(del laberinto al treinta)


sábado, 22 de noviembre de 2008

TEHERÁN BAJO LA BOMBA "H"

FICHA TÉCNICA DEL VIAJE



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A Teherán se llega siempre de madrugada. No sé la causa, ni puedo imaginármela. Eso, que en circunstancias normales no tendría más importancia que el sufrimiento de un acusado arrastre de sueño al día siguiente, para unos seguidores escrupulosos como nosotros del Manual del Perfecto Turista Artesano, cuya primera norma exige no llevar nunca hotel contratado previamente, puede llegar a resultar bastante arriesgado. La tendencia natural de los hoteleros a agruparse gremialmente por zonas en todas las ciudades del mundo facilita la mitigación de ese riesgo, pero no lo elimina del todo. Y nosotros habíamos elegido fiándonos de la guía (Lonely Planet, edición de 2008) y de las informaciones de internet, una zona en la que se agrupaban al menos cuatro hoteles de la misma categoría (media). Y para empezar el NADERI. De todos era el más barato y el que salía peor parado por las recomendaciones de los viajeros que se delataban al final como tiquismiquis, pero todo lo leído hacía recomendable su elección. Sobre todo por su condición de histórico, un hotel de principios del siglo XX que parecía conservar todo su encanto intacto (junto con el mobiliario y equipamientos). De entrada en el mostrador del taxi prepago del aeropuerto (140.000 riales = 10 € por 35 kmts.) tuvieron que mirar la dirección, pero si hubiésemos conocido entonces el alto nivel de incompetencia de demasiados taxistas iraníes que pudimos constatar posteriormente no nos hubiera extrañado tanto. Una vez (supuestamente) comunicada por la chica del mostrador la dirección del hotel a nuestro taxista salimos del aeropuerto por una autopista. Media hora después pasábamos por delante de una enorme mezquita iluminada delirantemente con multitud de colores chillones. Imam Khomeini, nos aclaró el taxista. La horterísima y carísima tumba que aún se estaba construyendo para guardar sus restos. Estuve tentado de haberme llevado un ejemplar de los Versos Satánicos de Salman Rushdie para abandonarlo disimuladamente en un rincón lo más cercano posible al lugar donde se pudre el viejo. Pero al final ni siquiera fuimos a verla. Sólo la contemplamos de pasada a la llegada y a la vuelta del aeropuerto. Ambas veces de madrugada. Y ni foto le hice a su silueta de portada de feria de pueblo .

Por fin, a las 4 de la mañana, tras haber atravesado cientos de avenidas y calles completamente desiertas de una ciudad escasamente iluminada sin demasiado éxito el taxista se detuvo en un lugar indeterminado del laberinto urbano taheraní, se volvió hacia mí y me preguntó directamente por la adresss del jodido hotel. Paciencia, Manuel. Fue informarle que el hotel (según había leído en la guía) se hallaba en la Khiabune Yumhuri Eslami (Avenida de la República Islámica), cerca del cruce con la Ferdousi (dedos cruzados en aspa) y justo en frente de la Embajada Británica, iluminársele el rostro y tardar sólo cinco minutos más en localizar la cerrada a cal y canto puerta del Naderi. Un timbre pulsado repetidas veces que sonaba perfectamente nítido en el interior sin que se abriera la puerta nos hizo pensar que el hotel estaba completo, que se encontraba cerrado por reformas o definitivamente o que una epidemia había acabado con la vida de sus moradores. Como según el plano de nuestra guía, en un callejón frontero se encontraba el NEW NADERI a él dirigimos la voluntad de nuestro taxista. Un par de timbrazos y apareció un somnoliento portero en camiseta que nos anunció que tenía habitación, pero que sixty y mostraba al aire de la noche seis morcillescos dedos. Sixty ¿qué? le pregunté. Dular. ¿Breakfast?. Yes. Bien. Para adentro.

Una habitación con baño, ambos espartano, pero limpios. Y a dormir. Entre dos luces siento que me llama la ventana. Primera vista de la enorme Alborz, la sierra de Teherán, levantándose majestuosa por sobre un mar de edificios grisáceos que van escalando gradualmente su falda, suavemente tamizada por un velo cárdeno, no sé si debido a un fenómeno atomosférico natural o a pura y simple contaminación. Desayuno, probando por primera vez el exquisito pan iraní, uno de los mejores que hemos conocido y a la calle. Primer contacto con el fragor urbano de una ciudad caótica y enorme. La famosa jungla urbana de Teherán.

alborz



Cruzamos la Yumhuri y descubrimos que el hotel Naderi está abierto de par en par. Entramos y admiramos el vestíbulo que efectivamente parece no haber sufrido cambios desde los tiempos de Lawrence de Arabia. Pero perfectamente limpio y escamondado. Preguntado el recepcionista que regentaba el historiado mostrador de recepción nos informa de que tiene habitaciones de sobra (17 € la doble, sin breakfast) como declaran así mismo las varias decenas de llaves que cuelgan en los casilleros. Declinamos acusar de incompetencia al portero de la noche y decidimos probar a alojarnos aquí a la vuelta. La siguiente puerta conduce al Café Naderi, tan mítico o más que el hotel. Pero hoy está cerrado porque sigue siendo Ramadan, el último día de Ramadán.

mujeres teheran



pintura soldado



El tráfico es espantoso. Catamos varias veces la sensación de cruzar las calzadas y comprobamos que, como en todo el mundo en vías de desarrollo, los peatones que cruzan los pasos cebra no son más que absurdos obstáculos móviles a sortear para los vertiginosos cochistas evitando a toda costa pisar el freno. Comenzamos a ver los primeros chadores mientras caminamos hacia el bazar, tras atravesar la enorme, desangelada, polvorienta plaza del Imam Khomeini. Descubrimos la primeras enormes imágenes pintadas de mullahs o de soldados armados cubriendo los laterales de muchos edificios y la ubicua y siniestra foto doble de Khomeini y Khamenei (El Dúo de Khotas) sobre los edificios oficiales y los bancos. Todo parece estar en obras. Enormes zanjas se abren en las aceras. La misma estética desastrosa que cualquier otra ciudad de Oriente Medio, con el agravante de que aquí las calles están bordeadas por unos profundos canales de desagüe abiertos, especialmente diseñados para romper las piernas al primer despistado que caiga en ellas, pero con la atenuante de una mayor limpieza.

Al bazar se entra por un bonito gran arco bolboso. Su interior está atestado de gente. Visitamos nuestra primera mezquita, la tumba de un santo, la típica construcción con cúpula bulbosa y alicatada. Nos invitan a descalzarnos para entrar en el interior del santuario. Por ser el primer día la declinamos. Ya tendremos tiempo de volver. El enorme bazar de Teherán, con sus calles anchas cubiertas de bóveda de ladrillo, y sus miles de tiendas. Me fijo en la cara de los bazaríes, porque todo lo que he leído apunta a que representan lo más tradicional de la sociedad iraní. Uno de los pilares de la revolución islámica, emparentados consanguíneamente la mayoría de ellos con los ayatollahs y encantados con el status quo implantado a sangre y fuego por ellos. Lo contaba Robert D. Kaplan en un libro que se publicó en España en los 90 con el título de Viaje a los confines de la tierra. Rostros normales de iraníes normales, claro, pero con marcadas presencias del callo de oración (zabiba) en las frentes, señal de la piedad de su propietario. Nadie nos reclama para entrar en los comercios, ni siquiera cuando entramos en los patios donde se apilan los cerros de género de los vendedores de alfombras. Nos cruzamos con los primeros mullahs, unos de turbante blanco y otros negro, algo así como lo de los cinturones de judo (1). Dan un poco de repelús, sobre todo vistos de espalda, con la capa flotando tras su perenne prisa, una capa que descubrimos que es de gasa, semitransparente, de color negro o marrón, un detalle femenino que nos desconcierta: obligan a las mujeres a colocarse un sudario negro mientras ellos lucen un atrevido picardía sobre la sotana.

Tras varias vueltas salimos por la Khiabune Kayyam, y nos dirigimos al Museo Arqueológico, uno de los pocos atractivos de la capital, atravesando el Parque Shahr. Sorprendentemente encontramos a varios tipos semiescondidos tras los setos devorando bocadillos y fumando. ¡¡¡En Ramadán!!! Varias fuentes públicas invitan a beber, pero no nos atrevemos, hasta que vemos a otro viandante que directamente lo hace. El agua está helada. Más tarde descubriremos que todas las fuentes públicas, muy abundantes, de Irán están refrigeradas eléctricamente. En el mostrador del museo, un bonito edificio de ladrillo que mezcla felizmente el art deco con la arquitectura tradicional iraní, nos anuncian que, a pesar de ser las dos de la tarde dentro de cinco minutos estará kelós, palabra que imagino persa y que desconozco, hasta que caigo que se trata de la versión iraní del closed inglés, toda vez que casi todos los iraníes, como muchos otros, son incapaces de pronunciar dos consonantes seguidas. La causa: último día de Ramadán.

No sólo el museo, sino la ciudad entera cierra esa tarde. A partir de las 4 las calles se despueblan misteriosamente y la enorme ciudad caótica e hiperruidosa se convierte en un ámbito fantasma, con las grandes avenidas completamente despobladas y un silencio sepulcral que nos provoca la delirante sensación de ser los únicos seres vivos tras la caída de una bomba H. El guardia de la garita de la embajada británica, somnoliento pero vivo y algún comerciante echando presurosamente el cierre de su tienda nos alivian de aquella sensación y nos hablan de la normalidad de la situación. Simplemente es un día de fiesta. De mucha fiesta. Ahora la pregunta que nos hacemos es: ¿saldrán cuando anochezca de sus guaridas los aborígenes como hacen los de otros lugares del ámbito islámico a celebrar la Lailat-ul-Qadr (La noche del Destino) por todo lo alto en un festival de luces, alegría y derroche de comida? Con esa duda nos refugiamos a descansar un rato en el hotel. La tele del vestíbulo retransmite el discurso de un mullah cinturón negro.

murales



fuente mártires



La respuesta varias horas más tarde. La ciudad permanece igual. En el vacío y el silencio más absoluto, solo roto de vez en cuando por el silbido de algún coche que pasa a velocidades astronómicas encantado de sentirse Fittipaldi en una autopista vacía. Debe ser que los chiítas lo celebran de otra manera. O los chiítas iraníes. Y nosotros sin comer. Arrastrando sueño y un hambre del copón. Nos habíamos reservado, evitando comprar fruta por ejemplo para sumergirnos en la que pensábamos orgía nocturna del kebab y los dulces. Los restaurantes (en Yumhuri, cerca del hotel, hay varios populares) permanecen cerrados a cal y canto. Bajo la amenaza de perecer de hambre mientras millones de personas se atiborran de comida en sus casas, me viene una iluminación, probablemente del Dios cristiano, ya que el otro debía estar a lo suyo y con los suyos. Había leído en varias páginas de Internet de la existencia de un restaurante perteneciente a la comunidad armenia teheraní: el Club Armenio. Nos encomendamos a Santa Lonely Planet que nos conduce a través de su pequeño plano de la zona, por la trasera de la embajada británica y la larguísima muralla erizada de alambradas de la antigua embajada soviética, hoy de Rusia, hasta sus puertas. Cuesta encontrarla porque ni letrero tiene. Sólo una pequeña puerta entornada bajo una simple bombilla. ¡¡¡¡Bieeeeeeeeen!!!! Un portero tras un pequeño mostrador nos indica el patio. Allí una chica vestida con traje occidental y ¡sin pañuelo en la cabeza! nos atiende y en un perfecto inglés nos informa de que abren a las 8’30. Y sólo son las 7. Vaya. Nuestras tripas rugen ante la noticia. Solicitamos permiso para husmear por el resto de las dependencias del club y descubrimos un lugar con un acusado sabor de otra época, con espejos ovalados, sillones tapizados de cuero, paredes empapeladas y cubiertas de fotos antiguas, cortinones y un salón de comidas dotado de una larga mesa rodeada de robustas sillas de madera.

Una vez de nuevo en la calle descubrimos milagrosamente unos metros más allá un coqueto cafetín en un patio donde varios grupos de jóvenes (chicos y chicas) con aspecto moderno beben té y fuman unas enormes narguiles colocadas encima de la mesa. Las chicas llevan el pañuelo muy atrás de la cabeza, dejando al aire unos superflequillos perfectamente lacados y lucen ropa muy fashion, aunque guardando escrupulosamente las estrictas reglas vestimentarias oficiales: el culo siempre cubierto por alguna prenda que evite su marcaje. Un sitio pijo y muy agradable. Perfecto para esperar la hora de la cena engañando al estómago con unos tragos de té y unas caladas de humo perfumado.



narguile



ADAME DASHTAN (CONTINUARÁ)



(1) El color del turbante hace referencia al linaje más o menos guay del portador. Los que lo llevan negro son descendientes del Profeta, los que lo llevan blanco, los pobres, no.



ÍNDICE DEL VIAJE A IRÁN:

viernes, 21 de noviembre de 2008

El católico Bono la caga, sus compis le ríen la gracia

Lista de altos cargos socialistas a los que no molesta en absoluto que el cabronazo (léase en tono distendido y jocoso) católico de Bono los llame hijosdeputa ante otros tres católicos del PP. Lo de católicos, en ambos casos también léase en el mismo tono distendido y jocoso que lo de cabronazo.

El jefe del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.

El secretario general del grupo socialista, Ramón Jaúregui.

El portavoz socialista en el Congreso, José Antonio Alonso.

La vicepresidenta del Congreso, Teresa Cunillera.

Jesús Caldera.

Dios y Santa Maravillas del Congreso les tendrán en cuenta tan gran derroche de comprensión. Alguien debería preguntarle a los militantes.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

lunes, 17 de noviembre de 2008

AUTOS EXCREMENTALES (III)

El tercer Auto Excremental de estreno de esta semana está siendo representado por el Excelentísimo Ayuntamiento de Izquierdas de la ciudad de Cördoba. De Izquierda Unida, no del PSOE, no vaya nadie de fuera a confundirse, a pesar de que gobiernan en coalición. Del PSOE no cabe admirarse ya puesto que los Autos Excrementales por ellos representados han sido tantos desde hace tanto tiempo que forman parte consustancial de la visión que tenemos de ellos los progresistas no claudicantes.

Comenzaron, nuestros munícipes de Izquierda Unida, con una obertura en la que representaron una sentada resistencia a acatar las ordenes del juez Garzón de colaborar en la apertura de las fosas comunes donde fueron arrojados amontonados miles de cordobeses asesinados a sangre fría en los primeros meses del genocidio subsecuente al golpe de estado fascista de 1936.

La comparación sería como si los descendientes de los judíos gaseados en los campos de exterminio se hubieran negado a que se hiciese una investigación sobre el genocidio de sus mayores. Los judíos del franquismo fueron precisamente los antecesores políticos de los propios que boicotean ahora la investigación. Un exterminio por razón de raza y otro por razón de ideología, por la ideología que (supuestamente) los boicoteadores actuales de la investigación profesan. Está perfectamente demostrado que fue un verdadero genocidio programado, planificado y ordenado por los golpistas militares y sus coadyuvantes civiles y bendecido por la jerarquía de Iglesia Católica en pleno. Y en ella murieron los detentadores de las ideas que hoy se presentan como normales y mínimas indispensables para la convivencia en un estado democrático.

Continuaron los políticos de izquierdas del Ayuntamiento cordobés, la alcaldesa Rosa Aguilar a la cabeza, con la enumeración de las primeras causas de su resistencia al acatamiento de las ordenes del juez colocándolas en el ámbito técnico-jurídico. Que si un protocolo, que si papeles por aquí, que si requerimientos por allá... Pero pronto se destaparon con otras menos digeribles. El presidente de la empresa municipal de cementerios, Alfonso Igualada, un viejo rojo de los de toda la vida, llegó a plantear la negativa a colaborar en el asunto hasta que se aclarara quién se haría cargo de los gastos de las exhumaciones, que quién pagaría todo aquello, se supone que los picos, las palas, los sacos y los sueldos de los operarios. Bien, es algo que puede arrojar un poco de luz a la atroz pregunta de por qué el ayuntamiento más izquierdista de España durante más tiempo no realizó motu proprio esa labor muchos, muchísimos años antes, por qué no hizo absolutamente nada para devolverles la dignidad a los asesinados y a sus familiares, por qué se sumó cómplicemente a la actitud general de silencio absoluto, de acabar dando la razón por omisión del deber de justicia a los golpistas, a la miserable teoría de la división equitativa de la culpa entre la democracia asesinada y el fascismo criminal que ha sido la bandera del PSOE, se supone que para no soliviantar a la derecha sociológica que forma la mayoría de su caladero de votos, desde que la enarbolara la chulesca displicencia de Felipe González desde el primero momento de su mandato. Tal vez fue por pura y simple tacañería.

¿Izquierda Unida se sumó desde siempre a la ignominia del mantenimiento del olvido para evitarse pagar los picos y las palas? Es una posibilidad. Los socialistas se cargaron la escuela pública a favor de la privada por puro balance de cuentas. Como suena. Pero yo creo que las causas de las defecciones de nuestros izquierdistas entronizados se inscriben en la formación de una casta profesionalizada de políticos cuyo única función social es el propio mantenimiento en el poder, detentándolo o aspirándolo y cuyas ideologías inscritas en sus siglas corresponden más bien a marcas registradas, a nomenclaturas que tuvieron su razón de ser en el pasado pero que ahora se sienten como anacronismos, mantenidos por puro sentimentalismo. Algo así como la existencia de esas pequeñas empresas de tecnología jurásica que perviven en las ciudades y que conservan nombres como La Moderna.

Ello desentrañaría perfectamente el viejo enigma de que en una ciudad tan tradicional como Córdoba, cuyas redes culturales y artísticas (Universidad, publicaciones, exposiciones, etc.) están mayoritariamente controladas por la Iglesia Católica a través de su Caja de Ahorros, CAJASUR o de fundaciones más o menos directamente vinculadas a ella, cuyo asociacionismo popular permanece estrictamente en el ámbito de las tradiciones jurásico-folclóricas y dominado por unas directivas profesionalizadas y reaccionarias, aquejada de un gremialismo que ha sustituido victoriosamente al sindicalismo de raíz izquierdista, cuente con un ayuntamiento de Izquierda Unida casi ininterrumpidamente desde hace 30 años.

La Izquierda Unida (entonces el PC) que ganó las elecciones municipales cordobesas limpiamente en el 77 pudo haber respondido a un movimiento de masas de izquierdas galvanizadas por la personalidad política de Anguita, y durante los primeros años aquel ayuntamiento se empleó a fondo en modernizar las estructuras asociativas de la ciudad y en ventilar el apolillado salón de baile decimonónico en que se pudría su cultura . La prueba de dicho empuje fueron los virulentos enfrentamientos entre el equipo municipal y las fuerzas reaccionarias herederas del franquismo, el obispado a la cabeza. El feliz recuerde, señor Infantes, que yo soy su alcalde, mientras que usted no es mi obispo, de Anguita.

Pero pronto tanto los políticos como esas fuerzas reaccionarias aprendieron a complementarse y llegaron a crear una extraña asociación simbiótica. La carcunda franquista no se emplearía demasiado a fondo para colocar a los suyos (el PP) en el poder y los izquierdistas se limaban las uñas y los dientes hasta convertirse en sus mascotas más o menos dóciles. Las Cofradías de Semana Santa consiguieron del ayuntamiento rojo más subvenciones y permisos de crecimiento de las que podrían haber soñado conseguir nunca de un supuesto gobierno del PP y hasta arrancaron a la alcaldesa, la inefable Rosa Aguilar, la declaración pública de su condición de monárquica de peineta y cofrade convicta y confesa. Los permisos para que las procesiones católicas se celebren a lo largo de todo el año con cualquier excusa y aumenten en progresión geométrica se han multiplicado. Varias docenas de calles con nombres centenarios han sido renombradas con los de vírgenes, cristos, obispos, curas y beatas y varias espantosas esculturas de raíz ultracatólica han sido colocadas en nuestras plazas a pesar de la ruidosas protestas de muchos ciudadanos. Y no han tenido ni tiempo, ni ganas, ni vergüenza en 30 años para eliminar el nombre, José Cruz Conde, del coordinador del golpe fascista del 18 de julio de la principal calle de la ciudad, una ciudad que ni siquiera cuenta con una placa en recuerdo de las víctimas del franquismo y mucho menos una calle a personajes como Azaña o Julián Grimau dedicada.

Y no sólo eso sino que el gerente de la empresa de municipal de cementerios, el lamentable Igualada, llegó a proponer recientemente que los monolitos que se solicitaron para marcar las fosas del genocidio franquista en los dos cementerios de la ciudad debían representar a los dos bandos, en una ciudad donde sólo murió un derechista el mismo día del golpe, como acaba de contar Francisco Moreno en el prólogo de su 1936: el genocidio franquista en Córdoba. Exactamente igual que el alcalde ultraderechista de Almería acaba de hacer en las de su cementerio. Igualada ya lleva su castigo por ello en su permanencia ominosa y eterna en esas páginas y en las de la denuncia judicial que se han interpuesto, y con él a Rosa Aguilar, la alcaldesa, los familiares de un diputado socialista fusilado y enterrado en el 36 en una fosa del cementerio de la Salud por obstrucción a la justicia al negarse a colaborar en su apertura.

Permitieron que la vega del Guadalquivir, una de las más feraces de Europa se parcelara, se vendiera y se urbanizase ilegalmente en una orgía de ladrillos, cemento y tejas del que se beneficiaron sobre todo las empresas constructoras y que llegó a poner en peligro al propio yacimiento arqueológico de Medina Azahara.

La necesaria peatonalización del casco antiguo la emprendieron irracionalmente, sin ofrecer alternativa alguna a los habitantes y a los comerciantes, tanto en fomento de transporte público como en equipamiento de aparcamientos, con lo que los grandes beneficiados de esas medidas fueron realmente los empresarios (multinacionales) de los no lugares del extrarradio, las grandes superficies comerciales, siguiendo exactamente las misma políticas que los neoliberales de todo el mundo.

Se aliaron con una caterva de empresarios a los que permitieron barbaridades urbanísticas inéditas incluso en el franquismo. La destrucción de encinares centenarios en la vecina sierra, los intentos de conversión en solares urbanizables de una de las señas culturales de la ciudad: los cines de verano, la construcción de naves ilegales de miles de metros cuadrados en terrenos no urbanizables, etc. Han cedido suelo público (¡un céntrico jardín!) para que empresas privadas construyan un edificio, con la excusa de una biblioteca pública.

Todo ello con una impunidad que sólo puede hablar de formas de corrupción más o menos sibilinas. Ahora que uno de ellos está en la picota de uno de los procesos judiciales más importantes de España por corrupción urbanística tal vez querrían borrarse de las fotos o eliminar de las hemerotecas los besuqueos que con él intercambiaron en tantas ocasiones.

¿Quién necesita al PP, o en su defecto al PSOE? Nadie. La prueba está en que es increíble que un gobierno municipal de Izquierda Unida no tenga jamás de los jamases el más mínimo roce con las fuerzas reaccionarias de la ciudad. Que se traguen calladitos los sapos de las declaraciones de los obispos que agreden directa y constantemente sus supuestas bases ideológicas. Todo lo contrario. Los besitos y palmitas que se prodigan ambos son siempre de un cariñoso que da asco. Ceden todo lo que se les pide. Todo. Absolutamente todo. Y niegan el pan y la sal a los suyos, porque éstos ya no son mayoría en los votos. Los votos se los proporcionan los otros, sus antiguos enemigos, para que sigan manteniendo el teatrillo donde se representa permanentemente el Auto Excremental de los rojos capones y la carcunda feliz, como en los cuentos de corderos y lobos buenos. San Francisco amansó milagrosamente al lobo y lo puso a guardar su casa.

Rosa Aguilar, la alcaldesa, es mucho peor que Bono, el católico militante antes que socialista que intenta de buena fe evangelizar a sus compañeros de partido y de paso a todos los españoles. Todo apunta a que se lo cree de verdad (no puede ser tan tonto), aunque no sea consciente de que ocupa un lugar que no le corresponde. Rosa Aguilar es sólo una oportunista sin escrúpulos, que lo mismo le da asistir a los partidos de fútbol donde se ofende su sensibilidad de mujer, que refregarse con los curas banqueros que en el fondo la desprecian y sólo la soportan porque se sirven de ella o se da baños de masas en los peroles de los barrios donde se aprovecha de la incultura secular de las marujas.

El último acto del Auto Excremental de esta semana ha sido el proyecto de hermanamiento de Córdoba con la alemana de Nuremberg. Sí, Nuremberg, la ciudad-símbolo de la justicia para con las víctimas del genocidio nazi y del castigo de los verdugos. Justo el mismo día que los aspirantes a protagonizarlo son denunciados judicialmente por entorpecer con premeditación y alevosía el esclarecimiento de la verdad sobre los crímenes de nuestros propios nazis. Yo no sé si realmente lo hacen adrede, si es estupidez poética o afición al sarcasmo. Lo que sé es que algún día la vida les pasará factura. Cuando se queden sin sillón y sólo con su propia desvergüenza como único patrimonio.

A ver si es verdad que a Rosa Aguilar le acaba pasando lo que le han vaticinado, que cuando sea engullida por el PSOE, cosa que ocurrirá si en la Izquierda Unida queda algo de dignidad, se perderá políticamente como su antigua camarada Cristina Almeida. Y acabe dando tumbos por los platós de la televisión basura vendiendo su experiencia de exdetodaslascosasdestemundo. Y yo podré volver a votar. AMÉN.

domingo, 16 de noviembre de 2008

AUTOS EXCREMENTALES (II)

Operación Urraca

Mientras escuchaba hablar a los buitres del Auto Excremental de anoche del tema del dinero desaparecido en los bancos del paraíso bancario de Singapur me acordaba de la otra noticia del día, del descubrimiento de 400 obras de arte en un hoyo situado en el Parque Joyero cordobés y perteneciente a nuestro simpático empresario y gloria local San Dokán, que en sus ratos libres, entre trasvase de maletín y trasvase de maletín, presta su hermosa figura como modelo para escultores de arcangélicas figuras. A la vista de lo de los hoyos que debe haber, aparte del sandokaniano, en el Parque Joyero yo creo que deberían renombrarlo como Parque Hoyero, que da más idea de cuál es realmente su función económica y social en el marco de la actividad puntero-subterránea de esta extraña ciudad.

Bueno, a lo que iba. Realmente conforme avanza la investigación sobre los malvados malayos (hay quien opina que lo de Operación Malaya viene por el sobrenombre de nuestro prócer local, tomado de su parecido con la versión televisiva del salgariano pirata de Malasia) se va descubriendo el carácter absolutamente delirante del caletre del instinto delictivo de la choricesca banda.

Los que pensábamos que el caso Roldán no podía ser superado en su esperpéntica esencialidad carpetovetónica nos hemos quedado patidiphusos al comprobar cómo siempre se puede dar una vuelta de tuerca más a la casposidad criminal de la raza hispana.

Porque si bien Roldán fue un estafador, extorsionador y malversador casposo y zafio en sus métodos, a la hora de esconder el botín se ha descubierto como un verdadero maestro de la ingeniería financiera enviándolo a Singapur donde sigue amorosamente pastoreado por la banca de los chinos más finos del mundo, nuestros chorizos municipales, señores del ladrillo y del lingote del metal amarillo de la operación esa del Tigre de Malasia se han destapado como unos verdaderos gilipollas inversores en la mayor colección de chilindrinas de la que los siglos tengan noticias. Yo creo que a la vista del botín policial (más de mil cuadros, cuatrocientos o quinientos caballos purasangres, trescientas máquinas de coser de colección, jirafas disecadas, tigres de bengalas enjaulados, etc...) la Operación policial debería haberse llamado más que Malaya, Operación Urraca. U Operación Chilindrinas.



ADDENDUM (16-11-08): SAN DOKAN HABLA PARA ONDA MEZQUITA.