(del laberinto al treinta)


lunes, 5 de mayo de 2014

Patios Cordobeses: una visión insorrible.

El origen del Festival de los Patios Cordobeses está sumido en una espesa oscuridad, pero lo más probable es que naciera a finales del primer tercio del siglo XX por voluntad de un grupo de burgueses amantes de los vinazos populares decididos a entronizar los patios de vecinos en los que vivían los obreros como lugares de peregrinación anual, de juerga cíclica, con la excusa de la exaltación de la supuesta alma eterna del pueblo al que explotaban secularmente sus familias. Ellos vivían también en casas con patio porque patios siempre hubo en Córdoba como les encanta recordar a sus publicistas cuando enhebran sus antedecentes históricos: la casa romana, la andalusí, la renacentista... Pero en su concepción y acceso siempre hubo clases. En las casas de los ricos, con patios especialmente hermosos, sólo podían entrar los dueños y sus sirvientes. Y en el Festival que inventaron permanecieron estrictamente privados, no concursables, no visitables. En los otros, en los que se hacinaban decenas de familias en condiciones infrahumanas, siempre pudo entrar cualquiera. Eran públicos. El fin era la explotación social, política, económica y estética de ese primitivismo decorativo de la cal y la gitanilla, del pueblo sencillo y dócil que entretiene el hambre regando macetas con una lata atada a un palo. Pero cuando ese mismo pueblo abandonó su secular docilidad y reclamó sus derechos de ciudadanía firme pero democráticamente la casta dominante tuvo que escarmentarlo con la suficiente contundencia como para que entendiera para siempre cuál era su patio, florido o yermo. A mediados de los 50 los guardianes locales de los campos de concentración en que los escarmentadores convirtieron cada ciudad y cada pueblo de España trataron de blanquear los muros contra los que perpetraron El Genocidio mediante la exaltación de los localismos populares más vistosos. Y en el de Córdoba el Festival de los Patios, de los patios de los pobres escarmentados, sirvió para atraer turismo y vender la imagen de una turbadora placidez, la de la población rigurosamente vigilada a punta de pistola.