(del laberinto al treinta)


viernes, 15 de febrero de 2008

El Trono de la Hipocresía

En la entrada de ayer se me escapó un imperdonable error. Dije que dentro de la Iglesia el divorcio se perdona con un simple formateo confesional. No he dormido en toda la noche pensando en esa tremenda barbaridad. La confesión, ese genial invento de control social por el acceso a ingentes cantidades de información privilegiada sobre el interior mental de los fieles y por su condición de espita aliviadora de la insoportable presión de las normas de conducta católicas, es simple pero tiene algunas pequeñas reglas. Una de ellas, base fundamental de la hipocresía consustancial al catolicismo, es lo del propósito de enmienda. Es curiosa la utilización de esa expresión en concreto y no de otra. Lógicamente lo que debería exigir es un verdadero compromiso de enmienda, pero el requisito se queda prudentemente en mero propósito, fiado a largo plazo y sin demasiada contundencia en la exigencia de cumplimiento. Pero desde luego todos los católicos saben que el perdón inmediato de los pecados sólo es posible si estos no son pecados continuos, es decir, que se están cometiendo por el acceso a un estado estable contrario a las normas obligatorias de la Santa Madre Iglesia. No es lo mismo echar un embuste, o incluso matar, perdonables por arrepentimiento sincero tras la comisión que vivir continua y contumazmente en pecado. Es el caso del divorcio. Un divorciado recasado por lo civil no tiene derecho a la comunión porque no puede ser absuelto, limpiado de pecado, ya que no puede enunciar ni siquiera el propósito de enmienda mínimamente exigido para su perdón. Inmediatamente después de salir del confesionario sigue estando tan en pecado mortal como cuando se arrodilló ante el confesor. Es una cuestión de pura lógica interna de las normas a las que se acogen voluntariamente los católicos desde que su religión no es obligatoria para todos. Para ser perdonado tendría que dirigirse inmediatamente después al juzgado y solicitar el divorcio de su actual pareja y tratar de convencer a la antigua, primero de que se divorcie si ha vuelto a casarse y luego de que volviese a casarse por lo civil de nuevo con él mismo, puesto que por las leyes divinas lo estuvieron siempre. El hecho es que inevitablemente, dada la cantidad de gente que sigue comulgando y la cantidad de gente que se ha divorciado y recasado y que se siguen considerando católicos, sólo puede significar que miles de personas están accediendo a un sacramento católico sacrílegamente o que están siendo absueltos, cosa difícil de creer, fraudulentamente por sacerdotes irresponsables. Lo más probable es que esa gente esté cometiendo un nuevo pecado a sumar a la nómina: el de soberbia, al autoarrogarse el poder de decidir por ellos mismos qué es y qué no es pecado, independientemente de la claridad meridiana con que lo haya fijado la Iglesia a la que deben obediencia y sumisión. Cuando yo era pequeño me amenazaban con la posibilidad de que la hostia se pusiese a sangrar al ir a recibirla si no estabas completamente limpio de pecado, un numerito que siempre me acojonó lo suficiente como para que cantara de plano siempre hasta el último pecadillo. Tal vez cabría exigirle al Dios todopoderoso un milagrito de ese calibre de vez en cuando para que sirviera de escarmiento.


Idols of Hypocrisy (Kris Kuksi)

Por eso me ha parecido de una hipocresía supina el que algunos laicos hayan alzado su voz contra el cura que negó la comunión recientemente a una divorciada en Córdoba a la que pescó in fraganti porque conocía su situación. Dado que lo de la hostia sangrante no funciona es la única manera de pillar a los sacrílegos infractores. Y al buen cura lo atacan ¡por cumplir con encomiable celo profesional con su trabajo! En concreto, varios artículos en la prensa local, entre los que descolla, el siempre descollable Joaquín Azaústre, el mayor excretador de irisados tropos al oeste del Pedroche. Tampoco podía faltar nuestra renacida, inefable y metomentodo alcaldesa, Rosa Aguilar. El problema de muchos laicos es que por mucho que hayan dejado de creer en paparruchas supersticiosas se hallan aún contaminados totalmente por la hipocresía católica. Y es normal porque la hipocresía es una de las señas de identidad del catolicismo desde que la Iglesia se vio obligado a crear el artificioso edificio de la Contrarreforma para defenderse encastillada y empostigada de los aires de libertad que trajo el humanismo renacentista y la Reforma Protestante con su exigencia de responsabilidad absoluta personal frente al ejercicio del mal. El barroco, en todas sus manifestaciones, responde a ese estado de hipocresía permanente. Un decorado hiperbólico, perfecto para cubrir la podredumbre moral administrada por la Iglesia. Así que incluso a los personas que han conseguido desengancharse de las cadenas de la obediencia vaticana les resulta sumamente difícil desprenderse de los vectores principales del comportamiento grupal de una sociedad atrapada en esa gelatinosa atmósfera durante cinco siglos.

La hipocresía católica lo impregna todo. Los mayores responsables son desde luego los propios católicos, que no dejan de aprovecharse de los avances sociales y morales que el laicismo, la ilustración y la democracia ha ido consiguiendo a costa de limar las dientes a la fiera teocrática a la que ellos mantienen con su fe o con el aprovechamiento de sus servicios folklóricos. Mientras ven impávidos cómo la Iglesia trata por todos los medios de arrebatarles a ellos también esas conquistas e imponernos a todos su moral de sacristía. Y los más comprometidos con las doctrinas sociales de la Iglesia cuando se sienten presionados para cumplir los preceptos no tienen otra salida que despotricar de la jerarquía a la que deben obediencia y sacan a relucir la falta de democracia de la Institución. Yo no sé si es que se vuelven idiotas por el consumo excesivo de estupefacientes sacramentales o realmente son conscientes de su hipocresía, porque pretender convertir un estado teocrático en un movimiento asambleario participa del mismo grado de cándida lerdez o delirio mórbido que la creencia ciega en el misterio ese de la Unicidad Sustancial del Padre, el Hijo y el Palomo Fecundador ese de marras. Pero, claro, de donde no hay no se puede sacar.

El problema principal que tiene la Jerarquía Teocrática Católica es que no tiene cojones de meter en cintura a esa caterva de hipócritas que forma su feligresía y necesita que sea el Estado el que asuma esa responsabilidad. Exactamente igual que hacían en la época de la Inquisición. Ellos juzgaban según las leyes eclesiásticas, pero quien se llenaba de la sangre de las torturas era la mano del Estado. Ayer lo explicó maravillosamente Juan Carlos Rodríguez Ibarra en la que es probablemente la más luminosa de sus intervenciones públicas. Ya podría tomar buena nota Zapatero y en lugar de irse de cena privada con el nuncio a mendigarle comprensión y moderación podría mandarlos a todos al infierno ese recién reabierto por el Jefe Supremo, ese antiguo soldado nazi de tan brillante carrera en el mundo de las dictaduras indiscutibles e indiscutidas.



The Throne of Lucifer (Kris Kuksi)


Porque el ejemplo puntual de la comunión negada a la divorciada es ampliable a las hipócritas críticas que están lanzando contra las jerarquías eclesiásticas los responsables de los partidos políticos que no se ven beneficiados por sus orientaciones en el voto de sus fieles. Según la más básica regla del juego democrático los curas tienen todo el derecho del mundo a exigir a los miembros que se dicen adscritos a su secta que cumplan las normas internas. Y por tanto tienen todo el derecho a exigir a sus fieles que voten a los partidos que ellos consideren que cumplen los requisitos básicos para ser bendecidos con su elección, los que prometen regular la vida pública conforme a las doctrinas vaticanas. Y eso los políticos socialistas y de IU (Rosa Aguilar, verbi gratia) que se dicen católicos deberían saberlo. La hipocresía de los socialistas y de Rosa Aguilar está en que si no reconocen ese derecho democrático no es porque realmente lo pongan en duda en sí mismo, sino porque se sienten estafados por la Iglesia Católica que no ha cumplido la parte que le corresponde, mantener la boquita cerrada, en el descarado soborno que supone la financiación de sus estructuras con dinero público. Por eso chillan cuando oyen a los curas cumplir con su obligación pastoral de exigir el voto para sí mismos a través del partido titular de su concesionario, un partido clerical y ultraderechista como han sido siempre los partidos de derechas en España cuando no han sido directamente fascistas y, por tanto únicos.

Así que lo que se impone directamente para poder jugar todos con la misma baraja es la eliminación radical de cualquier privilegio de cualquier tipo, pero principalmente económico, del que pueda beneficiarse la Iglesia Católica y las demás religiones. Al ser organismos privados, una especie de clubs para el consumo comunitario de productos religiosos, tienen que autofinanciarse. Una vez conseguido esto los partidos laicistas no tendrán ningún motivo para dudar de los derechos a la libre opinión de las autoridades religiosas y a cambio éstas tendrán que soportar cualquier crítica que el mundo laico e ilustrado haga acerca de sus creencias, como ideas perfectamente criticables que son, sin que se les pueda acusar a ninguno de los dos de falta de respeto, ya que lo que son únicamente portadores de derecho al respeto son las personas y nunca las ideas. Así los curas podrán libremente exigir a sus fieles que voten al PP y los laicos tendremos derecho a decirles que las creencias de los católicos no son más que una serie infinita de soplapolleces supersticiosas impropias de personas adultas del siglo XXI con sus herramientas de pensar perfectamente engrasadas y desde luego deben estar absoluta y radicalmente fuera de las materias impartidas en la escuela, tanto pública como privada.

jueves, 14 de febrero de 2008

Hipocresía cofrade

El cura de mi barrio (parroquia de San Francisco de Córdoba), se nos ha destapado como un verdadero predicador atronante y apocalíptico. Como es natural yo no lo he escuchado nunca ni maldita la falta que me importa. Es más, acabo de incluso de enterarme ahora de que goza del celestial nombre de Rafael María de Santiago. Pero lo que cuenta de él el ABC ha conseguido que me caiga bien. Por fin un cura que abandona las hipocresías relativistas y canta las verdades a la grey. Según el beato diario, ya vuelto al buen redil de la ultraultraderecha de donde nunca debió salir, el otro día abroncó contundentemente desde el púlpito en no sé qué misa de no sé qué regla de no sé cual hermandad de esas que procesionan tan bonito, a los cofrades de esta ciudad por su poca solidaridad con la Santa Madre Iglesia y su silencio cómplice en estos amargos días en que sufre la persecución de los crueles neopaganos diocleciano-socialistas (vienen tiempos difíciles para los cristianos, aunque también «fantásticos», pues están siendo «perseguidos por ser fieles a Dios», atronó atorrante con el dedo tieso). Y de paso, e indirectamente, los instó (iluminándolos, dijo literalmente) a que la venguen votando a quien tienen que votar, que no puede ser a otro, claro, que al PP. Aparte la posibilidad de poder disfrutar de la sarta de estupideces y adornos de faena de rigor en estos casos, lo que más me ha gustado de verdad de los jirones de homilía que trae el diario, por ser lo más coherente que haya oído en mucho tiempo, ha sido la justa bronca en sí misma a los cofrades. Con el santo látigo de la justa intolerancia que predicara san Josemari ha azotado valientemente sus conciencias poniéndolos en su sitio. Y su sitio es el que es. Al lado de la Iglesia y del PP. La hipocresía consustancial al catolicismo, que en los últimos y relativistas años ha alcanzado cotas alarmantes, en el caso de los cofrades llega a ser además sangrante. Y el cura cumple con su santa obligación recordándoselo. Ser cofrade significa ser de derechas pura y duramente. Y votar a la Iglesia que se presenta a las elecciones mediante su brazo político, el PP. Y punto pelota. Y si no te gusta, pues rompes el carné y te apuntas a una murga de carnaval, donde tienes lo mismo y además puedes votar a quien quieras. Porque si los católicos en general están acostumbrados a hacer con la capa de su catolicismo un sayo de iniquidad y pecado los cofrades son ya la repapoya. Se divorcian, se hacen pajas, prefieren los peroles a las misa dominical, etc. Lo único que parece interesarles a los muy hipocritones es disfrazarse de kukuxklanes, ponerse ciegos de alcaloides cerúleo-incensorros, sacar sus ídolos a la calle y mantearlos a base de bien, etc, todo sin compromiso con la Secta. Pero si todos esos pecados pueden ser perdonables con un simple formateo confesional, votar a los perseguidores de la Iglesia los conducirá directamente a ese infierno recién reabierto e inaugurado por el que fuera Inquisidor Mayor reciclado ahora en Sumo Pontífice. Diga usted que sí don Rafael María, ¡que sólo son unos aprovechaos!

martes, 12 de febrero de 2008

Wislawa Szymborska

Soy un adicto a las columnas sabatinas de Francisco Calvo Serraller en el Babelia. No siempre, pero a veces me hace descubrimientos deslumbrantes. Poemas, películas, novelas, cuadros... Y me proporciona perspectivas interesantes desde donde abordarlos. En uno de esos artículos me descubrió el precioso corto de Wong Kar-wai La mano, el último de los tres episodios de la película Eros en el que también participan Michelangelo Antonioni y Steven Soderbergh. En otra ocasión me descubrió otra película de la que disfruté intensamente, la entrañable Chichi ariki (Érase una vez un padre, 1943) de Yasujirō Ozu. Así que siempre le hago caso, aunque no siempre es fácil conseguir lo que propone. Hace tres semanas dedicó un artículo al recién traducido libro de la poeta polaca, premio Nobel en 1996, Wislawa Szymborska, Dos puntos (Ed. Igitur, 2007). Aunque la conocía de oídas desde hacía tiempo precisamente por la concesión del mayor premio literario mundial, en su momento no tuve la curiosidad de leerle nada y ya casi la había olvidado. Así que tras la recomendación de don Francisco me hice con el libro. Muchos son los poemas que me han impactado de esta conjuradora del tiempo y del espacio en la redoma del verbo y no voy a hacer ninguna reseña. Tan sólo invitaros a saborear uno de ellos que ha conseguido inquietarme, inferirme un profundo estado de desasosiego, una obra tan pequeña. De exactamente 145 palabras.




ACCIDENTE DE TRÁFICO

Todavía no saben
qué pasó hace media hora
allá en la carretera.

En sus relojes
una hora ni fu ni fa,
vespertina, de esas, de septiembre.

Alguien escurre la pasta.
Alguien recoge las hojas en el jardín.
Los niños corren chillando alrededor de la mesa.
A alguien un gato le permite que lo acaricie como con desgana.
Alguien llora como siempre frente al televisor
cuando el malvado Diego engaña a Juanita.

Se oyen unos golpes en la puerta:
no es nada, la vecina con la sartén que pidió prestada.
En el piso, al fondo, el timbre del teléfono,
de momento sólo por lo del anuncio.

Si alguien se acerca a la ventana
y mirara al cielo,
podría ver ya unas nubes
arrastradas por el viento del lugar del accidente.
Es cierto que rasgadas y esparcidas,
pero en ellas ése es el pan de cada día.



La leí en la azotea, al sol matutino de esta primavera anticipada. Levanté la cabeza del libro transido de congoja y vi otras nubes rasgadas y esparcidas que se acercaban como inocentes criaturas a la espadaña de la iglesia y un escalofrío me recorrió súbitamente el cuerpo entero, de las uñas de los pies a la raíz del pelo, electrizado de pavor por ese terrible instante congelado, perfectamente detenido en la posibilidad de un atroz secreto, como la amenaza de una premonición ya consumada.


Reconocí inmediatamente esa sensación porque ya me había sido producida antes. Varias veces leyendo un cuento de Carver, la súbita aparición de los caballos en Caballos en la Niebla, el molde de dentadura en el florero rojo de Plumas. La oreja cubierta de hormigas entre la yerba en los primeros minutos de Blue Velvet de David Lynch. La nieve cayendo blandamente sobre todos los vivos y todos los muertos en el párrafo final del Dublineses de Joyce.

domingo, 10 de febrero de 2008

RUINAS ENJAULADAS

Ayer sábado se fallaron los premios del Instituto Internacional para el Fomento de la Buena Presentación del Patrimonio Histórico Mundial (IIFBPPHM) que todos los años reconoce y premia la labor de los organismos responsables de la preservación y correcta exposición del riquísimo acervo monumental del Mundo Mundial. Y el primer premio ha recaído este año merecidamente en nuestra ciudad concretamente en la magnífica actuación municipal en el vallado de las ruinas romanas del foro y templo romano adyacentes al propio edificio del Ayuntamiento cordobés. El segundo premio ha recaído en los paneles de prohibición de acceso a los espacios arqueológicos vetados al público de las ruinas de la ciudad romana de Pompeya. La lucha por el primer y segundo premio enfrentó duramente a los miembros del jurado, sobre todo a los españoles e italianos, entre los que se cruzaron acusaciones de arrimar cada uno el ascua a su sardina nacional. Pero al final triunfó la razón estética y moral y el premio se concedió a quien de verdad se lo merecía. Y aunque el contraste cromático conseguido por el autor italiano de las vallas pompeyanas resulta más impactante, el jurado valoró especialmente el atrevimiento vanguardista de los cierres metálicos en aluminio galvanizado crudo que separan al viandante de los restos arqueológicos y que constituyen en sí mismos una obra de arte surgida de la delirante mente del afamado artista cordobés Acisclo Rafael del Granito Rosa quien tituló la intervención como Ruinas enjauladas. Mi intención, declaró el artista, es incitar a los viandantes a que arrojen cacahuetes a las piedras milenarias.






Todos los cordobeses debemos felicitarnos por este nuevo reconocimiento de los ingentes esfuerzos que nuestro Ayuntamiento está haciendo para conseguir la Capitalidad Cultural Europea de 2016 para Albacete.