(del laberinto al treinta)


sábado, 10 de marzo de 2007

SEVILLA (I)

Fin de semana en Sevilla. A celebrar un aniversario de esos redondos. 25 años que C. y yo andamos juntos. En Sevilla. Me dice alguna gente que les parece paradójico que viajando a lugares tan lejanos como solemos nos decidamos a celebrar fecha tan señalada sólo en Sevilla. Sólo en Sevilla, dicen. Yo les digo que es por falta de tiempo y bla bla bla, pero la realidad es que tanto C. como yo sentimos como una inmensa suerte tener una de las ciudades más hermosas del mundo a un tiro de piedra para celebrar la inmensa suerte que tuvimos chocando viceversescamente, por sorpresa, en una esquina de la vida un día en que tuvimos la inmensa suerte de no tener nada mejor que hacer que conocernos. Y eso que yo no creo en la suerte. Y me temo que C. tampoco.

La alternativa entre el AVE y sus veinte minutos y el expreso y su consistente hora y media se saldó a favor de la parsimonia y no sólo por la brutal diferencia de tarifas, sino porque a Sevilla no se debe ir desde Córdoba a celebrar un aniversario como el que va a cerrar un negocio de ida y vuelta, sino en un viaje con fundamento. Pasar por el castillo de Almodóvar con tiempo para verlo pasar, parar en Posadas y su estación de otra época. Palma y Lora, las dos del Río. Por supuesto el río por antonomasia, aunque por la segunda pasa, como dice la copla, hasta tres veces:
El río Guadalquivir
pasa por Lora,
pasa por Lora,
Lora de Río.
Y Sevilla a media tarde, buscando el hotel bajo el sobrio torreón mudéjar de Santa Catalina, hurgando la placita de Los Terceros, rozando la taberna El Rinconcillo, a punto de animarse con el aire protoprimaveral de este raro febrero.

Nos gusta este barrio, barrio de la segunda Sevilla diferente, no la de para los turistas, sino la de donde viven la gente. Pero cerca de puntos matrices en la historia de nuestra sentimentalidad: la casa-palacio donde nació Antonio Machado, la parroquia donde se bautizó Velázquez, el órgano que inspiró a Becquer la Leyenda de Maese Pérez, el modesto hogar donde Niño Ricardo cuajó las mejores falsetas de la guitarra flamenca moderna... ¿Qué más se puede pedir? Amor y cultura. Por una vez y sin que sirva de precedente ¡casi ná!

jueves, 8 de marzo de 2007

BEATIFICACIÓN DE UN MÁRTIR

Esta es una historia verídica. Me la contó mi amigo Juan Sepelio a quien a su vez se la había contado su anciano abuelo, que conoció de primera mano al personaje y los hechos ocurridos en los aciagos días del comienzo de Nuestra Cruzada de Salvación Nacional. La circunstancia de que lo hubiera hecho pocos días antes de morir le da un especial valor al relato como documento testimonial casi testamentario.

El Padre Balbino, Fray Macocas según el cariñoso motecillo que le colocaron varias generaciones de discípulos que por sus manos pasaron, fue un santo varón uncido por una mirífica beatitud que dedicó su vida a vivir intensamente una a una las enseñanzas del Evangelio, con especial predilección por la que marcaría indeleblemente su camino profesoral: Dejad que los niños se acerquen a mí. Fue durante toda su entregada existencia profesor de catecismo de un afamado colegio religioso en un gran pueblo andaluz. Su entusiasta dedicación catecumenal le llevó a ampliar las actividades a que le abocaba su profunda vocación pedagógica fuera de las aulas en las que impartía la doctrina de Nuestra Santa Madre Iglesia Católica y Romana, ejercitando un sistema de enseñanza individualizada, niño a niño, para convertir en clase práctica su acendrado amor por la infancia desvalida. Apartábase con ellos a los rincones más recóndidos del huerto limonero del colegio donde nada ni nadie perturbar pudiera la concentración necesaria para tan elevado fin. Por ello casi todos los niños del lugar acabaron tarde o temprano participando en las particulares lecciones manuales y salivales del buen cura, a quien puede considerarse el inventor de la sutil maniobra didáctica de la búsqueda de gusanitos en los apretados bolsillos de los tiernos infantes, que tanto éxito tendría después entre sus seguidores, antes de pasar a los más suculentos misterios gozosos de su particular catecismo maniobrero.

Las lecciones del padre Macocas quedaron indeleblemente grabadas en la mente de varias generaciones de criaturitas que fueron sus discípulos y el recuerdo de sus paponas, pero hábiles, manos y el de la untuosidad bendita de sus unciones salivales conservados secretamente en sus corazones para el resto de sus vidas.

El padre Macocas murió el 17 de julio de 1936 en acto de servicio al caer por la escalera de la torre de la iglesia tras enredársele los pies con la sotana cuando perseguía a un díscolo rapazuelo de rubicundas mejillas que se negaba terca e insensatamente a que le administrara dosis alguna de sus especiales enseñanzas doctrinales. Fue una pena que no hubiera esperado un par de días más, en cuyo caso hubiera sido fusilado, o algo peor, por las hordas rojas de exalumnos que asaltaron el colegio en los primeros días de la Cruzada para tal fin, con lo que el expediente hubiera contado con el marchamo de una circunstancia de mucho más caché martirial. Pero de eso (se lo digo en confianza al señor Obispo), con el follón subsiguiente que se armó, casi nadie se acuerda... Yo creo que lo podríamos fusilar nominalmente con toda tranquilidad.

Es así que quiero ofrecerle este relato martirial al Señor Obispo en mi modesto convencimiento de que puede servir para beatificar a un hombre santo y justo que dedicó su vida a la procura de la felicidad de los niños, y de paso llenar de gozo la suya propia. Y, si la causa prosperara, podría comenzar prestamente la subsiguiente de santificación. Ello permitiría convertirlo en santo patrón de un colectivo eclesiástico injustamente relegado como es el de los curas que siguen la máxima evangélica que guió la vida de nuestro mártir compartiendo sus voluntariamente reprimidas libidinidades con los niños a los que enseñan, de los que profesan en la aún incomprendida orden de Los Padres Sobones. Y aunque el patronazgo pudiera extenderse a los seglares que practican también con fruición la dicha máxima evangélica, sería en la eclesiástica donde más éxito tendría dado que el número estadístico de sus seguidores entre la santa profesión es infinitamente superior a la de cualquier otra, sea la de albañil, director de banco, homeópata o registrador de la propiedad.

domingo, 4 de marzo de 2007

PEPE ESPALIÚ EN CÓRDOBA (POR FIN)


Aunque no es uno de mis artistas favoritos no podía dejar de ir a ver la exposición-homenaje a Pepe Espaliú en la sala Vimcorsa de Córdoba, perfectamente comisariada por mi amigo Ángel Luis Pérez Villén y Juan Vicente Aliaga. Como para resarcirnos de la gran exposición que el 2003 recorrió el territorio nacional obviando inexplicablemente a su ciudad natal, los organizadores han rastreado y recopilado un gran número de obras que se hallaban recluidas en colecciones privadas o en manos de su familia. Podemos disfrutar de una casi desconocida vertiente pictórica del artista y de sus primeros trabajos fotográficos, presentados inéditamente, en los que Espaliú se nos muestra mucho más hermético que en su gran etapa de creación febril marcada por los contenidos simbólicos producto de su conciencia política sobrevenida con la asunción del carácter maldito de la enfermedad que lo llevaría a la muerte y de su homosexualidad. Sus grandes creaciones de la etapa 85-93 que explotan la carga metafórica de los handicaps, fundamentalmente en sus juegos dialécticos con muletas y jaulas. Y sus impresionantes performances.

Para quien no sea de Córdoba o no lo sepa comentaré del edificio en el que se halla la sala de exposiciones que se trata de un encantador palacete del siglo XIX sede familiar del Duque de Rivas, Ángel de Saavedra, en el que además nació, el más importante de nuestro escritores románticos. Hoy la calle que lo acoge está lógicamente rotulada con su nombre. Posteriormente fue adquirida por un industrial catalán cuyo nombre, con la salvedad de Manuel Benítez El Cordobés, ha hecho por el conocimiento de la ciudad más que cualquiera de sus hijos: Carbonell, el rey del aceite de oliva. El palacete estuvo decenas de años cerrada (yo lo conocí siempre así) hasta que en los años 90 fue adquirida por el Ayuntamiento para la sede de la Empresa Municipal de la Vivienda (VIMCORSA). El interior ha sido totalmente reformado pero en su pequeño patio exterior, donde está la entrada, podemos hacernos trasladar fácilmente a otra época con solo imaginar en él la presencia de un carruaje de caballos que aguarda la salida de unas damas emperifolladas y de unos caballeros patilludos vestidos de levita de gala camino del Gran Teatro en una noche de estreno.

Además de la exposición están programados unos interesantes actos consistentes en conferencias y proyecciones de películas, entre las que destaco Saló de Passolini, Ocaña de Ventura Pons, El corazón del ángel de Allan Parker y Un chant d’amour de Jean Genet.


AQUÍ LA PROGRAMACIÓN COMPLETA y LOS HORARIOS EN PDF

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AQUÍ EL TEXTO DEL PROSPECTO DE PRESENTACIÓN EN PDF


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