(del laberinto al treinta)


jueves, 24 de enero de 2008

Ángel González y la maledicencia


Es conocido en los estrictos círculos poéticos en lengua española que José Ángel Valente y Antonio Gamoneda abominaron cuantas veces pudieron en público de la llamada “poesía social” primero y posteriormente de la “poesía de la experiencia”, cuyo mayor representante como se sabe es Luis García Montero. Valente, dejándose llevar por su proverbial bilioso carácter, y Gamoneda más templadamente. Por eso me sorprendió la mordacidad desplegada por el poeta asturleonés cuando le tocó hablar de la muerte de su colega Ángel González, amigo y compañero de compromiso político de García Montero y Almudena Grandes. Para Gamoneda, González , según la Agencia EFE






“se mantuvo dentro del realismo con una gran dignidad, pero fue hace veinte años cuando su obra poética empezó a declinar, porque su vida se hizo más difícil, ya que vivía solo en Madrid, mientras su mujer desarrollaba su carrera profesional en Norteamérica". "Eso provocó que su poesía decayese", comentó Gamoneda del poeta asturiano, de quien ha sido "muy buen amigo", pero, al mismo tiempo, lamentó que en sus últimos años "se dejase manipular por gente de la que no merece la pena hablar y que se aprovechó de él"




Hay cargadas dosis de malicia en esas palabras que apuntan a unos temas que sólo me atrevo a sospechar y a otros que creo enfilar nítidamente. Es la segunda vez que se acusa a Montero y Grandes de secuestrar a un anciano poeta, instalado ya prácticamente en el mito, para manipular su voluntad. La primera fue con Alberti. La segunda, ésta, con Ángel González. Y considero ambas ocasiones hijas de la maledicencia más miserable. Y lo dice quien no aprecia demasiado las obras de ambos, aunque sí los reconoce como personas comprometidas con el progresismo más lúcido y grandes cultivadores de amistades electivas.

Pero el villano ha recibido su merecido. Almudena Grandes, en un reciente artículo de despedida de Ángel González, titulado precisamente así, Ángel, le suelta como de pasada un rabotazo viperino que lo deja tieso. ¡Menuda es la amiga!:






todo fue justo en la vida de un poeta leído, querido y admirado como muy pocos. Todo. Incluso el rencor torpe y envidioso de un mezquino cortesano literario que, al parecer, no ha tenido bastante ni siquiera con el premio Cervantes.

domingo, 20 de enero de 2008

PEPE RAYOS

Recibo desde Madrid la tarjeta de presentación de una exposición del artista Pepe Rayos bajo el título genérico de VISIONES. Quien me lo envía habla de que el artista tiene muchos registros en su pintura, aunque con el denominador común de una catarsis anticlerical, fundamentada en la iconografía de la Semana Santa.





Busco en la red y encuentro también noticias de la exposición y una entrevista con el propio artista, que comenta:



Es una denuncia basada en mi propia experiencia personal bajo la agobiante influencia de la Iglesia católica en un tiempo en que nuestra generación fue fuertemente agredida por esta organización religiosa. Es una crítica a esa manera de entender la religión, cualquiera que sea ésta que, a lo largo de la historia y aún hoy, se empeña en poner trabas a la libertad de conciencia e impedir la formación de una sociedad laica basada en el respeto a todos los pensamientos religiosos en igualdad de trato y su no intromisión en los asuntos políticos.



Casualmente esta dominical mañana mientras tomaba plácidamente el sol en bolas en mi terraza, leyendo a ratos El hombre lento de Coetzee y a ratos contemplando fascinado, a través de mis lisérgicas gafas de sol amarillas, los enigmáticos movimientos autónomos, como de lombrices sorprendidas, de mi pellejo escrotal, fui agredido sorpresivamente por las destempladas notas de una banda cofrade que ensayaba en la lejanía. Las pelusillas escrotales se me erizaron de golpe, el contenido interno se volvió más interno aún y el rollo se me cortó como inocente leche sobre la que se exprime un agrio limón. Debió ser esa misma mala leche la que me hizo sentir de repente el aire cristalino de este tibio invierno herido por las desabridas cornetas guerreras que anuncian la próxima intrusión de la muerte en su aspecto más gore en nuestras calles. Y lo viví como una especie de sacrilegio contra la alegría de la vida, contra el espíritu de la concordia y la libertad, tan duramente conseguidas, perpetrado por los irredentos portadores de hachones y siniestros capirotes inquisitoriales. Como los graznidos de los cuervos que en el siniestro árbol vaticano esperan la ocasión de devorar nuestro cerebro, nuestra voluntad, nuestra autonomía, como siempre han hecho cuando consiguen debilitar a la Ilustración que los mantiene a raya. ¿Que desagero? Pepe Rayos sabe que no y, por lo poco que he visto, lo plasma en sus cuadros con una fuerza que admiro.

No podré asistir a la exposición de Madrid, pero me gustaría que pudiera exponerse también en alguna galería de Córdoba. Que la trajera el propio Ayuntamiento, gobernado por Izquierda Unida (sic), en plena Semana Santa, a ver si consigue sacudirse un poco el pelo del meapilismo y nos da una alegría a los ateos, rojos y anticlericales, que somos sus votantes naturales. Por sí mismo, por su propia calidad artística y también como provocación. La misma provocación con que la carcunda cofrade, marioneta del Oscurantismo Vaticano, nos ofende cada primavera, y a lo largo del año, con la exhibición pública de su espantosa orgía de carnes tumefactas, ídolos lacrimógenos insultantemente enjoyados, humeantes alcaloides dulzones y músicas paramilitares, a los que sólo usamos para entender y mejorar el mundo las herramientas que nos proporciona la razón, sin tenerla que sacar en procesión cada año.

La Universidad de Córdoba patrocina la superstición

A mí que los degustadores de peroles mágicos y supersticiosos se los monten a su gusto me parece de perlas. Pero que semejante estupidez monumental esté patrocinada por la Universidad de Córdoba sin que nadie proteste no habla sino del tipo de ganado que compone semejante corral. A ver si aprenden de la de Roma.