(del laberinto al treinta)


jueves, 7 de mayo de 2009

Buceando en El Cairo islámico (II)

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A pesar de que fue una fundación estrictamente musulmana Al Qahira fue diseñada según el modelo de las ciudades-campamento romanas: cuadrangular y siguiendo un orden geométrico a partir de dos calles en cruz que se juntan en el centro: el cardus (de norte a sur) y el decumanus (de este a oeste). Actualmente el cardus se corresponde con la sharia Muizz li din Allah, nombre del general fatimita que fundó la ciudad y el decumanus con la sharia Al Azhar. La primera es una calle larga y estrecha, libre pues (casi) de tráfico y abarrotada de monumentos y cuya primera parte recorrimos en la pasada entrada. La segunda es ancha y tan abarrotada de tráfico que hubo que construir una segunda calzada en altura para que pudiera medianamente absorberlo y está dividida longitudinalmente por una alta barrera metálica a prueba de la riada de peatones que abarrotan permanentemente la zona. A diferencia de su hermana no cuenta más que un par de monumentos, eso sí de la importancia de la mezquita-universidad de Al Azhar y de la mezquita de El Hussein.

En el anterior paseo nos quedamos justamente en ese centro donde se juntan ambas calles, en el complejo de El Ghouri. Para cruzar al otro lado, continuar el sector norte de Muizz li din Allah y sortear la barrera metálica el ayuntamiento ha provisto a la calle de El Azhar de un paso elevado que encauza la riada humana de un lado a otro.

Es a partir de aquí y hasta Bab Futuh donde encontraremos una de las colecciones monumentales más importantes del mundo. Guardando las dos esquinas orientales de la sharia el Muski encontramos los dos primeros monumentos. Primero la Madraza de Barsbey (1425) con su característico muro a franjas rojas y blancas rematado por la cúpula estriada del mausoleo y un airoso minarete en dos cuerpos, el primero cuadrangular rematado por la balconada del muezzin y el segundo circular. Y seguidamente una pequeña mezquita de inequívoca factura turca del siglo XVIII.

A la derecha quedará Khan el Khalili, uno de los barrios mercados más famosos del mundo y uno de los más antiguos en el imaginario orientalista occidental. Nacido en época mameluca como un caravanserrallo, una de cuyas puertas, la hermosa Bab al Badistan se conserva aún, fue luego mercado de especias y para cuando Eduardo Toda estuvo en El Cairo (1884-86) ya estaba especializado en la lucrativa industrias de cazar turistas.

Algunos de aquellos bazares tienen en El cairo gran reputación, pero sólo á uno consagraré algunas líneas, y es el Khan Kalil.

Este bazar tiene por principal objeto la venta de tapices árabes y de antigüedades, pero como suelen frecuentarlo mucho los extranjeros que visitan el Cairo, ha perdido el carácter nacional ó indígena que antes tenía, y ha caído en manos de los judíos y los persas. Forma dos largas calles, con tiendas á derecha e izquierda. La primera está ocupada principalmente por las alfombras, cuyo mayor almacén fue hasta hace poco tiempo el de mi amigo ABDALAH. Era el primero de la derecha, y consistía principalmente en un patio, donde se guardaba un número increíble de tapices, formando altas pilas que llegaban hasta las ventanas del primer piso de la casa. Lo notable de aquella tienda era la formalidad con que ABDALAH hacía sus ventas. Era éste un hombre original en su clase: árabe mezclado de negro, siempre vestido de verde y amarillo, con el rosario en la mano y la taza de café en los labios. Tenía alguna vez buenos tapices, pero les enseñaba poco y prefería venderlos á los harenes turcos. En su patio guardaba las peores alfombras caramanis y de Esmirna, que llamaba antiguas porque estaban rotas, y por cada una de las cuales pedía exorbitante cantidad de libras esterlinas. Cien duros era su precio favorito, que aplicaba muchas veces á un mal trozo de tapiz que no valía cinco. Naturalmente, los inocentes viajeros que conseguían comprarle una de sus alfombras por la mitad del precio pedido, salían muy satisfechos creyendo haber hecho un buen negocio, y ABDALAH por su parte daba gracias á Alah que con sus inescrutables designios ha hecho imbéciles á tantos europeos.

ABDALAH ya no existe, quiero decir, acaba de quebrar. Me extrañó la noticia cuando me la dieron, porque le creía muy rico á juzgar por lo mucho que ganaba, pero pronto averigüé que si tuvo buenos negocios en su patio, los hizo malos en su casa. Era muy aficionado al sexo débil, y montó su harén con tanto lujo, que las mujeres le comieron cuanto poseía.

En la segunda calle del Musky se venden objetos antiguos, entendiéndose por tales los que son viejos, sucios, rotos y sin aplicación alguna. En una de sus primeras puertas hay un judío que se dice español, y que en un gran cartel colgado en lo alto de la tienda se anuncia como casa de confianza. ¡Bueno es el amigo COHEN!

Varias veces fuí á su casa á ver antigüedades egipcias y nunca hallé más que objetos falsos fabrícados por los árabes de Luxor. Las tiendas persas suelen á veces exhibir buenas armas, pero sus dueños piden por ellas precios inverosímiles. Más baratas venden las cotas de malla y cascos iramitas, pero ya se comprenderá que son imitaciones más ó menos acabadas de las antiguas armaduras persas.

En resumen, lo mejor que puede hacer el viajero en el Khan Khalil y en todos los bazares del Cairo, es visitarlos y no comprar nada, si quiere evitar á su amor propio la molestia de saber luego que ha sido estafado. (EDUARDO TODA: A través del Egipto. Madrid, 1889, pgs. 106 y 109)

Hoy día cientos de autobuses de los viajes organizados paran todas las tardes en el límite oriental del bazar, la plaza de Hussein, abren sus puertas y vomitan, tras la bocanada de aire refrigerado, a miles de turistas de todo el mundo que son soltados, aunque estrechamente vigilados, por las estrechas callejuelas abarrotadas de tiendas con las más inverosímiles bagatelas o tesoros que imaginarse puedan sus mentes recocidas tras la visita a la explanada de las pirámides. Presuntamente preparados para la ardua lucha por la libra egipcia son vencidos sistemáticamente por la pericia de unos vendedores con más tablas que el sombrero de Valderrama, capaces de hablar al menos 50 palabras de los dialectos más recónditos de los más perdidos países europeos.

Siguiendo la calle entramos ya en la zona mas monumental de la calle en la que cada menos de 40 metros encontraremos una detrás de otra y en ambas aceras no menos de 15 edificios de importancia y antigüedad notables. El gobierno egipcio, con la imprescindible ayuda internacional ha hecho un esfuerzo titánico por rescatar el conjunto monumental del lamentable estado en el que se encontraba desde hacía siglos. La diferencia que presentaba ahora respecto a las últimas veces que la recorrimos es radical. La suciedad ha sido desterrada empleando un ejército de uniformados barrenderos que pasan y repasan el suelo con sus cepillos y recogedores. Los vendedores de las tiendas han sido conminados a que se abstengan de invadir la calle con metros y metros de mercancías y los cientos de andamios que cubrían las paredes de los monumentos por fin desmontadas. Un aire de las cuidadas ciudades museo occidentales ha invadido la zona, aire que se disuelve automáticamente con sólo desviarse por alguna de las calles laterales. Pero el colmo de la sofisticación ha sido la colocación de unos baños públicos de monedas en plena calle. Claro que los que avispados diseñadores del mecanismo no pensaron que sólo sería usado por los turistas y lo hicieron funcionar mediante dos monedas de 25 piastras, monedas que los turistas no ven ni en pintura, porque ningún cairota se las dará como cambio ya que todo lo vendible para ellos tiene un rotundo precio redondo. Así que un avispado vecino ha visto claro el negocio. Cuando llegan unos guiris apretándose los bajos él se ofrece a meter las dos monedas 25 a cambio de una de una libra y lo hace con tanta habilidad que yo no descubrí el truco hasta la tercera vez en que fui a mear, pensando hasta entonces, ingenuo de mí, que se trataba de fichas especiales.


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Puerta de la Medersa de Salih Ayyub, una de las entradas actuales al Khan el Khalili


Lo primero que encontramos a mano derecha es el minarete de la ruinosa madraza de Salih Ayyub (1250), el nieto de Saladino y último monarca ayyubida, cuya fachada quedó hace siglos cubierta por las tiendas del zoco de los cobreros, hoy de los turisteros. Un pequeño pasaje abarrotado ahora de tiendas cuya parafernalia souveniresca permite dificultosamente su contemplación de cerca conduce a la que muy probablemente fue la entrada del palacio de los sultanes fatimidas, hoy totamente desaparecido y cuya parte delantera fue ocupada posteriormente por la madraza. Pasando el arco actual y que se corresponde con la puerta de la madraza encontraremos aquí y allá restos de la estructura original, una columna, un arco, un muro, por entre las actuales callejas El minarete es muy interesante porque muestra perfectamente el cambio de modelo arquitectónico que se avecinaba con la inclusión en su parte alta y por primera vez de un collar de estalactitas que serán el sello de marca de la arquitectura mameluca. Por lo demás se trata del único minarete que nos ha llegado completo de la época ayyubí que muestra la pervivencia de las formas y las estructuras fatimí dos siglos después de la caída del califato de credo shií (1170). La parte alta (la mabkhara, el quemador de incienso, nombre que le dio el orientalista y aventurero Richard Burton en el siglo XIX), habrá de ser comparada con los minaretes de la mezquita Al Hakim, junto a Bab Futuh y los arcos ciegos profusamente decorados con los de la cercana mezquita famitida del Al Aqmar.


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Alminar del Complejo Qalawun, cuyo remate fue probablemente diseñado por artistas andaluso-maghrebíes

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Vista de Bayn al-Qasrein, en grabado de Roberts y actualmente. En el grabado aún existía la Medersa de Baybars. Al fondo el alminar de la Medersa de Salih Ayyub, con el característico remate makhbara, sobresaliendo por el tejado del sabil-kuttab de Khushraw Pasha

Esta zona de la calle es conocida desde época fatimida como Bayn al-Qasrein (entre dos palacios) porque se desarrollaba entre los dos palacios que los monarcas fatimidas construyeron, el oriental que como hemos visto fue desde época temprana sustituido por la madraza Salih Ayyub y el occidental que ocupa desde finales del siglo XIII el conocido como Complejo del Sultán Qalawun, uno de los más activos constructores de edificios de la Historia de la ciudad. El complejo consta de una mezquita, su mausoleo y un hospital, Maristan, dedicado principalmente a las enfermedades mentales, lo que supuso una gran novedad en todo el mundo y en la que se pusieron en práctica las enseñanzas que Ibn Sina dejara plasmadas en sus obras dos siglos antes. Los edificios presentan una perfecta unidad estilística, aunque la fachada se encuentra quebrada por una pronunciada esquina que da entrada a la puerta principal de la Mezquita. Lo más destacable es su especial mezcla de estilos cristianos y musulmanes, fruto de una época de profundos encuentros que si bien se efectuaron siempre bajo el signo de la guerra no dejaron de dejar huella en lo cultural. Efectivamente las iglesias construidas por los cruzados en Siria y Palestina dejaron su huella en la forma en que el arquitecto del Complejo de Qalawun (1285) concibe la fachada mediante una sucesión de grandes ventanales abiertos por arcos apuntados, geminados por columnillas clásicas y adornados con rosetones de estirpe inequívocamente gótica. El minarete es imponente, con su parte inferior maciza y cuadrada de inequívoca influencia siria y la superior de estilo claramente andaluso-maghrebí, reconstrucción de 1303 de la destruida por un terremoto y probablemente ejecutada por artistas del occidente musulmán, como demuestran los entrelazados arcos en sebka, típica de los minaretes almohades.

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El Complejo Qalawun, el gótico cairota

El interior sigue cerrado, aunque estaba prevista su apertura para 2008. Yo sólo pude acceder mi primer año de visita a El Cairo, allá por la primavera del 91, pero recuerdo que me impresionó y que lo consideré una de las visitas más interesantes de todo el viaje. Ahora leo que el contraste con el exterior es dramático, pues mientras éste presenta una influencia foránea total el interior representa el germen en el que está todo el ADN de la futura y fastuosa arquitectura mameluca.

Justo en frente del Mausoleo encontramos uno de los más antiguos, si no es el que más, sabil kuttab otomano, construido en 1535 por Khushraw Pasha, que servirá de modelo para muchos otros que se construirían en la ciudad hasta bien entrado el siglo XIX. Seguidamente y haciendo esquina con la sharia Beit al Qadi se encuentran los restos de la Madraza de Baybars (1260), destruida a fines del siglo XIX para abrir la dicha calle, una calle que lleva a la casa del mismo nombre, Beit al Qadi y a la de Utman Katkhuda, un par de casas otomanas muy bien conservadas.

A continuación del Mausoleo de Qalawun, su hijo Nasi Muhammad para no ser menos se construyó el suyo. En un estado mucho más ruinoso que el de su padre su restauración será más larga. Lo más llamativo de su fachada es la puerta, una auténtica puerta gótica procedente de una iglesia de San Juan de Acre traída a El Cairo como trofeo de guerra. Pero la joya del mausoleo es el minarete, una verdadera maravilla de la filigrana bordada en estuco de estilo andaluso-maghrebí. De hecho y dada la fecha de su erección (1304) es muy probable que saliera de las mismas manos occidentales que labraron el remate del alminar vecino de Qalawun. Ha sido restaurada completamente en fechas recientes, restableciéndose las partes caídas por la acción del tiempo y practicando una profunda limpieza a las partes originales.

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Alminar de la mezquita de Muhammed Nasi

El siguiente edificio es la Merdersa del Sultán Barquq (1384), de un sobrio exterior en el que destaca la alta puerta decorada con mosaico de mármol blanco y negro y coronada de la típica cúpula de estalactitas. Tampoco se puede visitar, pero desde una de las ventanas es posible admirar un sobrio patio dotado de una fuente cubierta imitación de la de l Madraza del Sultan Hassan bajo la ciudadela. Yo lo pude visitar en 1991 y recuerdo el interior de la tumba (donde está enterrada la hija de Barquq, porque él lo está en un soberbio mausoleo de la Ciudad de los Muertos) como uno de los más hermosos espacios de El Cairo. El alminar es un buen ejemplar mameluco, con profusa decoración en sus muros octogonales.

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Vista desde una ventana del patio de la Medersa de Barquq

Varios edificios más completan este corto espacio urbano pleno de tesoros: El sabil-kuttab de Ismail Pachá (1828), frente al Mausoleo de Nasi Muhammed y a continuación de la Madraza Barquq dos ruinosos edificios, uno correspondiente a la Madraza de Kamil Ayyub y otro al Hammam del Sultán Inal. A este último se puede acceder libremente, aunque sólo se puede contemplar en su interior un muy perjudicado conjunto de mudas ruinas. Por una propina, un tipo que mosconea por allí deja subir a la terraza, desde donde se tiene una vista mejor del conjunto.


Cincuenta metros más adelante encontramos uno de los monumentos más dibujados y fotografiados de todo El Cairo: El sabil-kuttab de Abd al-Rahman Katkhuda (1744). Situado en el centro mismo de la calle sirviendo de chaflán a la propia Muizz li din Allah que sigue por su izquierda y a un callejón polvoriento que lo hace a su derecha, lo hemos visto impávido en grabados y fotografías a lo largo de los siglos mientras evolucionaba su entorno con la sustitución de los camellos por motocicletas. El interior merece una ojeada por sus azulejos, sobre todo por una representación muy curiosa de la Kaaba, la Piedra Negra sagrada de La Meca.

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Sabil-kuttab de Katkhuda

Justo antes de llegar al sabil kuttab surge una calleja a la derecha que lleva a la puerta del Palacio Beshtaq, contruído por el Emir Beshtaq en 1334, aunque sus muros, en los que se abren ventanas cubiertas por bellas mashrabeyas, la rodean y se expanden hasta Muizz li din Allah. Fue restaurada en 1985, aunque está abierta al público desde hace poco, y el arquitecto recibió por ello el premio Aga Khan. Su interior es muy interesante y sobre todo cuenta con un pequeño museo de mapas que explican el crecimiento de la ciudad a lo largo de su historia, una de mis aficiones favoritas. Hasta cuatro veces intentamos entrar, pero en todas ellas el portero estaba mising, desaparecido y la respuesta de los vecinos siempre fue la misma: ya volverá, in shaa Allah. Parece que Allah no estaba por la labor de darme gusto.

Cien metros más allá se encuentra una de las mezquitas de El Cairo que más me gustan. La de Al-Aqmar (la iluminada por la luna). Jamás antes había conseguido acceder a su interior, porque llevaba más de 15 años en obras. Se encuentra hundida en la calle y su fachada ha sufrido una restauración muy criticada por la radicalidad de las actuaciones. Todo el lateral derecho de la fachada principal estuvo tapada durante siglos por un edificio posterior que eliminó totalmente la decoración del muro. La intervención, subvencionada y llevada a cabo por la secta ismailita india de Bohara ha consistido en falsificarla totalmente copiando la estructura del lateral izquierdo. Así mismo falsificaron ventanas, inscripciones y arcos ciegos de manera que es muy difícil actualmente discernir las partes nuevas de las originales. Una verdadera barbaridad, una agresión a una de las escasas construcciones auténticamente fatimidas que nos habían llegado más o menos intacta.

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Fachada de la mezquita Al Aqmar

Con todo la mezquita es extremadamente hermosa en su pequeñez y, como dice Caroline Williams en su Islamic Monuments in Cairo: It is one of the seminal monument’s in Cairo architectural history. En ella aparecen por primera vez de forma germinal muchos elementos arquitectónicos que, desarrollados, constituirán las piezas fundamentales de las formas islámicas de decoración en todo el mundo. El arco en quilla estriado que acoge el medallón de encima de la puerta que luego dará lugar a tantos iwanes, aparece aquí por primera vez, así como la decoración en estalactitas que será el sello de la arquitectura mameluca y seldjucida y mogola, desde Egipto hasta la India.

Es especialmente hermosa la caligrafía en piedra en arcos, medallones y esquinas, con textos específicamente chi´itas, como corresponde a la adscripción sectaria de sus constructores, los fatimidas, las alusiones a Ali y Hussein y los trozos del Corán que les son especialmente caros, destacando el medallón cenital de la puerta con la leyenda Muhammad ua ‘Ali en su centro. El interior sólo conserva de la época original su estructura, siendo el primer edificio de Egipto con arcos en quilla en su patio, cuadrado, y con sólo tres de ellos por lado.

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Interior de la mezquita Al Aqmar

La mezquita de Al-Aqmar formó parte del enorme palacio fatimida, que se contruyeron los sultanes en el corazón de la ciudad por ellos fundada constituyendo su esquina norte. Por ello y por primera vez en El Cairo una mezquita tuvo que adaptarse al alineamiento de la calle de manera que hubo que desplazar el eje central para que el muro de la qibla mirara directamente hacia la Meca.

Siguiendo hacia el norte Muizz li din Allah llegamos pronto a la esquina de la calle que tira a la derecha y a cuya mitad se encuentra la Casa Suhaymi, una deliciosa mansión construida a lo largo de los siglos XVII y XVIII, en la que podremos disfrutar del placer de perdernos por un laberinto de salas con mashrabeyas desde donde espiar la calle, fotografiarnos sobre alfombrados divanes y descansar en patios umbríos llenos de vegetación.

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Patio de la mezquita Al Hakim

Continuando por Muizz llegamos por fin a Bab Futuh y a la mezquita de Al Hakim. Llaman poderosamente la atención los extraños alminares en forma de pebetero (makhbarat, quemadores de incienso, en feliz comparación debida a la pluma de Richard Burton), auténticamente fatimíes, como demuestran sus franjas coránicas corridas, aunque tanto la base trapezoidal como la parte superior fueron añadidas posteriormente por el sultán mameluco Baybars (1309) tras el terremoto de 1303. Sus figuras son uno de los sellos más característicos de El Cairo y su altivez arcaica proporcionan una mágica atmósfera orientalista al entorno. Hay que contemplarlos largamente desde el exterior, desde fuera de las murallas, saliendo por Bab Futuh o desde el patio de la mezquita o sentirlos como amenazantes guardianes desde la puerta principal.

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Estado de la mezquita a principios del siglo XX y grabado del libro de Eduardo Toda (1889)

La mezquita propiamente fue construida siguiendo el modelo de Ibn Tulum, aunque la mayor profundidad de las naves que llevan a la qibla son influencia de las mezquitas tunecinas y argelinas, de donde procedía la dinastía fatimí reinante. Desde siglos fue una completa ruina y sirvió para varias tareas excepto para mezquita (cárcel de cruzados, almacén, fortaleza, escuela de niños en tiempos de Nasser), función a la que regresó tras la radical reconstrucción que sufrió en los años 80 costeada por la secta de los Bohras y el millonario lider espiritual ismailí Aga Khan. Aunque de una hermosura deslumbrante, la profusión de mármoles nuevos ha desvirtuado su espíritu original según los críticos de la obra, pero si se miran las fotos anteriores el estado de ruina total en que se encontraba puede perfectamente hacer olvidar las posibles pegas que se le pudieran hacer a la impresionante recostrucción. Sentarse tranquilamente en momentos en que no haya demasiados turistas en el escalón del patio del oratorio y contemplar su impactante blancura sólo rota por la alternancia de los arcos y vigilada por los alminares de color terrizo es una experiencia inolvidable.

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Salida de la oración de la mezquita de Al Hakim

BUCEANDO POR EL CAIRO ISLÁMICO I

BUCEANDO POR EL CAIRO ISLÁMICO III