(del laberinto al treinta)


viernes, 5 de diciembre de 2014

Maldiciones: duelo a muerte en Miraflores

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Non colonne vogliamo, non fontane:

pane vogliamo, pane, pane, pane.

(Pasquín romano del siglo XVI)

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Aprovechando que estos días toca una vez más regurgitación cíclica del tema del CENTRO DE CREACIÓN CONTEMPORÁNEA, vulgo C4, a cuenta del último movimiento trilero que la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía nos ha montado para hacernos creer que aún hay vida más o menos listilla en sus despachos me he acordado de una conversación que tuve recientemente con mi amiga P.

Mi amiga P. es italiana, historiadora medievalista, una enamorada de Córdoba y fascinada por los sucesos que ocurrieron en el arrabal de Saqunda a principios del siglo IX: un emir omeya, que se empeñó en freír a impuestos a sus súbditos con el fin de pagarse un ejército de mercenarios que le protegiese de esos mismos súbditos cuando se levantasen contra él por haberlos fríto a impuestos con los que pagarse un ejército con el que…. Así, cuando este sencillo bucle profético se cumplió y el pueblo se levantó y trató de tomar el alcázar con el confesado fin de convertir al emir en almóndigas, éste ordenó al ejército que se había comprado que entrara en el arrabal principal de la ciudad y pasara a cuchillo a sus habitantes. Además hizo crucificar a varias decenas de sus cabecillas y en un gesto supremo de misericordia se limitó a mandar al exilio al resto de la población, que sumaba varios miles. Fue el primer gran exilio constatado documentalmente que ocurrió en este país cuya historia está empedrada de exilios. Después dio la orden de arrasar todas las casas sin dejar piedra sobre piedra y lanzó una terrible maldición: que por los siglos de los siglos no se volviese a construir edificio alguno en su solar.

Hace un par de meses P. pasó por aquí y vino a visitarme. Mientras enfilábamos hacia el lugar donde ocurrieron aquellos hechos le informé de que el Ayuntamiento había decidido homenajear a esos héroes cordobeses colocando en medio de la península donde estuvo el arrabal un monolito que honrara su memoria. Y se lo señalo en la lejanía cuando pisábamos la mitad del puente de Miraflores. Saltó de alegría y la adiviné relamiéndose por dentro pensando en la foto que se haría posando junto a él. Pero pronto se le congeló la emoción y me atravesó con una mirada enfurruñada cuando se acercó lo suficiente como para descubrir que le había gastado una broma y que el monolito que había visto a lo lejos era en realidad un pilar coronado por la imagen de uno de los avatares de la deidad femenina de los católicos, una que llaman del Rocío, asociada al señoritismo tradicional andaluz, que no tiene nada que ver con la ciudad y menos con ese lugar concreto y que había sido colocada hacía menos de un año por la presión de un poderoso lobby de sus adinerados adoradores de caballo y espuela. ¿Y –me preguntó alarmada- el de los exiliados cordobeses que aquí vivieron y que acabaron unos engrandeciendo la ciudad de Fes y otros, en una hazaña comparable a la epopeya americana, conquistando y colonizando la isla de Creta y fundando un próspero emirato que duró 160 años y cuyo último monarca llevó hasta su muerte y orgullosamente el sobrenombre de El Qurtubi (El Cordobés)? Anda, respira, hija… Nada, de esos –le informé- el noventaicinco por ciento de la población de esta ciudad no tiene ni puta idea de que hubieran existido.

Nos sentamos en un banco a la sombra de la deidad femenina, al borde del enorme socavón informalmente alambrado donde la vegetación salvaje resquebraja pacientemente los cimientos del viejo arrabal dejados al descuido y la intemperie desde hace años y frente al perfil histórico de la ciudad. Allí me dispongo a contarle una historia de luchas titánicas y mitológicas ocurridas recientemente en este lugar.

Aunque en esta ciudad nadie sepa nada de la grandeza y tragedia de aquellos cordobeses y los restos arqueológicos de los cimientos de las que fueran sus casas, sus mezquitas, sus posadas, sus pozos, hayan sido minuciosamente destruidos tras ser descubiertos por los arqueólogos unos y yazcan cubiertos de jaramagos otros, sin que a ninguna autoridad cultural se le haya ocurrido poner no ya un parque arqueológico o un monumento, sino ni siquiera una miserable plaquita como recordatorio de aquellos memorables y terribles sucesos ocurridos hace 1.200 años, una fantasmagórica influencia sigue perfectamente viva: la Maldición del Emir.

Durante esos 1200 años en toda esta península que forma el meandro del Guadalquivir y cuya totalidad ocupara el desgraciado arrabal, la Maldición del Emir se ha cumplido inexorablemente. Nunca se construyó en ella ni una sola casa. La sombra del cruel al-Hakam ibn Hisham como la de una enorme y siniestra ave de mal agüero la ha sobrevolado todo ese tiempo sobrecogiendo el ánimo de todo el que osara poner ladrillo sobre ladrillo.

Hubo que esperar a los años bisagra entre milenios, finales del siglo XX y principios del XXI, para que la vieja Maldición del Emir viera amenazada la influencia de sus maléficos superpoderes por los no menos poderosos de una nueva maldición no menos maléfica que le hizo frente: la Maldición de la Estupidez Contemporánea. Sus huestes las formaban un cogollito de aguerridos políticos, arquitectos y constructores subidos a una inconmensurable joroba de soberbia que decidieron remover los milenarios restos intocados para construir sobre ellos sofisticados edificios hipervanguardistas de la muerte.

Ambas terribles maldiciones cruzaron sus flamígeras espadas como Saruman y Gandalf en la Roca del Destino para que Éste decidiera cuál de las dos prevalecería en la vieja península de Miraflores. La Maldición del Emir se defendió bien al principio y ganó la primera batalla: los soberbios que pretendieron construir en ella el grandioso, atrevido y rompedor edificio del Palacio de Congresos de Rem Koolhaas se comieron una mierda, además de diez millones de euros de las arcas públicas, que se perdieron de paso por extraños conductos digestivos como castigo colectivo por el inaudito atrevimiento de olvidase de las palabras del terrible omeya.

Pero en la segunda batalla la vieja maldición emiral ya se encontraba cansada y herida y la moderna maldición de los soberbios contemporáneos consiguió arrinconarla lo suficiente como para permitirles medio terminar otro mamotretazo: el Centro de Creación Contemporánea. Con todo y con haber quedado maltrecha, la vencida y malherida maldición medieval aún tuvo fuerzas para sacudir de refilón con su cola sagitaria el rostro de aquella gente soberbia y convertir, parece que para siempre, el fruto de su delirio ejecutado en un edificio fantasmagórico.

Mi amiga se sonríe y me dice que le ha gustado mucho la historia pero que considera que me paso siete pueblos en mi apreciación de los esfuerzos de esas buenas gentes, aparte destrucciones arqueológicas que a ella le duelen particularmente, por convertir la desierta península en un motor de riqueza para la ciudad. ¿Que me paso? Bien, ella lo ha querido, porque ahora la castigaré contándole la verdadera historia, esta vez libre de mitologías, de los dos edificios que allí se planearon como motor de arranque para el progreso de la ciudad.

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EL PALACIO DEL SUR

Llatzer Moix en su libro Arquitectura milagrosa pone en relación la histórica y apabullante, la milenaria sumisión hispana al catolicismo con la arraigada creencia en los milagros que persiste aquí y aún en tiempos y en personas completamente secularizados. Como un edificio icónico, espectacular, el Guggenheim, fue capaz de obrar el milagro de recalificar una ciudad, Bilbao, poniéndola en el mapamundi de las maravillas contemporáneas, todas las ciudades, pueblos, e incluso barrios de este país podrían gozar del mismo milagro> edificio icónico> alfiler en los mapas. Cuenta, por ejemplo, cómo hubo un tiempo no muy lejano en que un alcalde de una gran ciudad entregó un gran solar a un arquitecto estrella para que construyera allí lo que él quisiera. Una vez construido ese lo que fuera y debidamente firmado por su autor ya verían si se usaba como biblioteca, museo o centro de la tercera edad. Lo importante era que el arquitecto-santo obrara un milagro de ladrillo, pagado eso sí cada uno de ellos a peso de oro, que pusiera a su ciudad en el mapa. Es el mismo mecanismo fenoménico, según Moix, que el deslumbramiento que sufrieron los pastorcillos por las apariciones marianas de Lourdes y Fátima.

La Cidade da Cultura de Santiago y la Ciudad de las Artes y las Ciencias en Valencia son los casos más extremos de priapismo político-arquitectónico, pero desde luego no son los únicos. Como dice Moix hubo un tiempo en que la mayoría de los políticos con poder de decisión de este país obnubilados ellos mismos por la capacidad milagrosa de la arquitectura icónica o asesorados por alucinados gurús con intereses más o menos evidentes u ocultos, sacaron adelante proyectos que no surgían del adecuado estudio de las necesidades reales de sus comunidades y que dieron lugar a operaciones poco meditadas, sobredimensionadas, innecesarias, costosísimas (sufragadas con dineros públicos) y en la mayoría de los casos ruinosas.

Los políticos de Córdoba, una ciudad gobernada por entonces por los herederos del socialismo racionalista a los que se les suponía una sensatez distributiva muy por encima de la de la rancia derecha franquista y de la socialdemocracia devenida centro-derecha civilizada, esta última embarcada en el carísimo Suflé Propagandístico de la Expo-92, no supieron sustraerse a ese pecado de soberbia e irresponsabilidad fundante de la sociedad del espectáculo contra la que se supone que estaban en política para luchar, y quisieron también su santo milagroso, pero además, ya puestos, lo quisieron más haiga que el del vecino. Es así como un cogollito de estetas alucinados, comandados por un arquitecto, se hicieron con el poder decisorio de lo que había o no había que hacer para revitalizar el tejido cultural y económico de la ciudad en un momento en que la traidora plata dulce que venía de Europa corría que era un gusto. Algunos pronto empezamos a sospechar que lo único que les movía era materializar su soberbia y sus sueños estéticos vanguardistas en obras que colmaran su gusto exquisito y de paso el bolsillo de los constructores y las expectativas del mercado, antes que crear un tejido conjuntivo cultural, artístico y social lo más amplio y profundo posible con base en las necesidades de expresión y educación de los ciudadanos usuarios de la ciudad. Hagamos un Centro de Congresos tan descomunal y firmado por un arquitecto tan estelar que las generaciones venideras nos tomen por locos. Al final los hemos acabado tomando por otra cosa. En una ciudad que sólo vive del turismo cultural basado en los restos que perviven de su esplendoroso pasado, pero que estaba en pleno proceso de arrojar a la alcantarilla de la historia el petróleo que iba apareciendo en su subsuelo, en la que puede considerarse la mayor destrucción de restos arqueológicos perpetrada en menor tiempo de la Historia de la Humanidad y el único record del Guiness a que puede aspirar; inserta en un nicho de feroz competencia entre tres ciudades vecinas a menos de 16o Kmts. con Centros de Congresos que además empezaban a demostrarse negocios ruinosos por esa misma competencia; en la que el mayor empeño a que se podían dedicar los esfuerzos políticos y económicos de la ciudad era a tratar sustraer por pura higiene democrática la cultura y las relaciones sociales a las instancias e instituciones más reaccionarias que las mantenían secuestradas para adecuarlas por fin a los tiempos constitucionales… En esa ciudad se decide la locura de construir un edificio de tamaño descomunal, de presupuesto descomunal y de irregularidad adjudicataria de su diseño por el jurado descomunal. Alguien decidió que ESE era el edificio justamente que la ciudad anhelaba, no ya por encima de los mínimos criterios de necesidad, sino incluso de los de estricta justicia competencial respecto a otros proyectos más razonables. A mí me gusta y punto, que paga el pueblo. Un icono / edificio emblemático de estirpe guggenheimiana en una ciudad que ya posee uno de los iconos / edificios emblemáticos más importantes y reconocibles del mundo: la Mezquita. Parece ser que el escritor Vicente Verdú, miembro de aquel liberal jurado, fue uno de los pocos o tal vez el único que se horrorizó por la posibilidad infértil de que aquel enorme falo de frío vidrio y acero pudiera alzarse un día frente a la cara milenaria y dorada de la Mezquita de Córdoba desafiando su serena respetabilidad con una jactanciosa lascivia. Diez años después y diez millones de euros menos para las arcas de la ciudad la amenazante erección ha quedado en vergonzante gatillazo.

Los responsables de aquella barbaridad aún siguen algunos en política y otros galleando impunemente en foros y tertulias sin haber asumido ni un gramo de su culpa. La culpa siempre la tienen otros, los que no estuvieron a la altura de su grandeza de alma que flota en el éter del esteticismo sublime y les robaron el gusto de ver sus sueños de reyes Midas realizados.

Pero afortunadamente esa impunidad no ha sido total. La Maldición del Emir maniobró en la oscuridad, que es donde maniobran las buenas maldiciones, para procurar que recibieran su merecido castigo: quedar inmortalizados ya de por vida en un libro de referencia de aquel fenómeno, La arquitectura milagrosa de Llatzer Moix en el nítido retrato que les hizo con sólo cuatro trazos en las escasas líneas que dedicaba a la Estafa Cordobesa del Palacio del Sur:

Hemos visitado diez escenarios. Pero podríamos haber visitado más. Córdoba, por ejemplo. Allí, el jurado que debía fallar el concurso del Centro de Congresos estuvo dudando entre premiar a Zaha Hadid o a Rem Koolhaas. Los políticos apostaban por una obra de Hadid, mujer de orígenes musulmanes y por tanto, en términos de imagen, candidata idónea para construir entrado el siglo XXI en la antigua capital del califato omeya. Pero Koolhaas, que llegó en jet privado y exigió hotel con piscina, supo defender su proyecto con tanta brillantez como displicencia y subyugó a los arquitectos del jurado, que acabaron eligiendo su propuesta. Pese a incumplir varias bases del concurso. Pese a trasladar su obra desde el emplazamiento previsto en la península de Miraflores, sin vistas a la ciudad histórica, hacia otro en el que sus 360 metros de fachada podían ‘dialogar’ cara a cara con la mezquita de Córdoba. (Otros no hablan de diálogo, sino de desafío). En este caso, la enseñanza sería que la cuota de responsabilidad de los jurados en ciertas obras desaforadas es alta.

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EL CENTRO DE CREACIÓN CONTEMPORÁNEA

La otra barbaridad, ésta cumplida, que la Maldición de la Estupidez Contemporánea arrancó a la Maldición del Emir fue la semiconstrucción del Centro de Creación Contemporánea, para cuya cimentación se destruyeron 15.000 mts2 de restos arqueológicos del arrabal de Saqunda. Su gestación surgió en el calor de aquella otra monumental fantasmada del 2016, aquel desquiciado, desesperado y finalmente fracasado trampantojo de querer vender a los tours operators una compuesta cultura local satinada, en una ciudad dominada oficial y casi absolutamente por la ahumada estética - y la ética- del oscurantismo y el reaccionarismo más acrisolados, con el exclusivo fin de llenar los restaurantes de gentes más o menos rubias comiendo salmorejo. Se trata de un edificio de diseño muy original que, pese a encontrarse perennemente a medio terminar, ya empieza a ser un clásico en las revistas especializadas de arquitectura por su estructura y decoración en celdas de las que se resalta su parentesco con la concepción abierta y diacrónica de las construcciones religiosas islámicas. Eso más o menos vienen a decir aunque a algunos nos recuerda más bien la estética de las parroquias de barrio de los 70 con o sin cura progre incluido. Probad a ponerle mentalmente un campanario del mismo estilo en una esquina…

Los centros de creación contemporánea son un producto típicamente europeo que consiste más o menos en habilitar espacios dentro de edificios públicos donde los artistas sin posibilidades de contar con talleres, herramientas o los materiales adecuados para realizar sus obras los encuentran a su disposición, les son habilitadas salas de exposición y se les proporcionan las plataformas publicitarias convenientes para su difusión. Los modelos son variados, desde el sistema de becado completo hasta módulos de oferta parcial. Y funcionan bastante bien por lo que tengo entendido. En España los pioneros y modelos de gestión y eficacia son Arteleku de Donosti y Bilbaoarte de la capital vizcaína. En ambos primaron claramente desde un principio para su puesta en funcionamiento los criterios que apuntaban a dirigir el máximo pico presupuestario a la oferta de oportunidades para los artistas, sobre los réditos políticos propagandísticos de los responsables.

ARTELEKU, perteneciente a la Diputación Foral de Gipuzkoa, nació en los años 80 adaptando una vieja fábrica de suministros eléctricos en las afueras de Donosti. La filosofía de la institución la condensó la investigadora Miren Gaio en el siguiente párrafo a él dedicado:

… La creación de un espacio autónomo dedicado a la práctica artística y la formación, frente al más visible espacio de exhibición, y se explica por una voluntad política real de fomentar el arte no como instrumento de representación de la política sino como bien común, voluntad sustentada por una fe casi mesiánica en el valor simbólico del arte.

BILBAOARTE nació unos años después, cuando aún el Guggenheim no estaba acabado, por voluntad de la concejalía de cultura del Ayuntamiento de Bilbao que vio la necesidad de crear un espacio para fomentar y sustentar la creatividad y el tejido artístico de la ciudad para que dialogaran y complementaran con el carácter exclusivamente museístico de lo que se estaba construyendo. Yo he tenido la oportunidad de visitarlo varias veces en los últimos años y doy fe de que está instalado en el edificio de un viejo colegio en desuso desde los años 80 y adaptado y rehabilitado poco a poco a los largo de los años en los que ha primado siempre la inversión en dotación de medios al servicio de los creadores sobre los dedicados a la representación propagandística y el espectáculo mediático. Hace un año, dieciocho después de su apertura, aún había espacios interiores en espera de adecuación porque hacerlo suponía menoscabo de la función primordial de dotación de medios directos a los artistas. Se da la curiosa circunstancia que de los 36 becados de este año, cinco son andaluces. Debe ser que solicitan las becas a Bilbao porque les encanta el clima del Cantábrico más que porque el dinero de las que les corresponderían en su tierra está invertido en ladrillaco decorativo.

La comparación con el proceso de fundación de su equivalente cordobés, en el que se han gastado 30 millones de euros en los seis años que tardó en construirse, se encuentra sin dotación, sin perspectivas y lo que es peor, sin uso, sin visos de uso y sin seguridad de si existe alguna idea del mismo, es sencillamente acuchillante. Es así como hacemos las cosas en Andalucía. Aunque no ande, burro grande, grande, grande… Igual deberíamos preguntarnos por qué en el País Vasco los escándalos de corrupción son anecdóticos y en nuestra comunidad empiezan a alcanzar los sobacos de toda la clase política.

Yo sigo sin comprender la devoción que le tienen los creadores cordobeses y la absoluta falta de crítica a su construcción que se ha podido hallar en sus filas. Cuando precisamente todo el dinero que se gastó en su elevación ha sido dinero escamoteado a proyectos perfectamente posibles de los que podrían haberse beneficiado ellos, y sobre todo, sus obras y el conjunto de la ciudadanía. Ellos sabrán qué es lo que quieren...

La suerte que tenemos después de todo es que ya los cristofachas del PP no tienen la más mínima oportunidad de ganar las elecciones autonómicas porque si no aquella broma que me permití hace años de suponer el edificio en un futuro sede del Centro de Creación Cofrade dejaría de serlo. Pero si no ganan estos y lo hacen los de siempre el riesgo estará en que se convierta en un salón de la BBC, (Bodas, Bautizos y Comuniones) o en el nuevo mercado gastropijo que los de Hostiacor andan buscando o en el peor de los casos en el centro mundial del Flamenquín de Oro.

Al-Hakam, viejo cabrón, tómate un reconstituyente y relanza tu vieja maldición para que con su flamígera espada aleje definitivamente de nuestras vidas la Maldición de la Estupidez Contemporánea…