Miasmas del pasado
que las agüitas vuelvan a sus caucesy las esquinas con sus nombres:
La polémica sobre la retirada de la estatua ecuestre del último dictador español, que seguía siendo glorificado en una plaza madrileña, tiene mucho más calado del que la prensa normalmente le ha concedido. Sólo algunos columnistas y escritores lúcidos han metido el dedo en la llaga adecuada y han hablado de la verdadera causa de que la ominosa escultura haya aguantado en ese lugar hasta hoy mismo y que no es otra que la irreprimible arrogancia de los herederos de aquella banda armada que secuestró el país durante 40 años y que nos obligó a hacer una modélica transición con una pistola en la sien, en felices palabras de J. J. Millás hace unos días. A esta arrogancia hay que sumar la falta de coraje y la pasmosa facilidad de adaptación al medio mediante el camuflaje de la pintoresca fauna progresista española que ha preferido arañar briznas del poder político, que la rancia derecha siempre consideró su inalienable patrimonio, que sanear la maloliente base moral sobre la que se ha asentado la vida española tras la muerte del feroz tirano. El poder económico no ha variado desde luego un ápice de manos. Sólo algunos nuevos ricos -astutísimos promotores inmobiliarios fundamentalmente y algún neobanquero que otro- han sabido descubrir estrechas brechas por las que colarse en el sólido edificio burgués-terrateniente del solar patrio, desde el que se han diseñado a su gusto todos los regímenes políticos españoles desde la raquítica revolución industrial hispana hasta nuestros días. Y cuando la cosa se les fue un poco de las manos ya conocemos sus métodos de reencauzamiento: secuestro a mano armada de todo el país y fusilamientos a mansalva. El Caudillo desde su montura madrileña nos lo ha recordado permanentemente.
Instituciones, personajes y espacios públicos rotulados nos obligan a recordar a veces travestidos de normalidad y otras con la mueca feroz de su arrogancia quién ha mandado siempre aquí, quién manda y quien mandará.
Las calles
Hay tantos lugares en los que aún permanecen rotulados en sus calles y plazas los nombres de los causantes de la mayor tragedia de la historia de España que sería imposible enumerarlos. Pero para mí tiene especial significado, por su cercanía, por su absurda pertinacia, y por la extracción social mayoritaria de sus habitantes, el caso de Barbate. El marinero pueblo andaluz vio añadido a su hermoso nombre original desde el final de la guerra civil y hasta el año 1979 el ominoso genitivo que lo hacía pertenecer al sangriento dictador: Barbate de Franco. A muchos de los demás andaluces nos daban mucha pena los habitantes de ese pueblo, pobre y olvidado, azotado por el paro, por tener que soportar tamaña cruz. Pero a estas alturas yo no estoy muy seguro de si esa pena estaba justificada. Sólo hay que recorrer hoy mismo la avenida principal que lo atraviesa de norte a sur y leer en las calles que en ella desembocan los rótulos de todos y cada uno de sus nombres para descubrir el mayor catálogo de genocidas, criminales de guerra y cómplices de los mismos que me ha sido dado a conocer en todos mis viajes por este sufrido país. El 31 de marzo, el Ayuntamiento barbateño ha anunciado que estudiará la posibilidad de eliminar algunos de esos rótulos y de los símbolos fascistas que subsisten en el Ayuntamiento. ¿Arrastrados por la moda? Ya les vale...
Los protagonistas
La presencia en la vida publica de muchos de los cómplices aún vivos de aquella banda armada que secuestró este país durante 40 años ha sido otra de las ignominias que hemos tenido que soportar los que nos sentimos estafados en aquella modélica transición.
A la del impresentable Fraga, represor infatigable de la libertad de prensa de la dictadura (años 60: ministro de Información) y cuyas responsabilidades de sangre son incluso rastreables tras la muerte del dictador (Vitoria, 1976: Ministro de Gobernación) se suman otros miles que en forma de alcaldes, diputados nacionales y autonómicos, jueces, obispos, etc. que en caso de haber ocurrido una transición lógica de una dictadura fascista a una democracia parlamentaria, habrían tenido que responder ante la justicia por sus crímenes o complicidades, como respondieron en otros países con similar desgracia: Alemania, Italia, Francia y como responden actualmente en los países Latinoamericanos a cuyas dictaduras sirvió de modelo la nuestra. Aquí la pistola en la sien que nos colocaron los componentes de aquella banda armada impidió ese ejercicio de natural limpieza democrática.
Pero uno de los casos que más desazón me produjo siempre, por responder a la perfección a algunos de retratos que Hanna Arendt hizo sobre la banalidad del mal, fue el de un elemento que cumple a la perfección todas las premisas del burócrata fascista sin responsabilidades: el escurridizo José Antonio Samaranch, falangista de pro, gobernador civil de Barcelona en los terribles 50, diplomático en la Transición y, hasta su reciente jubilación, presidente del COI (Comité Olímpico Internacional). Adaptable a todas las circunstancias políticas sean del color que sean, sangrientas o deportivas, diplomáticas o ternuristas, siempre con esa media sonrisa impersonal y probablemente socarrona del que se ríe del mundo en su propia cara, lo peor es que su liberación de responsabilidades morales y penales ha trascendido a las estrechas fronteras hispanas y ha sido reconocido como burócrata sin sospechas por todo el mundo democrático en una de las cerrazones de ojos más descaradas de los últimos tiempos. Nada mejor que en el deporte, claro, que siempre fue un jabón y enjuague inmejorable para lavar las miserias políticas y sociales de este corrupto mundo.
Pero detrás de esa simpática pose con los anillos olímpicos yo no puedo sino rastrear un personaje siniestro que colaboró activamente en una de las dictaduras más sangrientas que ha sufrido occidente en el siglo XX.
(1) Cantado por José Menese por marianas en su grabación Menese en el Olimpia de París. (VOLVER)
COMENTARIOSCuando leo este arrebato de dignidad y de indignación suenan las campanas a muerto. Por el empedrado de la calle cientos de correligionarios de tu galería de los monstruos, monstruos de piedra, de hierro, de carne putrefacta y de sangre robada a los vivos suben a la Catedral para llorar por el Papa muerto y para agradecer a dios el regalo de JP II, el Grande. Qué paradoja. Llamarle el grande es su último insulto al Mundo.Afortunadamente me llega el último SMS del diablo. Hoy, a las 12 de la noche, en todas las catedrales de España, cuando estos se hayan ido a contemplar en la televisión el morbo del papa muerto: concentración.Exigamos a Dios que resucite al Papra para que podamos ver la telebasura de antes del suceso.¿Estás seguro de que están quitando las estatuas? A mí me han dicho que sólo se lan han llevado para limpiarlas un poco.Suerte. el gallo kiriko — 05-04-2005 20:31:47
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