(del laberinto al treinta)


jueves, 9 de abril de 2009

Izquierda Unida Cofrade

© Fotografía: Álvaro Carmona, fotógrafo de El Día de Córdoba


La imagen más feroz de esta semana presuntamente santa será ya para siempre en Córdoba la del último rojo, en este caso roja, rindiendo armas ante la Superstición Católica victoriosa. En la foto aparecen dos concejales de IU del Ayuntamiento de Córdoba haciendo estación de penitencia en una procesión católica y portando sendos báculos cofrades.

Uno es el de Movilidad (se supone que de pasos y tronos), José Joaquín Cuadra, costalero de una cofradía católica, es decir un caso clínico de manual de incoherencia ideológica aguda con complicaciones estéticas graves por uso inmoderado de gomina.

La otra, la de Educación e Infancia, Elena Cortés, que el año pasado desde su balcón protagonizó una supuesta falta de respeto a los cofrades que pasaban bajo su balcón paseando un ídolo, colocando un NO pintado de la baranda y haciendo sonar una sirena. Tras la previsible biliosa reacción de los cofrades, la supuesta ofensora fue inmediatamente llamada a capítulo por la alcaldiosa, Rosa Aguilar, también, como todo el mundo supone, de IU, aunque salida del armario hace años confesándose católica practicante, entusiasta cofrade, con director espiritual mitrado y seguidora del pedorro equipo de pelotistas local, y obligada a humillarse pidiendo perdón a los correosos dirigentes de las Hermandades y Cofradías.

Y este año se ha sabido por fin el alcance de la penitencia que le impuso la Reverenda Madre del convento municipal, esa Bernarda Alba vestida usualmente de Tío Pepe, que mantiene con mano de hierro el bocado de las alborotadoras niñas de Capitulares, a la díscola muchacha del NO y la sirena.

Aunque tal vez nunca alcancemos a saber si lo que le ha ocurrido a Elena Cortés ha sido una auténtica una caída en el camino de Damasco y pertenece ya al grupo mayoritario municipal de excomunistas y ahora católicos renacidos con que se ha rodeado la alcaldiosa para ayudarse en la alta misión apostólica que le ha impuesto su Spiritual Coacher, Monse Asenjo: convertir IU en un partido confesional y a ella misma en la Papisa Rosa, título especular pero más acorde con los tiempos del que llevara su antiguo mentor Julio Anguita, El Califa Rojo. El premio no vendrá en el otro mundo, sino en este, con el perdón de sus pecados y de la enorme deuda, no precisamente moral, que atenaza a la formación con la Banca que lleva en el logo al Espíritu Santo.

Sea como sea, la entrega de la cabeza de la Cortés estaba pendiente y conociendo las ciliciales aficiones de la Papisa la penitencia impuesta a la díscola concejala de procesionar catecuménicamente de la mano del exrojo cofrade engominado armada de báculo cristofascista no sólo consistió en servir de carnaza y hazmerreír para los orodentados dirigentes de las Hermandades, sino que exigió una más meritoria humillación. Un soplo de fuentes cercanas al conventillo hablan de que fue puesta en la tesitura de elegir entre tres mortificaciones: colocarse una peina y mantilla española, procesionar descalza o hacerlo con un puñado de garbanzos en los zapatos. La atribulada concejala eligió la última de las opciones sacrificiales, sin saber que la Papisa supervisaría el proceso, sacando personalmente del paquete de Hacendado los garbanzos mortificadores e impidiendo que la listilla los sacara de la olla del potaje (de vigilia, claro), como tenía pensado hacer. Claro que por la beatífica cara que muestra en la fotografía cualquiera diría que al final la catecúmena Cortés acabó encantada con el castigo.

Ahora habría que preguntarle si realmente conoce el alcance de su sacrificio. Como los mafiosos que esclavizan a los ciudadanos normales haciéndoles cómplices de sus delitos, así ya todos los miembros del equipo municipal de izquierdas del Ayuntamiento de Córdoba están contaminados por su participación en manifestaciones ilegales en contra de una progresista proyecto de ley del gobierno. Todos llevan ya su lazo blanco. Podrán armar todas las piruetas clarificadoras que quieran pero las Cofradías, indivisiblemente Iglesia como dependientes directamente del Estado Vaticano, un estado que mantiene un apartheid de las mujeres peor que el de Arabia Saudí, se han lanzado al activismo político mostrando unánimemente su rechazo frontal al proyecto de ley del aborto, una ley civil que sólo pretende liberar de una puta vez a los no católicos (y a los católicos que quieran) de la imposición como universal de la moral católica. Físicamente o no el lazo está claramente colgado en la intención y en la declaración. Por lo tanto participar en una manifestación cofrade significa portar el lazo blanco en todo el centro de cada moral individual. Y tratar de justificar eso sería como justificar que un directivo de la Asociación Protectora de Animales se hiciera banderillero o participara en los lanzamientos de pava desde una torre con la excusa de que son ancestrales tradiciones del pueblo.

Es cierto que la inmensa mayoría de la gente que se disfraza de nazareno o se junta en cuadrilla bruta a levantar pesos sagrados son niños o jóvenes que se toman el asunto como una diversión festiva a caballo entre el carnaval y fiesta del pueblo, carecen de formación política y sirven inconscientemente a los intereses de las oscuras fuerzas reaccionarias clericales, amén de contaminarse con sus catequesis disfrazadas, pero por eso mismo aquellos que sí que tienen la obligación de adquirir y extender una formación política progresista deberían ser más consecuentes con sus manifestaciones y anteponer siempre las bases ideológicas de sus proyectos a la mera adquisición de votos por la vía del populismo aguardentoso. Dignidad versus votos podridos. Pero ya nos lo demuestran a las claras la calaña moral de sus excelencias, de todas, ya sin excepciones.

Hoy Elvira Lindo se chotea de los capullos políticos de izquierdas que por practicar el más grasiento de los populismos desde los 80 se ven inmersos ahora por el ataque traicionero del facherío católico con el lazo blanco, en un cacao ideológico y en una empanada moral que sólo la acendrada hipocresía que les es consustancial logrará dejarlos dormir sin pesadillas.

Pero eso son cosas del relativismo moral del posmodernismo, como dice Susan B16, que no entendemos los radicales (aún) a sueldo de Moscú.



ENTRADAS RELACIONADAS:


  1. ELENA CORTÉS SOMOS MUCHOS (I)
  2. ELENA CORTÉS SOMOS MUCHOS (II)
  3. ROSA AGUILAR CONVICTA Y COFRADE


martes, 7 de abril de 2009

¿Fumaba porros Julio Romero?

Pues sí, atufados (voluntaria o involuntariamente por la peste aunada del incienso y la cera) lectores, se trata de una vieja duda que me corroe el alma desde hace años y que por fin he decidido sacar de mi pecho, hacerla pública y quedarme saludablemente descansado. No se piense el suspicaz lector que pretendo empañar la figura ejemplar de uno de los puntales simbólicos de esta ciudad tratando de convertirlo en un fumeta de los bloques, pero la realidad es tozuda y las pistas y pruebas que he ido acumulando con los años no sólo me llevan indubitablemente a pensar que quien pintó a la mujer morena /con los ojos de misterio /y el alma llena de pena se fumaba los cocolotrocos doblaos, sino también a descubrir un inquietante pasado familiar...

PRIMERA PISTA. Año 1976. Un amigo ha conseguido una maría estupenda mercada a pie de procesión a los legionarios que venían con los bolsillos llenos de grifa a desfilar a Córdoba el Jueves Santo, único interés que nos movía entonces a acudir a los siniestros botellones idólatras católicos. Es final de Semana Santa, hace mucho frío y estamos él y yo en mi casa sentados al brasero con la sola compañía de mi abuela, muy mayor y casi gagá, pero no lo suficiente como para impedirle enebrar inteminables solitarios sobre el cristal de la mesa. Pensamos liarnos un canuto y yo decido que la abuela no va a enterarse y que me lo voy a hacer directamente delante de ella. La abuela ni se cosca de la maniobra. Hasta que, una vez encendido, le llega el olor. Entonces levanta la naricilla, aspira curiosamente, se le iluminan repentinamente los ojos y dice: eso huele como el tabaco que emborracha que fumaba tu abuelo. Nos quedamos a cuadros y antes de terminar el porro ya le hemos aplicado el tercer grado.

Mi abuelo hizo la mili en África, donde se pasó tres años (1911-1914) pegando tiros en las barrancas rifeñas. Yo conservo aún su cartilla militar que narra minuciosamente sus espeluznante aventuras. Según mi abuela allí se acostumbró a fumar ese tabaco que emborracha y luego ya licenciado, como trabajaba de fogonero de tren en la línea de Algeciras nunca le fue difícil conseguirlo. Lo fumaba con sus amigos en el patio de la casa de la calle Marroquíes donde vivían y, se ilumina una pícara y soñadora sonrisa en su arrugado rostro, al cabo del rato les producía una incontenible euforia que se materializaba en grandes carcajadas y sartas interminables de pegoletes, el nombre cordobés de las tonterías.


guerra africa


moroskiffy


Nos quedamos ambos dos, que nos creíamos estar descubriendo la América de la modernidad estupefaciente, más estupefactados todavía, pero cortamos prudentemente y le decimos a la abuela que no se trata de lo mismo, sino de un tabaco nuevo, para evitar que le pueda contar a mis viejos la movida y la dejamos tranquila, absorta de nuevo en sus infinitos bucles de sotas caballos y reyes.

SEGUNDA PISTA. Tras la muerte de mi abuela, un vecino de ella y de mi abuelo y también compañero de la guerra de África al que tuve la suerte de conocer me contó poco antes de morir a su vez de viejo que mi abuelo cantaba flamenco, cosa de la que yo había oído hablar a mi madre. Según el viejo vecino el gran Andrés cantaba unas malagueñas que chorreaban pringue. También me confirmó algunos rumores que yo había escuchado en la familia. Un par de poetas de la vena folklorista del barrio de Santa Marina, los hermanos Arévalo, Francisco y Antonio, cuyos nombre actualmente rotulan sendas calles por Cañero, participaban frecuentemente en las serenatas de mi abuelo y como eran amigos del pintor y también guitarrista aficionado Julio Romero de Torres lo llevaron algunas veces a su patio para que apreciara aquella pringue que chorreaban las malagueñas de mi abuelo. El propio pintor lo acompañaba a la guitarra. De eso no solía hablarse en la familia, aunque sí del detalle mucho más sabroso de que el pintor de la musa gitana se fijó en mi abuela, muy guapa, como demuestran las fotografías que conservo, con una verruga en el centro de la frente que le daba un aire misteriosamente hindú, que le propuso pintarla y que mi abuelo poco menos que lo echó con cajas destempladas de su patio.

TERCERA PISTA. Julio Romero de Torres era muy amigo de los intelectuales que estaban en el candelero entonces en Madrid, especialmente de Valle Inclán, gran consumidor de hachís, quien publicó en 1919 un libro de poemas alucinados, La pipa de kif, compuestos sin duda bajo los efectos de la maría (¡Verdes venenos! ¡Yerbas letales / de Paraísos Artificiales!). Alejandro Pérez Vidal (Ética y estética del kif: Valle Inclán, Baudelaire y Benjamin) llega a afirmar incluso que el libro fue un desafío al Real Decreto de 1918 que prohibía en España la posesión de estupefacientes sin receta.


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CONCLUSIÓN. Si juntamos las piezas del rompecabezas podríamos ensamblar la teoría de que fue mi abuelo el que en esas sesiones de cante bajo el viejo limonero del patio de Santa Marina puso en contacto al célebre pintor con la alegre marihuana moruna a la que él se aficionó en los montaraces aduares rifeños. Y que fue Julio Romero, tras su traslado definitivo a Madrid en 1915, el que aficionó a su vez a don Ramón de las barbas de chivo y a los demás intelectuales desinhibidos de la época. E imaginando un poco más allá podría apuntarse la posibilidad de que la provisión de la rica hierba corriera a cargo de mi abuelo que la conseguiría en sus frecuentes viajes como esforzado fogonero del correo de Algeciras y le pasara puntual y religiosamente las correspondientes dosis al de los sensuales pinceles. Es decir que ¡chan-ta-ta-chán! cabe la posibilidad de que mi abuelo hubiera sido el camello de la élite vanguardista intelectual española de entreguerras.

A ver quién supera un punto de abuelo como ese ¿Orgulloso? Yo sí, la familia no sé, creo que hubiera preferido que mi abuelo fuera menos moro y hubiera permitido que el pincel del genio de la capa y el galgo inmortalizara convenientemente a mi abuela para vivir del cuento varias generaciones. Pero yo estoy seguro de que muchas de las obras del genio cordobés y de los escritores españoles de la época estuvieron inspiradas por la mercancía que les pasaba mi abuelo, mientras les cantiñeaba esas malagueñas que chorreaban pringue.

Dejo a los expertos la interpetación de los flipantes cuadros del genio del Potro a la luz de las nuevas circunstancias biográficas que regalo desinteresadamente al mundo entero.

DE NADA.

lunes, 6 de abril de 2009

El PSOE canta "La Internacional"

Reelaboro para el blog un comentario que hice ayer en la CALLEJA DE LAS FLORES, en su NUEVA E IMPACTANTE RESURRECCIÓN, al hilo de un debate generado en su seno acerca del sueldo o los sueldos de la política socialista Leire Pajín. Sólo le añadiré algunas cosas y cambiaré algunas expresiones para quitarle el aire espontáneo que tenía:

Yo no voy a entrar en el tema del sueldo o los sueldos de la señora Pajín, pero sí que me gustaría apuntar mi desazón por la foto de portada de El País de hoy donde aparece con el puño en alto cantando la Internacional. Espero que se trate de un gesto meramente folklórico, una especie de tradición desprovista de carga real, por pura e inocente gana de fiesta, de canción, algo así como los carnavales de hoy que siguen celebrándose en unas fechas previas a la cuaresma sin vinculación real ya al penitenciarismo católico o el traje de flamenca que recuerda arqueológicamente al de las mujeres de los vendedores de burros de las ferias del siglo XIX.

Porque si lo que pretenden, ella y los miembros del PSOE que la acompañan, es mostrar con ese gesto cantarín que siguen participando de la ideología que subyace en su letra y en su espíritu deberían hacérselo mirar por un especialista en hipocresía aguda. Un partido con muchos años de gobierno que se ha caracterizado desde los primeros días de la Transacción por su esfuerzo en desmontar minuciosamente todos y cada uno de los presupuestos no ya del socialismo histórico, sino, y sobre todo, del racionalismo ilustrado. Que lo primero que hizo cuando alcanzó a gobernar fue yugular la posibilidad de la creación de un sistema educacional público universal y gratuito, subvencionando a los colegios privados de curas (mi teoría es que lo hizo sólo por cálculo económico), que ha seguido fielmente todas y cada una de las recetas del liberalismo económico que se le dictaban desde los organismos internacionales de gestión del capitalismo salvaje imperante, privatizaciones masivas e innecesarias incluidas, al que la palabra reforma agraria le suena a yonqui en casa, que nunca hizo absolutamente nada para sacar de sus miserables existencias a la famélica legión que hoy corresponde a la población del África subsahariana, que ha gestionado con una mala fe y una crueldad infinitas el dolor de las víctimas del franquismo y sus irrenunciables ansias de justicia y que ha convertido a España en el único país junto con Rusia que no ha hecho ningún acto de justicia con los crímenes de estado previos, que ha relegado la memoria de la República y las peticiones a la vuelta a la razón democrática que propugnó al más oscuro de los olvidos. Que ha elevado al cubo la alienación de los electores diseñando armas de cretinización masiva como Canal Sur o relanzando entusiásticamente por puro populismo irresponsable tradiciones oscurantistas en vías de extinción como el Rocío o la Semana Santa, que ha vendido lamiendo sistemáticamente el culo de la Iglesia Católica, concediéndole unas monstruosas, antidemocráticas y fraudulentas subvenciones y un protagonismo político al que estaba por principios doctrinales obligado a combatir. Que ha colaborado sin pudor allí donde ha gobernado a que la dictadura del ladrillo y la corrupción urbanística encementaran hasta el último rincón de nuestros campos y nuestras costas sin respetar ni los restos arqueológicos del pasado. Que sólo es capaz de justificar la suposición de su carácter de partido de izquierdas porque su oposición es un partido cavernícola, cercano a la ultraderecha, heredero de los rancios presupuestos ideológicos del nacionalcatolicismo español.

Algunos loables gestos de política social como la legalización de los matrimonio homosexuales no pueden hacer olvidar que el PSOE ha asumido todos y cada uno de los presupuestos de la derecha civilizada europea (y algunos de la incivilizada), usurpando el espacio de los partidos liberales clásicos en este país que carece de los legítimos y sin práctica oposición a su izquierda y sin haber conservado prácticamente ninguno de los del socialismo: un partido que oferta únicamente una manera más de gestionar el capitalismo sin pretender cambiarle un pelo.

Así que la señora Pajín estará en su derecho de cantar las coplillas que le pida el cuerpo, pero desde luego que no pretenda engañarnos con esa concretamente, La Internacional, reclamándola para el espíritu que insufla sus actuaciones como dirigente de un partido político, cuyos presupuestos actuales se encuentran en las antípodas de cualquiera de las formas del regeneracionismo social que propugna la letra del himno de los trabajadores.

Dicho todo ello sin menoscabo al respeto debido a los militantes socialistas de buena fe que militan en el PSOE al igual que los católicos buenas personas que siguen en la Iglesia, aunque sus posturas me parezcan absolutamente incongruentes.

domingo, 5 de abril de 2009

Me fui a El Cairo a leer una novela

El título de esta entrada, tan literario, podría haber sido su primera línea. Si, además, fuese cierto y si esto fuera otra novela y no una entrada de un modesto blog. Porque la verdad es que sólo pospuse su lectura hasta encontrarme en la ciudad en la que se desarrolla, lo que sabía que más tarde o más temprano ocurriría. Casi dos años. Las referencias que había acumulado me insistían en que no me defraudaría y que merecería la pena la espera. Y así fue.


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Lo mismo hice hace muchos años con otra novela y la misma ciudad. En aquella ocasión fue El callejón de los milagros de Naguib Mahfuz, que leí en pleno Khan el Khalili, en el balcón del Hotel Hussein, escuchando los sonidos naturales que faltaban al texto. Una guía turística indica el callejón exacto donde se desarrollaba la tremenda novela, pero yo creo que se lo han inventado. Callejones como ese hay miles en El Cairo islámico y nunca escuché que el propio Mahfuz lo señalara. Habrían puesto un café y una tienda de suvenirs en menos que canta un almuédano. La película (1995), magnífica también, mexicana y traspasada a México, de Jorge Fons, me descubrió la enorme belleza de Salma Hayek, en su primer papel importante en la gran pantalla, antes de que se convirtiera en la estrella internacional que es hoy día. Su imagen peinándose sensualmente el húmedo cabello sentada en el borde de una ventana me persiguió inquietantemente durante muchos días.

El edificio Yacobián de Alaa Al Aswany se desarrolla por el contrario en el down town de El Cairo, en la zona del ensanche europeísta, en un edificio real y en unas calles, cafés, bares y cines perfectamente localizables. Y en 1991. Así que lo suyo fue alojarnos lo más cerca posible de él. En el hotel Windsor de la calle El Alfy.


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Exterior del Edificio Yacoubian y nuevo Centro Comercial construido unos metros más allá

La novela es magnífica, de la estirpe de las novelas corales, como la misma El Callejón de los milagros o La colmena de Cela, perfectamente construida y a través de una tensa trama de alto nivel literario nos permite una lectura política y social de un país y una época. El brutal machismo que impregna a las sociedades musulmanas, que por muchos mecanismos importados de las sociedades occidentales con que se doten sus estructuras políticas no alcanzan a liberarse nunca de la opresión de una religión totalizadora que prima absolutamente los deseos salvajes de los hombres sobre los derechos y la dignidad de la mujer. El retrato de la corrupción policial y, sobre todo, política, mediante unos cuantos, pero exactos, trazos contra los que no claman los portavoces oficiales de esa misma religión si no es para crear otras formas de corrupción y de cercenamiento de las libertades mucho más brutales. La indefensión secular de los pobres frente al sistema piramidal de poder, la homosexualidad... Un magnífico fresco en suma de la sociedad cairota actual, una denuncia clara y contundente del fascismo latente en los gobernantes del país, que lo ha colocado en el punto de mira de la represión. El mismo Al Aswany se considera una especie de coartada que usa el gobierno egipcio para demostrar que en el país existe libertad de opinión. Sin embargo fue la película, la de mayor presupuesto de la historia de la cinematografía egipcia la que puso de los nervios a los políticos egipcios que llegaron a debatir en el Parlamento la necesidad de prohibirla, porque una cosa es contar y otra mostrar. Al final, aunque ha sido prohibida en varios países árabes, entre otros, increíblemente, en Túnez, ha podido ser vista en Egipto.

Yo la he saboreado en tres días visitando seguidamente todos los lugares que aparecían en ella. Un ejercicio de debilidad mitomaníaca. Me produjo especial placer sentarme en la misma mesa del café Excelsior en que Zaky Bey y Busayna desayunan tras su paso por comisaría y desde donde se contempla completo el edificio en la acera de enfrente. Fotografíar el logo del edificio (Talaat Harb, 34) del portal y charlar brevemente con el bawab (portero), de galabeya campesina y turbante popular blanco, que me confirmó que la peregrinación de extranjeros que como yo llegaban hasta allí era incesante. Atravesar la plaza Tawfikiya donde pelaban la pava Taha y Busayna, antes de su separación, mirar las carteleras del cine Metro, tomar café en el monstruosamente renovado A l’americaine, cuya esquina de Talaat Harb con 26 de Julio doblaba cada mañana en su mercedes rojo el Hagg Ezzam...


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El café Excelsior y un poco más allá el cine Metro

El Hotel Windsor donde nos alojamos es una reliquia del pasado, un hotel de principios del XX que conserva intacto el aire y el mobiliario de la época, aunque dudo de que este último sea original, porque el hotel fue quemado por las turbas revolucionarias anticolonialistas en 1952, unos meses antes del golpe de estado que encumbraría al poder a Náser, como la mayoría de los edificios vinculados a los ingleses. El Windsor logró recuperarse, pero la joya de la corona colonial inglesa, el vecino Shepheard Hotel fue reducido a cenizas. En el restaurante del Windsor donde se servían los desayunos, decorado con muebles de época y grandes cazos de reluciente cobre se conserva en la pared un gran cuadro con el lienzo quemado. Choca contemplar desayunando semejante escombro hasta que se lee la placa de bronce clavada debajo que explica su significado. El hotel conserva un jurásico ascensor que funciona mediante palanca que puede accionar únicamente el ascensorista, habitaciones con mucho sabor de época y, sobre todo el magnífico Barrel Bar, el antiguo Club de Oficiales Británicos, uno de los más hermosos del mundo, con sus mesas y sillas en forma de barriles, las cabezas de antílopes en las paredes, las fotos recordando gloriosas época pasadas y la tamizada luz filtrada por las cortinas. Tanto el hotel como el bar son objeto frecuente de la atención de las cadenas de TV internacionales, de los directores de cine internacionales y de los realizadores de culebrones egipcios.


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La habitación del Hotel Windsor

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El Barrel Bar


Aunque no resulta caro para los estándares europeos (55 €) para el nivel egipcio está sobrepreciado. El trato de los empleados es excepcional y la limpieza, para lo que se estila por aquellos pagos, decente, pero por el mismo precio se puede encontrar mucho más confort en otros establecimiento. Eso sí, renunciando al encanto loco que emana el Windsor.


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Dining room del Windsor con el cuadro quemado en la Revolución del 52

El hotel se alza majestuoso en la calle El Alfy, en su parte no peatonal y cierra el pequeño laberinto de calles que surgen de la calle Saray Ezbekeya, un delicioso entramado abarrotado de restauantes populares y cafés, algunos tan famosos como el dedicado a Um Kulthum, que ostenta en su puerta unos enormes (y espantosos) bustos de yeso pintados de la diva egipcia y en cuyo interior no dejan nunca de sonar sus temas, o su competencia el dedicado al Abd al Halim Hafez. El olor imperante es el del carbón y la miel quemada de los cientos de shishas (narguiles) que borbotean en manos de paisanos absortos en su tarea, leyendo prensa deportiva o jugando apasionadamente a la tawla. En el centro exacto y como punto de referencia perpetuo para no perderse, una presencia extraña, pero que se reveló un buen día deliciosa: el restaurante chino Pekín.

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Entrada a la calle Saray Ezbekeya y café de Um Kulthum

La última parte de la calle Alfy, la más alejada de los jardines de Ezbekiya, ha sido convenientemente peatonalizada y sustenta el mayor número de bares por metro cuadrado de todo Egipto, si no de todo Oriente Medio, lo que la convierte en el centro de la noche canalla cairota. Eso sí, los bares son no aptos para todos los paladares, como corresponde a una actividad permitida pero semiclandestina y pésimamente vista por la sociedad cada vez más islámica egipcia. Oscuros y estrechos y con mobiliario destartalado son frecuentados exclusivamente por tipos estigmatizados por el vicio incapaces de seguir rectamente el mandato islámico de abstinencia de birras o vinazo. Pero a mí siempre me encantó su compañía.