(del laberinto al treinta)


jueves, 5 de febrero de 2015

Los cordobestias no descansan

Hay ocasiones en las que te dispones a sacar una foto que sustente la denuncia de alguna barrabasada urbanística que se haya perpetrado en tu ciudad y descubres de pronto que la imagen que tienes delante sobrepasa ampliamente esa tu intención primaria, trasciende la categoría de lo empírico y accede por si misma a la de lo simbólico o lo esencial, a la manera en que ciertos retratos de rostros captan la psicología que se esconde tras la piel de un humano y se convierten en retratos de su concreto paisaje moral.

Esa imagen que encabeza esta entrada podría servir de inspiración, si existiese hoy, a un Goya para pintar un cuadro de eso que los esencialistas chovinistas locales llaman en sus pregones y exaltaciones folklofrikis el alma de Córdoba y que normalmente sólo hace referencia a sus pruritos solipsistas o directamente masturbatorios y nunca a un amor demostrado con el cuidado y la defensa del patrimonio de la ciudad.

Para quien no conozca el lugar y la circunstancia que refleja esa imagen le explico: en primer plano esa especie de vaguada con piedras diseminadas en el suelo que se extiende al borde de la valla son los restos arqueológicos del arrabal andalusí de Saqunda. Hasta hace una semana su estado era el que se aprecia en la foto de abajo: mantenidos en un desolador abandono a la intemperie desde que hace diez años los responsables de la cosa cultural e histórico-patrimonial de la ciudad ordenaran el fin de su estudio, pero intactos y supuestamente protegidos –mal, muy mal- por imperativo legal de las normativas municipales y autonómicas. Desde hace una semana –primera imagen- la mayor parte de los restos del sector oriental de la excavación ha sido brutalmente colmatada con varias toneladas de arcilla común derramada al tuntún por una flota de camiones volquetes y su superficie aplanada por varias máquinas aplanadoras. La causa por la que se realizaron semejantes maniobras destructoras del patrimonio arqueológico cordobés se aprecia perfectamente coronando la meseta recién construida directamente sobre los restos arqueológicos del arrabal: la instalación de una plaza de toros portátil. En ella se han celebrado este fin de semana espectáculos circenses pseudocutrehistóricos de carreras de cuadrigas y luchas de gladiadores que en el marco de la feria romana –sustituta de la medieval que hasta el año pasado usaba la plaza de la Corredera- se monta en la península fluvial de Miraflores.

Como la cordobestiada ha sido en esta ocasión cosa municipal parece que alguien se ha quejado a la Junta. Ese alguien es el arqueobispo metropolitano, o sea el catedrático de arqueología de la UCO. En una noticia de la Hojilla Parroquial dice que él no quiere molestar a nadie (también dijo que en lo de la manipulación de la historia de la Mezquita no quería entrar en polémicas). Lo que ha denunciado es que ese cubrimiento se hizo sin garantías protocolarias. Nada más. Para no molestar más de lo estrictamente necesario, claro.

No es ni muchísimo menos la única –ni probablemente la última- de las salvajadas que ha sufrido el patrimonio histórico artístico de la ciudad sin que a sus habitantes les importe una higa. A dos tercios de los mismos lo único que les hace vibrar sus fibras sensibles es berrear dominicalmente en el espectáculo asnal de las coces en campo de hierba. Y a la mayoría la regurgitación anual de la España Negra de los Autos de Fe de hachón y capirote. Ello explica que sus mandarines culturales y encargados de la protección del patrimonio histórico artístico hayan podido conformar impunemente desde hace cuarenta años la mayor patulea de incompetentes en su gestión y competentes en su destrucción de toda la España posfranquista. Y pertenecientes a todo el espectro político local, desde los comunistas hasta los neofranquistas actuales, pasando por los centristas y de las JONS y los eternos socialdedócratas autonómicos. Y ayudados por toda la putrefacta y vendida prensa local.

Se trata, pues, de una metáfora de las actuaciones de esa casta política que mientras vendía la charanga cultural–circo romano de la Expo 92 destruía sin piedad un monumento tardoromano de tal importancia que ya se estudia en los libros de texto de todos planes educativos especializados europeos, excepto, claro, los españoles. Para hacer la estación de tren que nos exigía Europa para colocarnos su tecnología ferroviaria.

Un verdadero lobby de espabilaos que montaron para la carrera de cuadrigas de la capitalidad Cultural Europea de 2016 como acto estrella el enorme despropósito de la Tomatina Flamenca mientras el resto del año pasaban del flamenco como de la mierda y como colofón la performance de reunir a miles de cordobeses uniformados con una estúpida camiseta azul dando saltos y pateando sobre un puente milenario para exigir al Mister Marshall europeo que nos pasara unas pelas porque éramos más culturales quel copón bendito Porque Yo Lo Valgo, mientras el mayor tesoro monumental con que cuenta la ciudad, la Mezquita, estaba siendo robado jurídicamente y violado simbólicamente mediante la falsificación de su ADN histórico-artístico por la mafia vaticana mientras ellos miraban, con perfecta conciencia de que lo hacían, para otra parte. Y que daba luz verde a la destrucción de un arrabal aristocrático y una almunia con más niveles de ocupación que Medina Azahara para construir dependencias de un hospital. Eso en una ciudad que fue capital de Al Andalus y en la que ni siquiera se les ha pasado por la cabeza fundar un Instituto de Temas Andalusíes que la convirtiera en referente mundial del estudio y del conocimiento de un esplendoroso un pasado intelectual propio que se estudia en las universidades de todo el orbe.

Una casta que mientras cultivaba el ensalzamiento hasta el delirio paranoide y elevaba a símbolo inmarcesible del alma estéticamente pura del pueblo llano cordobés un fenómeno tan digno de estudio sociológico y político como los patios de vecinos pobres a los que el franquismo obligó a acunar el hambre y el miedo encalando las paredes de sus infraviviendas y regando sus macetas con una lata atada a un palo, se convertían en los celadores de los intereses privados de los constructores roepalillos ofertando lacayunamente sus servicios oficiales para vaciarles de restos arqueológicos los terrenos en los que construir las adocenadas colmenas con las que limpiaba sus negros dineros la banca colonial alemana. La destrucción alentada por esa casta no ha sido moco de pavo y nos ha convertido en los ostentadores del título del guiness de los record como la CIUDAD DEL MUNDO que más patrimonio arqueológico de importancia capital ha destruido en menos tiempo. Casi un millón de metros cuadrados de arrabales califales del siglo X en 10 años sin que ni uno sólo de esos metros haya sido musealizado y sin que los resultados de los estudios –de cuya competencia y seriedad en algunos de ellos dudan voces autorizadas- hayan salido nunca de los cajones de los despachos de los responsables.

De la importancia del complejo arqueológico de Saqunda ya he hablado en otras ocasiones. Excavado, a pesar de que se conocía su existencia, sólo cuando se planteó su destrucción para servir de cimientos al fruto eréctil de la Maldición de la Estupidez Contemporánea, pero vencida justamente por la Maldición del Emir, se trata de un yacimiento de una importancia histórica inconmensurable, un arrabal, bastante mayor que cualquier ciudad europea de la época (principios del siglo IX), que se alzó en rebeldía contra la tiranía de un emir y que fue arrasado y condenado a no volverse a levantar nunca, mientras que los habitantes sobrevivientes a la masacre, unos 15.000 cordobeses que habían dado muestras de un raro valor para estos pagos, fueron enviados al exilio, el primero de los exilios documentados en la historia de la península Ibérica, un solar que tan pródigo en ellos fue siempre. La mitad de ellos se instalaron en Fez donde fundaron otro enorme arrabal que aún existe. Los demás atravesaron el Mediterráneo, fundaron una república independiente en Alejandría durante diez años hasta que, expulsados finalmente y de nuevo de allí, conquistaron y fundaron un emirato en la isla de Creta, que pervivió próspero y culto durante más de un siglo y medio, a cuya capital llamaron precisamente Arrabal y cuyos gobernantes llevaron orgullosamente hasta el final de la dinastía el título de al-Qurtubí. Una hazaña colectiva que deja a muchas de las que pespuntean de orgullo las apulgaradas glorias oficiales nacionales (conquistadores de América, almogávares, las del Gran Capitán, etc.) a la altura del betún.

¿Alguien conoce en esta ciudad esos hechos, el nombre de su líder y su importancia histórica en la Historia del Mediterráneo? Cuatro colgaos aficionados a la historia que vemos con infinita tristeza cómo sus paisanos prefieren las charangadas de vendedores de queso de tetilla y chorizo al infierno con disfraces de antiguos que lo mismo sirven para una feria medieval, una romana o una chichimeca, a que se les proporcione alimento cultural pata negra, conocimiento cabal del pasado y su proyección en el presente. Porque está visto que en Córdoba si la cultura no está aromatizada con el pestazo a fritanga no interesa a nadie.

Durante mucho tiempo muchos de esos colgaos esperamos que algún día las lumbreras culturales locales espabilarían y pondrían en valor al menos un cachito de arrabal y colocarían una simple placa que recordara a aquellos cordobeses y aquellos sucesos de nuestra historia. A cambio nos encontramos un día con que habían erigido un monumento, justo en el corazón de lo que fue el arrabal, ¡¡¡a la Virgen del Rocío!!!, un avatar de la diosa madre de los católicos asociado al nacionalcatolicismo y al señoritismo secular de caballo, látigo y escopeta.

Claro que finalmente eso se nos aparece como una simple mindundada si tenemos en cuenta que una de las últimas hazañas de las lumbreras culturales locales, antes de la destrucción salvaje del arrabal, ha sido la colocación de un pedazo de placa de bronce dorado en el suelo de la plaza de la Corredera. En esa placa se constata rimbombantemente que en un concurso organizado por un programa basura de una cadena de de televisión de cretinización masiva la Plaza de la Corredera había sido elegida a golpe de msm por sus distinguidos telespectadores "LA PLAZA MÁS BONITA DE ESPAÑA".

Tal vez algún día, si vuelve la cordura a esta ciudad, junto a esa placa unos avergonzados descendientes colocarán otra en la que se reconozca que "EL POLÍTICO QUE MANDÓ COLOCAR ESTA PLACA FUE ELEGIDO COMO EL MÁS TONTO DE ESPAÑA." Y que serviría de homenaje al paradigma cultural cordobés.