(del laberinto al treinta)


martes, 25 de noviembre de 2008

TEHERÁN (Jomeini, el mullah atómico)

FICHA TÉCNICA DEL VIAJE



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billetejomeini

Cursiva

Una de las sensaciones más desagradables que se puede experimentar al viajar a determinados países es tener que estar soportando continuamente la ubicuidad del rostro de algún asesino en serie. Aquí, durante demasiados años tuvimos ya que convivir que la efigie de un canalla de la peor especie autoproclamado Caudillo por la Gracia de Dios (y de la Iglesia católica) en las monedas. Hay que agradecer no obstante al atroz hombrecillo que no usara los billetes de banco para refregarnos también sus crímenes. Viajar hace unos años a Marruecos significaba tener todo el día ante los ojos la cara de galápago rijoso de Hassan II. En Siria, tras cualquier esquina podía asaltarte la moral un enorme retrato cubriendo totalmente la fachada de un bloque de pisos de cuatro plantas de los crueles ojillos del dictador Hafez el Assad bajo su monstruosa braquicefalia. O a Mao en China. En Irán esa permanente figura es la del imam Khomeini, otro de los canallas más atroces de la historia reciente de la Humanidad. No sólo en los obligatorios carteles de cualquier edificio público y en la mayoría de los negocios privados, sino sobre todo en los billetes de banco que hay que estar manejando todo el día. La cara de viejo criminal, con su feroz mirada y el repugnante trapo en la cabeza, símbolo de su poder sobre las vidas y las muertes de cientos de miles de personas, está presente en casi todos los billetes de curso legal de la República Islámica de Irán. He de constatar sin embargo, como triste alivio la escasa presencia en la calle o en edificios del careto del actual presidente, Ahmadineyad, el Aznar iraní, con quien comparte hirsutismo fisiológico y moral.

Pero de todos los lugares en los que la mirada de Khomeini reina inevitablemente donde más me dolió encontrarla fue presidiendo el salón del café Naderi, el lugar que fue de reunión y conspiración de los intelectuales que lucharon contra la dictadura del sha. Una vez que los curas chiítas tomaron el poder, con la ayuda de esos intelectuales, de las fuerzas obreras y de tantas asociaciones feministas se dedicaron sistemáticamente a exterminarlos. El número exacto de demócratas que la mano criminal de los mullahs ejecutaron nunca se sabrá, pero sin duda superaron los dos centenares de miles, según las estimaciones más afinadas. Otros consiguieron exiliarse y muchos aún se pudren en sus cárceles. Catalina Gómez, una colombiana de que ha vivido recientemente en Teherán ha recogido en un blog sus impresiones de la ciudad, entre ellas las experiencias carcelarias de una de esas luchadoras que pagaron caro la confianza en los mullahs. Se trata de un post titulado Desde la prisión dividido en dos partes: PRIMERA y SEGUNDA

El café Naderi no es gran cosa, nada que ver con sus equivalentes simbólicos de las ciudades europeas. Se trata de un simple salón con algunas insulsas columnas en su centro y unas mesas y sillas sin personalidad. Pero sus paredes guardan la memoria de tantos escritores, poetas, luchadores por la libertad que lo frecuentaron, ahora vigilados por la mirada torva del viejo asesino. Una leyenda literaria, que se ha demostrado falsa, afirma que en él estuvo el mismísimo Kafka. Las narguiles (qalyan) han desaparecido, a causa de las campañas que el propio Khomeini promovió en su contra, no por causas de salud pública, sino por su carácter pecaminoso, placentero. Doblando la esquina han habilitado un nuevo pequeño local especialmente dedicado a fumadero, siempre abarrotado de hombres. Sólo saqué una foto del salón principal, mientras tomaba un delicioso café y hasta ahora no me di cuenta de que salió muy movida. Pero la cuelgo de todas formas.

cafe Naderi



Como ya he dicho En Teherán no hay demasiadas cosas que ver, pero las sorpresas te salen por doquier. Una mañana fuimos a visitar el exterior de la madraza Sepahsalar, un edificio de finales del siglo XIX cuyas puertas no pudimos traspasar porque está activa y en manos de un clero especialmente fundamentalista. Es famosa por la calidad de los azulejos que recubren su portada y los alminares, increíblemente parecidos a los que recubren la Plaza de España de Sevilla, hasta el punto de que podría afirmarse que sin lugar duda les sirvieron de inspiración. Más tarde pudimos admirar unos muy parecidos y también de la misma época en el gran patio del palacio del Golestan, frente al gran bazar. La madraza linda con el Majlis (el Parlamento Islámico), por lo que hay que andar con ojo a la hora de fotografiarlo, ya que existe un cartel enorme en la verja que lo prohíbe. Pero la sorpresa fue topar cuando regresábamos con el horrendo aparador-monumento que han colocado en la plaza que se abre ante el Majlis para glorificar al Imam Khomeini. Se trata de gran escultura de bronce rojizo del viejo sentado en un trono y adelantando una mano como guiando el camino del pueblo iraní, protegido por un par de ametralladoras antiaéreas. En un lateral el genial escultor ha modelado una viva alegoría de la maldad del sionismo en un derroche de imaginación realmente impactante: un viejo judío ortodoxo arrastra una enorme y pesada estrella de David usando como maroma para ello una kufía palestina. Pa mearse y no echar gota, como dice el antiquísimo proverbio guaraní. Pero lo más flipante del conjunto son las extrañas estructuras de apariencia molecular que flotan sobre la cabeza del imam. ¿Representan el pensamiento neuroatómico del viejo? ¿La inspiración físico-química de Allah? ¿El chiísmo de fisión nuclear?

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El metro de Teherán es moderno, eficiente y muy barato. Un billete de ida y vuelta viene a costar el equivalente a 0’20 € y está superlimpio, aunque eso es extensivo a todo el país. Los barrenderos son una de las imágenes más frecuentes en cualquier ciudad iraní, lo que las coloca por delante en limpieza que la mayoría de las ciudades europeas. Cuenta con dos líneas principales este-oeste y norte sur que te dejan siempre cerca de los destinos principales que un turista artesano puede necesitar, incluyendo la estación sur de autobuses. Al principio y al final de cada convoy se reserva un vagón exclusivo para mujeres, vedado a los hombres, aunque ellas pueden si quieren o van acompañadas viajar en los demás, lo que no es usual. Por supuesto, como he podido comprobar en otros metros como el de Nueva Delhi o Pekín, la norma de convivencia de antes de entrar dejen salir les suena a fineza propia de Versalles, porque lo normal es que cuando se abren las puertas al llegar a una estación, aunque no sea hora punta, ya haya un tapón de gente lista para entrar en plancha antes de que nadie de dentro pueda pisar el andén. Ya hablaré de su concepción general del civismo más adelante cuando me emplee con el tema del tráfico.

Los taxis también son muy baratos, porque la gasolina está demencialmente subvencionada, y los hay de dos clases: los colectivos y los dar bastane (puerta cerrada) de uso exclusivo. Los colectivos recorren las grandes avenidas de norte a sur o de este a oeste con parada en las esquinas principales. Si se tiene claro adónde se quiere ir es la mejor opción. Cuestan alrededor de 0’50 € por término medio. Los dar bastane pueden salir por unos 2-3 € por un recorrido de unos 5 kmts. En el blog de Catalina Gómez hay una entrada donde se explica bastante bien el tema de los taxis.

golestan



Con una visita al palacio Golestan damos por terminado nuestro periplo teheraní. El resto de Irán, mucho más interesante, nos espera. Golestan (que significa jardín, literalmente lugar de rosas) es un palacio del siglo XIX que perteneció a los monarcas de la dinastía kajar. Su interés es limitado, aunque la azulejería del patio es realmente bonita, y como dije más arriba, claramente antecesora de la que desde la Expo del 29 se considera típicamente sevillana. Al cabo de casi un mes volvimos a Teherán, pero ya sin tiempo para ver nada. Sólo cumplir un deseo relegado la primera vez: alojarnos en el mítico Hotel Naderi. Las habitaciones (17 € la doble sin desayuno) resultaron no ser tan cutres como las pintaban otros viajeros en los foros. Limpia, pero absolutamente envejecida, la nuestra daba a traves de unos grandes ventanales a un enorme y frondoso jardín, lleno de gatos, que debió ser el lugar de esparcimiento de los ilustres huéspedes que lo habitaron en tiempos más felices. Incluso los elementos más cutres le daban un encanto añadido: el teléfono de bakelita junto a la alfombrilla y la piedra de rezar y la jurásica nevera coronada por un horripilante, polícromo, gato de escayola.




vestibulonaderi




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neveranaderi



ÍNDICE DEL VIAJE A IRÁN:

domingo, 23 de noviembre de 2008

TEHERAN, ATMÓSFERA CERO

FICHA TÉCNICA DEL VIAJE





El Club Armenio de Teherán es el único lugar de todo Irán donde se pueden cometer los dos más gravísimos pecados que pueden hacer convulsionar a un mullah. En él se permite el consumo de bebidas alcohólicas y no es obligatorio para las mujeres llevar el cabello cubierto. Por eso está prohibida la entrada a los musulmanes (y musulmanas). El problema es conseguir la bebida alcohólica antes para poder consumirla. Porque en el restaurante no lo proporcionan. La segunda vez que fuimos asistimos al insólito espectáculo de un grupo de españoles con pinta de vivir allí dando cuenta de dos botellas de Rioja como dos soles un par de mesas más allá y utilizando el tono de voz natural entre nosotros. ¿Las habrían recibido por valija diplomática? Porque en el aeropuerto, a la entrada, pasan las maletas por un escáner con el fin principal de detectar e impedir la posible introducción clandestina del demoníaco brebaje en el país de los puros abstemios. Así que se trataba de un caso claro de contrabando ilegal, pero gozoso. Pero la primera noche el no menos insólito espectáculo al que asistimos pertenecía al primer género pecaminoso: aparecieron varias chicas enfundadas en pudibundas gabardinas que una vez sacadas dejaron al descubierto un festival de hombros desnudos y escotes generosos y unas melenas al viento que en cualquier otro lugar habrían llevado a sus dueñas a la comisaría.

Estábamos, pues, en un oasis formal. Un gran patio rodeado de setos, música en vivo (órgano y santur) y unos camareros vestidos a la francesa (chaleco de rayas y pajarita). La especialidad de la casa eran los kebabs. Y las ensaladas. La especialidad y la única oferta. Riquísimos. Y caros. Tanto que nos inquietó la idea de que realmente lo siguieran siendo en el resto de los restaurantes iraníes. Más que nada porque Irán debe ser el único país del mundo donde no funcionan las tarjetas de crédito internacionales. Por el bloqueo al que se encuentra sometido. Así que hay que llevar todo el dinero que se calcula se va a gastar encima. Y los cálculos para todo un mes son difíciles de hacer si no se tiene una idea previa de los precios. Caros significa 100.000 riales (7 €) por un kebab y 20.000 (1’5 €) por una ensalada. Enseguida descubriríamos que lo normal en cualquier restaurante popular eran 40.000 (3 €) por kebab. Dos pinchos bien despachados y una guarnición compuesta por dos tomates y dos patatas, ambos asados. El chelo kebab, la gran especialidad nacional es lo mismo, pero con arroz cocido. Las variedades de kebabs se reducen a cuatro o cinco: de cordero, de pollo y las keftas (carne picada). Exquisitos. Hechos siempre al carbón y en su punto, con el exterior un poco crujiente y el interior jugoso. Los mejores que hemos probado en todos nuestros muchos años de visitar países musulmanes. El problema de los restaurantes iraníes es la monotonía. Una monotonía que se llegaba a sentir como una losa sobre la ilusión de comer en restaurantes diferentes, en ciudades diferentes. En algunos lugares era posible degustar el khoresht, un potaje de lentejas, servido en cuenco para mezclar con el ubicuo arroz cocido. En otros se atrevían con alguna salsa (fasenjan, de nueces y zumo de granada) para acompañar a trozos de pollo mayores que los de los kebabs. O con algún relleno para las berenjenas. Pero era una lotería. Nunca sabías si habría sorpresa a o no. Por eso descubrimos pronto que no merecía la pena comer en los restaurantes más caros. La calidad de los kebabs era la misma y lo que pagabas de más se debía al alquiler del mantel de tela.

kebab de kefta iraní



Es curioso que a pesar de nuestra experiencia la cocina iraní tiene fama de ser muy rica y variada. Y he leído recientemente que Ana Briongos, la escritora catalana experta en temas iraníes, acaba de publicar un libro de cocina iraní, a la que llama sofisticada. Y explica lo que nos explicaron a nosotros en Irán cuando lo comentamos. Que la verdadera cocina iraní está en las casas, es la que confeccionan las mujeres para sus familias, que cuando deciden comer fuera lo que les apetece es la carne asada al carbón en forma de kebab. Bueno, nosotros no conseguimos entrar en ninguna de ellas. Tal vez cuando consigamos el libro de la Briongos las elaboremos en nuestra propia cocina. Y entonces os contaré.

pan iraní y kebab



De todas formas eso tendríamos que esperar a saberlo varios días más porque al día siguiente, volvimos a traicionar a la gastronomía local comiendo en otro oasis, esta vez de comida india, el restaurante Tandoor del hotel Safir. Es curioso cómo la comida india es a menudo más deliciosa en restaurantes de fuera que en la propia India, donde hay que saber elegir muy bien para no equivocarse. El mejor dhal de mi vida lo comí en un restaurante indio de Yakarta. Y aún sueño con algunos curries de los hawker de Singapur. Y el pollo tandoori del Tandoor no se encuentra mejor en Nueva Delhi.

El día siguiente era fiesta, Aid el Fitr, el fin del Ramadan. Las calles, aunque no tan vacías como la tarde anterior presentaban un aspecto bastante aireado. Caminamos por Ferdousi hasta el bazar, que presentaba un aspecto más que desolador. Absolutamente todas las tiendas cerradas y ni una sola persona por sus calles. A lo largo del viaje tuvimos la ocasión de pasear por los bazares vacíos. Es un paseo que tiene un extraño encanto y que te produce la inquietante sensación de hallarte perdido en un enorme laberinto una vez que te adentras lo suficiente. Dan ganas de ponerse a correr y a gritar por él sin fin, como imaginaba Borges a Asterión, el triste minotauro cretense.

bazarvacio



El Museo Nacional estaba abierto. Es probablemente la visita monumental más interesante que puede hacerse en Teherán, una ciudad escasa en atractivos histórico–artísticos, que incluso carece, demencialmente, de oficina de turismo. Pero sólo el correspondiente a las exhibiciones arqueológicas. La zona del arte islámico, en la que yo tenía un especial interés, permanecía cerrada por reformas desde hacía varios años. Consta de una sola planta donde se exhibe una sorprendentemente pequeña cantidad de piezas para la cantidad y calidad de los yacimientos arqueológicos del país. Algunas muy interesantes, como las piezas de cerámica zoomorfa de Gilan del siglo X a-dC, la vaca sagrada elamita, varios capiteles tauromorfos aqueménidas y sobre todo el mural de Darío I, cuyos detalles escultóricos marean por su perfección. Así mismo se exhibe una copia del Código de Hammurabi, cuyo original se encuentra en El Louvre, que, aunque esculpido en Babilonia, fue llevado en el siglo XII ad. C. a Susa como botín de guerra por los elamitas, donde lo hallarían en 1901 un grupo de arqueólogos franceses.



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Al salir del museo, un par de horas después, notamos una notable bajada del nivel de aborígenes en la calle. Se acerca el mediodía. En vista del plan, decidimos hacer un recorrido que teníamos pensado para otro día. Coger el metro (por primera vez) y acercarnos hasta una de las piezas vedette de la visita a Irán, la antigua Embajada Americana, que sufrió en noviembre de 1979 el asalto y secuestro de todo su personal diplomático por parte de las milicias islámicas y que duró 444 días y que aún alimenta el desbordante morbo de todos los occidentales que visitan la ciudad. Parece que a las autoridades de la República Islámica no les hace mucha gracia esa peregrinación y en algún lugar he leído que no conviene hacerse notar demasiado fotografiando ostentosamente sus muros. Unos muros, en la cara de la puerta principal, la que da a la Avenida Taleqani, que han sido profusamente cubiertos a lo largo de estos años con multitud de graffitis de tema antiestadounidense y antiisraelí algunos de los cuales han alcanzado la gloria de encontrarse entre los más famosos del mundo, como el de la Estatua de la Libertad con la cara de una calavera y el revolver con los colores de la bandera yanqui.

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Nosotros no tenemos que andar con ningún cuidado. La ancha avenida, situada en la zona fronteriza de los barrios altos, donde comienza el Teherán más chic y se encuentran los hoteles más exclusivos y las tiendas más caras, está absolutamente desierta. Como el día anterior la sensación es muy extraña. Recorriendo los 250 mts. de fachada sin encontrar ni a un solo nativo y sin que por la avenida pasara ni un solo coche, sintiéndonos los únicos seres en aquella monstruosa ciudad, como en las escenas de desolación de ciertas películas de ciencia ficción. Al llegar al final del muro, la cruzamos tranquilamente y nos detenemos en los escaparates de varias tiendas de antigüedades supercarísimas, también cerradas, y volvemos a cruzar para dirigirnos hacia el parque Teherán, bordeando la antigua embajada. En ese parque se, encuentra según habíamos leído en la guía, una cafetería de moda entre los jóvenes artistas teheraníes, que lleva el pomposo nombre de Café Forum de los Artistas Iraníes, donde se podía contactar fácilmente con gente interesante. Se trata de un coqueto espacio dotado de un comedor interior y una agradable veranda situada en alto, pero nosotros sólo encontramos a varias jóvenes modernas dando cuenta de unas pizzas charlando entusiasmadamente de sus cosas. Nos tomamos unos tes y nos dirigimos al restaurante Tandoor, cien metros más allá, justo detrás de la embajada. El restaurante, en acusado contraste con la calle estaba a tope, aunque pudimos conseguir una mesa donde dimos cuenta, como conté anteriormente, de unos sabrosísimos tandoori chickens regados con la inevitable agua mineral.



ADAME DASHTAN (CONTINUARÁ)



ÍNDICE DEL VIAJE A IRÁN: