de boinilla de croché blanca hay que cumplir para visitarlo, es un lugar lleno de misterio, con la belleza triste de lo ruinoso, vigilado por el impresionante alminar, Qutub Minar, cilíndrico ahusado que se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad. Siempre que vuelvo a Delhi lo convierto en mi primer lugar de peregrinación. Temprano, antes de que lleguen las hordas de turistas y me impidan disfrutarlo en soledad.


Ruinas de la fachada interior de la primera mezquita que se construyó en India, la Quwwat-ul-Islam, comenzada en 1190. eL pilar de hierro que véis en el centro es el Pilar de Ashok, uno de los muchos que el emperador budista colocó a lo largo y ancho de su imperio en el siglo III ad.C. La principal perticularidad del pilar es que está forjado con una aleación que no permite la oxidación. Los especialistas no han conseguido determinar su composición exacta. Las columnas del patio pertenecen a un templo jainista que existía previamente en el lugar, como podéis ver en la foto de abajo.







Vista en escorzo del impresionante Kutub Minar, de 72 mts. de alto, construido como alminar exento a pocos metros de la mezquita.


Ventana de la madrasa del complejo del Qutub Minar. Mármol y arenisca.

El último edificio de estilo afgano de Delhi es la preciosa mezquita Qila-i-kuhna, de mediados del siglo XVI, situada en el corazón del Purana Qila, el Fuerte Viejo, del que sólo quedan milagrosamente un par de edificios en pie. Abajo podéis ver un detalle de uno de los frisos de sus muros exteriores.