(del laberinto al treinta)


lunes, 2 de abril de 2007

A mí me bautizó un cura nazi

Un ternísimo Harazem siendo bautizado por un cura nazi

No todo el mundo puede decir lo mismo. Bueno, no todo el mundo que no haya nacido en Córdoba y que no haya sido cristianado en la parroquia de Santa Marina entre los años 50 y 80 del siglo pasado. Efectivamente, durante esos casi 30 años fue párroco titular de esa preciosa iglesia fernandina del siglo XIII situada en uno de los más castizos barrios de la ciudad un personaje novelesco y pintoresco dueño de una trayectoria vital a medio camino entre lo estrambótico y lo siniestro, entre lo esperpéntico y lo picaresco: Martín María de Arrizubieta Larrinaga. No fue un personaje que dejara indiferente a nadie que lo conociera. Por muchas razones que enumeraré más tarde. Pero lo que nadie podría haber sospechado ¿o sí? es que durante un tiempo de su vida hubiera ejercido de nazi redomado, el máximo responsable del aparato propagandístico nazionalsocialista en lengua española. En Berlín. Entre septiembre de 1944 y marzo de 1945. Redactor principal y editorialista de la revista Enlace en la que llegó a defender abiertamente la sustitución del régimen de Franco por otro directamente controlado por el partido nazionalsocialista alemán. La recompensa sería la independencia de Euskadi. Parece ser que todos esos datos han sido descubiertos hace muy poco por el historiador gallego Xosé M. Núñez Seixas, especialista en temas de fascismo y nazismo que los ha publicado en el número 51 de la revista Historia Social (2005) en un artículo titulado ¿Un nazismo colaboracionista español?: Martín de Arrizubieta, Wilhelm Faupel y los últimos de Berlín (1944-45).

Ahora podrán cerrarse algunos de los interrogantes que permanecían abiertos en la vida de ese portentoso impostor.



DON MARTÍN Y YO

Aunque yo fui bautizado por este cura en esa iglesia mi vida transcurrió en un barrio obrero de la periferia y no volví a tener contacto con él hasta mediados de los años 70, en que, a causa de unos estudios de demografía cordobesa del siglo XVII en los que andaba engolfado con mi compañero P. para la Facultad de Historia donde ambos estudiábamos, nos vimos en la necesidad de consultar prolijamente los archivos parroquiales de varias iglesias. Fue precisamente en la de Santa Marina donde encontramos mayores facilidades para desempeñar nuestra tarea y a ella nos acabamos dedicando por completo. Si el viejo cura no se interesó demasiado por nuestro trabajo sí que lo hizo directamente por nuestras ideas políticas. Una vez convencido de que éramos unos rojos de pro como él nos adoptó como confidentes de sus aventuras, desventuras y pensamiento político. Se confesó marxista, nacionalista vasco y revolucionario. La versión que nos dio de su vida era fascinante.


Vista de la puerta de la sacristía de Santa Marina.

Había nacido en Mundaca (Vizcaya) en 1909, en una familia de marinos mercantes. Nacionalista vasco de aliento aranista en su juventud, fue estudiante de teología y filosofía en la Universidad de Lovaina donde aprendió alemán y leyó a los filósofos germanos en su texto original y se hizo jesuita. Vuelto al País Vasco le sorprendió la guerra civil: se alistó en un batallón de gudaris y consiguió huir tras la victoria franquista a Francia donde finalmente fue hecho prisionero por los nazis.


De su estancia en un campo de concentración procedían la mayoría de las anécdotas que nos contó en los meses que estuvimos yendo a la parroquia. Nuestra tarea era contar los matrimonios, bautizos y defunciones anotados en los libros de registro a lo largo de todo el siglo XVII para confeccionar estadísticas. Al ritmo que nos imponían las interrupciones del cura supimos que tardaríamos el doble de lo que habíamos planeado. Pero lo escuchábamos con gusto, a veces fascinados, aunque de vez en cuando nos diera el barrunto de que le patinaban ya las neuronas más de la cuenta. A veces nos enviaba a alguno de nosotros a un colmado vecino a por un litro de vino, un cuarto de jamón y una bolsa de palillos. Soplaba con alegría y muy pronto se calentaba con el vino y multiplicaba las narraciones, reconstruyendo las conversaciones en alemán con los guardas del campo y con los otros prisioneros, ya que fue obligado a ejercer de intérprete por su dominio de las lenguas francesa y alemana.


Cuando acabó la II Guerra Mundial pasó clandestinamente a España para ir a ver a su madre en Mundaca, su pueblo natal, siendo capturado por la policía franquista y enjuiciado por un tribunal de guerra. El sumario, lo señalaba él con su propia mano, alcanzó un palmo de grueso. Condenado a muerte le fue conmutada la pena finalmente por su condición de sacerdote por la de exilio. Y allí estaba, exiliado desde el año 47 en aquella parroquia de Santa Marina, bregando entre beatas y falangistas. Ahora, 30 años después, no recuerdo nítidamente ninguna de aquellas anécdotas, pero sí que recuerdo la fascinación que me produjeron en el marco de la vieja sacristía, envueltos por el olor a humedad, a papel antiguo. Los ojos desencajados del viejo cura tras las gafas eternamente empañadas y las bolitas de saliva que se le escapaban cuando se exaltaba. El marxismo estaba más vivo que nunca, no se cansaba de decir, y lo que Andalucía necesitaba era un partido nacionalista radical, con su brazo armado si hacía falta. Odiaba a los señoritos del PSA (Partido Socialista Andaluz).


Nosotros le replicábamos poco y le contradecíamos menos aún a pesar de que calibrábamos perfectamente sus contradicciones. e incluso le descubrimos los textos de Samir Amín, el pensador marxista egipcio autor de la Teoría de la Dependencia, cuyas obras completas encargó a la librería vasca que lo surtía cada mes de savia revolucionaria y euskalduna. Su alegría fue mayúscula cuando descubrió que el pensamiento de Amín venía como anillo al dedo a sus paranoides delirios políticos. Era simpatizante de ETA y amigo de Alfonso Sastre, con quien se reunía cuando subía al País Vasco por vacaciones. Allí debió de rodearse de un círculo de gente que aparentemente lo admiraba y le reconocía su valía revolucionaria. Eso al menos cabía deducirse de sus comentarios.

Unos días antes de la ya histórica gran manifestación por la autonomía de Andalucía del 4 de diciembre de 1977, don Martín nos dio el dinero suficiente para que compráramos cuatro banderas blanquiverdes y nos pidió que las colocáramos en los cuatro barandales del campanario. Fueron las banderas más altas que se vieron en la ciudad aquel día. Después nos contó que había recibido llamadas amenazantes por aquel hecho, llamadas que él localizaba como provinentes del bloque de viviendas construidas en el lugar donde se alzó el palacio de los Condes de San Calixto, sede hasta los años 60 de Falange en que fue delictuosamente demolido. Se trata del conjunto situado en la Puerta del Rincón, junto al cine Isabel la Católica, entre la calle Adarve y el Callejón del Conde de Priego, que lleva a la plaza de Santa Marina. Según el cura aquellas viviendas se habían repartido entre los jerifaltes falangistas de la ciudad, lo que daba idea de la ideología de sus moradores.

También nos contó que en 1953 había sido obligado a decir una misa para Franco y su esposa que a la sazón se alojaban en el vecino palacio del Marqués de Viana y que éstos, amablemente, lo habían invitado a desayunar. También contaba cómo fue el descubridor de la famosa Anita la de la Peseta (Ana García de Cuenca) una especie de vidente-profeta-medium que hablaba con Dios y escribía a su dictado que sufrimos en esta ciudad por una larga temporada. Pero por sus comentarios dedujimos que el asunto se le había acabado escapando de las manos y por aquel entonces parecía guardarle ciertos rencores a la paranormal feligresa. La verdad es que nunca nos encajó mucho su participación en aquel pringoso asunto, pero pensamos que su larga travesía bajo el sol inclemente del franquismo por un desierto cultural como aquel barrio, viviendo justo enfrente al mamotreto a Manolete, debía haberle reblandecido las neuronas. Por otra parte escribía poemas muy místicos en vascuence que nos traducía y recitaba pomposamente con una voz engolada, mientras nosotros tratábamos de esquivar a duras penas el fuego graneado de sus perdigones salivares. La parte de mi familia que aún vivía en el barrio me contaba que la feligresía lo tenía considerado como un tipo raro y muy huraño.

Plaza de Santa Marina. Frente al horrendo pisapapeles dedicado al fino matarife Manolete la iglesia homónima. A la izquierda al fondo, con dintel amarillo, la casa donde vivió el párroco.

Nos hablaba a veces de sus contactos con las escasas fuerzas progresistas de la ciudad y nos animaba continuamente a que no dilapidáramos nuestro ardor revolucionario en banalidades políticas. Pura acción, recomendaba vehemente. Aborrecía con toda su alma a los jóvenes cofrades que pululaban alrededor de los santos de su iglesia, porque consideraba un intolerable despilfarro de fuerza juvenil la malsana afición con la que llenaban sus vidas. La verdad es que nos lo pasamos muy bien con él y llegamos a tener la sensación de estar tocando mitología histórica izquierdista de primera calidad.

Cuando terminamos el trabajo perdimos el contacto con él. Nos enteramos casualmente de su jubilación y de su regreso a su pueblo natal Mundaca. Pero poco después P. se lo encontró en la calle Mayor de Santa Marina y le contó que había regresado, que no había encontrado su sitio en el País Vasco y que ahora vivía en una casa de vecinos del barrio cuidado por una antigua feligresa encariñada con él. Un día de 1988 encontré su esquela en el Diario Córdoba.

Hasta hace muy pocos años no tuve de nuevo noticias suyas. Leyendo la segunda parte de las muy piadosas memorias de Castilla del Pino La casa del olivo (Tusquets, 2004) encontré una referencia en ellas a don Martín. El psiquiatra hablaba de los años de plomo del franquismo y de la organización clandestina de las fuerzas progresistas de la ciudad. Aunque larga, la copio entera porque no tiene desperdicio:


Para informarme de pisos de alquiler fui a ver a Pilar Osuna Fernán­dez de Bobadilla, de una familia linajuda de Écija, con casa en Córdoba, en el paseo de La Victoria. ........... La Osuna me recibió muy amable, le expliqué a lo que iba y que pensaba establecerme en Córdoba; me dijo que la acompañara a ver a las Sepúlveda Courtoys, dos hermanas que vi­vían con la madre en el inmenso caserón-palacio del Realejo, cerca de la iglesia de San Andrés (aún vive allí una de ellas, María Luisa). Estábamos charlando los cuatro cuando se presentó el cura de San Andrés, el coad­jutor de la parroquia, y las Sepúlveda nos invitaron a merendar. El cura se llamaba don Martín de Arrizubieta, un cura vasco, que en seguida mar­ginó a las tres mujeres y se dedicó a hablar conmigo de Nietzsche, del que citaba en alemán párrafos enteros. Era evidente que trataba de des­lumbradas, y a mí de hacerme saber que no era un cura cualquiera. Don Martín era gordo, de estatura algo más que mediana, de barba cerrada y oscura, de pelo grasoso. De su sotana, que desprendía un olor a sudor rancio perceptible a unos dos metros, asomaba un cuello duro que ha­bría sido blanco semanas antes, pero que ahora ofrecía una tonalidad grisácea y, en los bordes, netamente oscura. Las uñas, seriamente negras. Don Martín tenía una costumbre notable: con el índice y el pulgar de la mano derecha cogía una de las pastas de la bandejita, la acariciaba en­tre sus manos y a continuación se la zampaba; luego, miraba sus dedos manchados de grasa y, como solución, se acariciaba el pelo; de esta for­ma a su pelo, ya graso, le añadía la grasa de sus dedos, y a su vez la gra­sa de sus pelos se adhería a la de sus dedos (un intercambio infernal).

Unos veinte días después don Martín se presentó en el hotel para solicitar mi ayuda. Un chico de diecisiete años, de una familia conoci­da, había cogido la pistola de su padre, militar de alta graduación ya re­tirado, y se había disparado un tiro en la sien en su propia casa. El obis­po de Córdoba, fray Albino Menéndez de Reigada, dominico, se negó a que se le enterrase en sagrado y pretendía que lo llevaran a una especie de corraleta para suicidas, antiguos masones, ateos declarados, etcétera, del cementerio de San Rafael. Para la familia representaba una tragedia in­superable, añadida a la de su muerte. Don Martín me pidió que le re­dactase algún informe de donde se pudiera deducir que el suicidio deri­vaba de un trastorno mental; tal vez así convencería a fray Albino de que el muchacho no era responsable de su muerte. Yo accedí a su peti­ción, siempre y cuando tuviera una entrevista con el padre que me pro­porcionase datos sobre los cuales sustentar mi diagnóstico retrospectivo y necesariamente ambiguo. Así se hizo, y el desgraciado muchacho fue finalmente enterrado en el panteón familiar.

Años después traté más asiduamente a don Martín. Nunca me pa­reció persona de fiar, más por su inconsistencia que porque fuera lo que llamaríamos crudamente un chivato (como alguna vez se dijo). Se decla­ró, si no rojo, sí antirrégimen, y nos hablaba de su estancia en un campo de concentración alemán: no era fácil creerle. Desde luego, parece que estaba en Córdoba en calidad de desterrado por sus actitudes separatis­tas. Era un hombre dominado por sus pasiones, intolerante e impulsivo. Una cosa le exasperaba hasta hacerle perder el control: el que alguna de la cohorte de sus feligresas dejara de serle incondicional. Cuando una de las asistentes a sus círculos de estudio -como se denominaba a una es­pecie de seminarios que se celebraban en las sacristías y en los que se tra­taban temas teológicos para seglares- le confesó que consultaba conmi­go, montó en cólera y, sin recato, empezó a descalificarme de modo tan apasionado que consiguió el efecto contrario al pretendido. Cuando con motivo del centenario del nacimiento de Freud (1956) di seis confe­rencias introductorias al psicoanálisis, escribió, sin firma, un artículo en el Boletín Episcopal denunciando las doctrinas perniciosas que alguien -no me nombraba pero no podía ser otro que yo- propagaba por la ciudad, alguien a quien comparaba con el sexólogo de la época, el doctor Hirschfeld. Siempre pensé que fue un error el que, como contaré en su momen­to, se le incorporase, unos cuatro años después, a nuestras reuniones más o menos conspiratorias, surgidas a partir de la publicación de una revista que se tituló Praxis. La policía nunca estuvo más al tanto de nues­tras actividades, y no creo que se debiera a otra cosa que a su versati­lidad y su incontenible charlatanería; bastaba que algún policía de la se­creta y de su parroquia se llegara a verle para que, aunque sólo fuera por presumir, le hablase de nuestras reuniones. Al fin, prescindimos de él y no volvimos más por la casa parroquial, en donde alguna vez nos reu­níamos. Cuando, en 1953, Franco vino a Córdoba y se hospedó, como mucho antes había hecho Alfonso XIII, en el palacio del marqués de Viana, don Martín era ya párroco de Santa Marina, el barrio del citado palacio. Se le avisó de que al día siguiente, a las nueve de la mañana, debía celebrar la misa en la capilla del palacio para el general y su mujer. Así lo hizo. Después de la misa y de impartirles la comunión, el matrimonio Franco le invitó a desayunar junto con algunos del séquito. Charlaron un rato, según nos contó, acerca de los años inmediatamente anteriores; al parecer, cada vez que don Martín decía «guerra civil», Franco, sin lla­marle la atención de manera explícita, contestaba enfatizando la deno­minación de «alzamiento nacional». Enterados por la prensa local del citado desayuno, acudimos ansiosos a la semana siguiente a la casa parro­quial para enteramos de los detalles. «Don Martín, ¿cómo fue el desayu­­no con el sapillo?», le pregunté impaciente. «Nada de sapo, ¡cuidado!», me respondió, y añadió: «Franco es una persona sincera, cortés, muy interesada por las cuestiones sociales que se le exponen... No, no, Fran­co es una persona educada y tolerante... Creo que estamos equivocados y que se le juzga a la ligera. Es una persona inteligente, una persona que escucha». Le pregunté en qué había consistido el desayuno. «Un crois­sant y una taza de chocolate», me contestó. «Pues no ha podido salirle a Franco más barata su conversión, don Martín», le añadí.
(pgs.61-63)


Don Martín (de pie) en 1965 en una cena- homenaje que le tributaron sus feligreses. A su derecha el alcalde Guzmán Reina.


DON MARTÍN Y EL HORROR

Pero hace unas semanas mi amigo P. me llamó por teléfono para comunicarme que Jon Juaristi acababa de ganar el premio Azorín con La Caza Salvaje, una novela basada en la vida de don Martín. Me dijo que él había encontrado en Internet hacía casi dos años un artículo de Jon Juaristi en el ABC en el que hablaba de cierto artículo publicado en la Revista de Historia Social donde su autor el profesor Xosé M. Núñez Seixas seguía la pista de la peripecia vital de don Martín y lo situaba en el Berlín de 1944 como conspicuo propagandista nazi. Después de reprochar a mi amigo el no haberme avisado entonces busqué y encontré el artículo de Juaristi, enmarcado en la polémica sobre la impostura de Enric Marco, el que fuera presidente de la Asociación de prisioneros de Mauthausen ocultando que nunca estuvo en ese campo de concentración.

Al principio no estuve de acuerdo con él en que por las declaraciones de Juaristi tras el fallo del premio pudiera colegirse que la vida del protagonista de la novela estuviera directamente basada en la de nuestro cura de Santa Marina, a pesar de que incluso había utilizado su nombre de pila, Martín. En El País del 02/03/2007 pudo leerse lo siguiente referente a la novela:

En la novela, Juaristi parte del mito de los cazadores infernales del bosque para relatar la vida de un cura vasco "pícaro, oportunista, sin convicciones y sin escrúpulos que decide que para sobrevivir" en el periodo comprendido entre la Guerra Civil Española y el nacimiento de ETA "tiene que mentir y traicionar".


Juaristi (Bilbao, 1951) ha explicado en rueda de prensa que se trata de una novela de ficción en la que el protagonista, Martín Abadía, "tiene un referente real" que ha existido y cuya influencia ha pesado en el nacionalismo vasco entre la entreguerra y los años de aparición de la banda terrorista. Ha rechazado desvelar la identidad que inspira a su personaje, pero ha confesado que éste "puede rastrearse a través de la memoria del siglo XX" y puede ser que quien lea la novela en el País Vasco, sobre todo de su generación y de la anterior, "lo reconozcan al instante".

Yo me incliné más porque esa identidad fuera la de Arzalluz, pero después de encontrar el siguiente resumen del argumento en La Casa del Libro me parece que la razón está con mi amigo:


Martín Abadía, un cura vasco nacionalista, disoluto y sin escrúpulos recorre el siglo xx en pos de un evasivo sueño totalitario. En medio de la violencia política y de los impulsos criminales que seapoderan de Europa, aprenderá a sobrevivir mediante la impostura y la traición. A lo largo de medio siglo –desde los primeros vagidos de la Segunda República hasta el golpe de estado del 23 de febrero de 1981–, las andanzas de Abadía por la España recién salida de la guerra civil, la Francia ocupada, la Alemania nazi, la Yugoslavia de Tito y el despertar de la oposición al régimen de Franco ilustran el destino de los nacionalismos en un mundo que retrocede a la condición selvática y en el que cobran realidad los más oscuros temores de la imaginación humana.

Como eso me demuestra que ya está publicada sólo me queda conseguirla y leerla.

En cuanto al trabajo del profesor Núñez Seixas, dada la rareza de la revista donde se publicó, solicité a una amiga que tiene contactos en la Universidad de Santiago que me consiguiera una copia. Me fotocopió el artículo y me lo acaba de enviar. En él se encuentran los datos suficientes para calibrar exactamente la personalidad del personaje y probablemente las bases argumentales de la novela de Juaristi.


Núñez Seixas cuenta que durante la guerra el cura se alistó como capellán en un regimiento de gudaris hasta que fue capturado por las fuerzas tradicionalistas navarras de Franco. En lugar de fusilarlo, los requetés lo convierten en su capellán hasta que logra escaparse en 1938 a Francia. Durante la II Guerra Mundial se alista en la XI Regimiento de la Legión Extranjera hasta que es capturado por los alemanes en 1940. Después de pasar por varios campos de concentración ciertos amigos jesuitas con ascendencia entre los nazis lo ponen en contacto con Wilhelm Faupel, militar prusiano de carrera que había sido en los años 20 asesor militar de varios gobiernos argentinos y peruanos. En Sudamérica aprendió español y una vez en Alemania y en contacto con el Partido Nazi se convirtió en el principal propagador de su ideología entre los hispanohablantes. Primer Embajador de Hitler en la España nacionalista (1936) sus desencuentros con la Falange, a la que acusaba de clerical y escasamente revolucionaria fascista le llevaron a ser relevado por exigencias del propio Franco y una vez en Alemania a fomentar su refundación en un partido auténticamente nazi, racista y revolucionario. Rescató una revista, Enlace, que utilizó como principal órgano de propaganda de sus ideas y colocó al frente de ella al cura que le habían recomendado. Martín de Arrizubieta cumplió a la perfección las expectativas de su nuevo jefe. Comenzó dirigiendo sus artículos a los soldados de la División Azul que aún andaban por Berlín y a los 10.000 trabajadores españoles que se calcula que había en Alemania por entonces y fue radicalizando su discurso hasta el punto de que en los últimos tiempos alarmó seriamente a la embajada española en Berlín, con su reclamación directa de la sustitución de Franco por un régimen auténticamente nazi, la implantación de políticas selectivas racistas y la independencia de Euskadi.

Núñez Seixas analiza en su artículo (pgs. 35 a 42), que adjunto íntegro, varios editoriales redactados por Arrizubieta para tratar de fijar su pensamiento y la base ideológica que trataba de imprimir al movimiento. Un confuso y delirante colage confeccionado con retales de obrerismo fascista, racismo antisemita focalizado en los defensores del comunismo y el liberalismo, esencialismo español de raíz vasquista y lo que es más increíble, con un anticatolicismo furibundo, que incluso le ganó los agrios reproches en forma de cartas de algunos lectores. El núcleo duro era una fusión de socialismo revolucionario y nacionalismo fanático para un proyecto de superación de la cesura de las dos Españas. La razón de estado basado en la raza por encima de cualquier otra consideración y por supuesto, por encima de cualquier moral religiosa. Todo ello enmarcado en el Nuevo Orden Europeo que propugnaba el Partido Nazionalisocialista alemán. Un verdadero gazpacho fruto de una mente realmente paranoica.

Tras la caída de Berlín nuestro cura, superviviente nato, escapa a Italia y ejerce diversos trabajos hasta que en 1946 intenta reengancharse en el movimiento nacionalista vasco en el exilio presentando un memorial justificatorio de todos sus actos de Berlín a un dirigente que halló en Roma, y para solicitarle un aval de exiliado para huir a México, pero parece que el PNV no le creyó del todo y se desentendió de él.

A fines de 1947 ya lo encontramos en España donde un tío suyo dominico lo recomienda al obispo de Córdoba a la sazón el también dominico Fray Albino Menéndez-Raigada. Dios los cría y ellos se juntan. El tal Fray Albino fue uno de los mayores fascistas convencidos y convencedores que dio la Iglesia Católica a la causa del franquismo (1). De esta época parece ser el consejo de guerra al que siempre aludió. No se sabe si los cargos fueron por separatista, o por conspirador nazi. De hecho el propio Don Martín nos contó a P. y a mí que el Consejo de Guerra se celebró en el Alcázar de los Reyes Cristianos y que se le exigió firmar el conforme sin tener acceso a los cargos. El caso es que fue amnistiado y a principios de los años 50 ya era párroco de Santa Marina.

Como contaba Castilla participó tangencialmente en las reuniones conspiratorias de oposición antifranquista clandestina en la ciudad y en los últimos años de su vida, los que yo le conocí, volvió de nuevo al nacionalismo esencialista de raíz aranista sumándose ahora a una genérica identificación con las aspiraciones de de la clase trabajadora vasca (Núñes Seixas, pg. 46) en el que ya incluía directamente su apoyo sin fisuras a ETA. Yo creo que P. y yo fuimos en parte responsables del último encharcamiento mental del anciano cura cuando lo pusimos en contacto con las obras de Samir Amin. De su entusiasmo por el pensamiento del profesor egipcio y su comprobación de que encajaba a la perfección en su credo nacionalista nos dio sobradas muestras en aquel tiempo.

A pesar de que tanto Juaristi como Núñez Seixas nos lo presentan como un caso clarísimo de impostura cambiante y continuada y de que merecería uno de los capítulos de La Historia Universal de la Infamia de Borges, junto con El atroz redentor Lazarus Morell o el El impostor inverosímil Tom Castro, yo miro su trayectoria y trato de condensar su ideología y no veo contradicciones. A mí me da la impresión de que siempre mantuvo un corpus ideológico de gran coherencia, aunque a veces unos aspectos u otros tuviera que disfrazarlos por cuestiones de mera estrategia de supervivencia: una fusión, perfectamente actualizada en el albertzalismo vasco actual, entre el totalitarismo y el nacionalismo racista de Sabino Arana. Una superación de la blandenguería peneuvista de raíz burguesa. No me extrañaría nada que su pensamiento hubiera influido directamente en las bases ideológicas de Herri Batasuna.

De todas formas que un tipo como él, que padecía de una soberbia apabullante, con su trayectoria de conspicuo conspirador a sus espaldas y de unas inquietudes intelectuales tan estrafalarias acabara de párroco en una perdida parroquia cordobesa en un medio social popular aplastado por la tremenda losa de la ramplonería del franquismo de posguerra, rodeado de beatas y aguardentosos falangistas y tratando de chupar rueda entre los desconfiados intelectuales progresistas cordobeses debió suponer un castigo perfectamente acorde a sus pasadas maldades. Tal vez, como creo que ha dicho de él alguna vez Juaristi, estuviera loco. Pero seguro que fue un tipo muy peligroso al que el piadoso destino nunca puso el suficiente poder en sus manos que le permitiera llevar a la práctica su nefasta ideología.

Una broma final del destino burlón: el cura vasco, que practicó un pundonor cultista exagerado y que fue en vida un maniático de la ortografía, tanto en vascuence como en castellano, ha de sufrir para toda la eternidad la tremenda afrenta de una falta de ortografía que un marmolista justiciero grabó en su lápida.






TEXTO ÍNTEGRO DEL ARTÍCULO DE NÚÑEZ SEIXAS:
SEGUNDA PARTE: LA CAZA SALVAJE DE JUARISTI



(1) Fue autor del repugnante Catecismo Patriótico Español, que fue de estudio obligatorio en las escuelas, uno de los más feroces libros justificadores de la masacre de la guerra civil, pleno de todas la peligrosas estupideces acerca del destino superior de España y su catolicismo totalitario y ensalzador sin escrúpulos de los más crueles criminales de guerra responsables de la misma. En Córdoba acabó siendo considerado un hombre bueno, benefactor de los pobres cordobeses tras su conversión en promotor de viviendas sociales durante los duros años 50 (Cañero y Campo de la Verdad y la que lleva su nombre, Fray Albino). Cuenta además con una avenida a su nombre (dedicada a él bajo el mandato de Rosa Aguilar) y con una estatua en la plaza de la barriada de Cañero. Una vergüenza más nunca denunciada que ensucia las paredes y las plazas de esta rara ciudad. (VOLVER)

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante rememoración sobre la tragicómica figura de Arrizubieta, que coincide con la del propio Castilla del Pino, o de otros cordobeses militantes o simpatizantes de partidos de izquierda que tuvieron oportunidad de conocer al cura de Santa Marina. Todos ellos me confirmaron, después de su primera y mayúscula sorpresa, que "algo raro" había en Arrizubieta que les llevaba a creer lo que a primera vista parecía increíble. Lo mismo ocurre con algunos intelectuales vascos de izquierda, y hasta con algún escritor en euskara de Mundaka que simpatiza con HB (o como se llame ahora).
Un par de pequeñas precisiones, nada más. Primera: nunca hubo por parte de Faupel y de los alemanes una promesa de "independencia de Euskadi" (Juaristi, y otro periodista de El Mundo antes que él que se hizo eco de mi artículo en la revista académica "Historia Social", llegan a suponer que en Berlín en 1945 hubo voluntarios vascos de las Waffen SS que luchaban por la independencia del País Vasco; nada más lejos de la realidad: había unos pocos españoles, entre ellos tal vez algún vasco, pero luchaban por el "Nuevo Orden" hitleriano etc., y estaban comandados por un falangista conquense de nombre Miguel Ezquerra, al que algún desinformado pintó como Mikel Ezkerra y lo hizo abertzale, el tal Ezquerra se debe aún revolver en su tumba del disgusto).
Segunda: coincido en que hay más elementos de continuidad que los que parecen, pero el racismo sabiniano y el hitleriano son muy diferentes. Arrizubieta intenta una adaptación forzada, transmutando el aranismo racista en españolismo racista. A eso se añade una confusa voluntad "revolucionaria" y social. Suponer que Arrizubieta tuvo mucho influjo político-ideológico en el País Vasco de los años 60-70 no me parece acertado. Su ensalada mental era difícilmente transmitible, y su relación con el mundo del nacionalismo vasco de izquierda y ETA muy lateral (creo que tuvo más incluso con los medios afines al EPK). Yo creo que fue un personaje anecdótico, pero revelador de que a) las derivas ideológicas en el siglo XX europeo pueden adoptar muy diversas formas, y b) los individuos toman opciones guiados por el instinto de supervivencia en tiempos revueltos. Don Martín, si las "armas maravillosas" de Hitler hubiesen sido realidad, o si el III Reich hubiese llegado a algún pacto con los Aliados contra la URSS, se podría haber convertido en un pseudoQuisling español/vasco. Pero eso es historia contrafactual.
Tercero: Dudo de que fuese sometido a Consejo de Guerra. Creo más bien que fue el manto protector de la Iglesia y los oficios de su tío, el padre Larrinaga, quienes le abrigaron.
Y cuarto, pequeño prurito profesional: hombre, no llame a la revista "Historia Social", probablemente la mejor revista profesional de Historia Contemporánea española, con amplia difusión en los medios profesionales, una revista "rara". No es difícil de conseguir, también por internet. Y no habría tenido que mandar a nadie a la Univ. de Santiago: En la biblioteca de la Universidad de Córdoba, seguro, la tendrán.
A todo esto: si me puede pasar algún dato sobre cómo localizar a la "viúda" de D. Martín, le estaré agradecido. Donó sus papeles a la Biblioteca de la Diputación Foral de Vizcaya, pero entre ellos no hay nada de correspondencia. Aunque dudo que guardase cartas de los años 40, nunca se sabe...
Un cordial saludo y enhorabuena por el blog!

harazem dijo...

Estimado Xosé Manuel: Le pido excusas por mi errónea catalogación de la Revista de Historia Social. Se debió sólo a mi doble supina ignorancia. Efectivamente, y en segundo lugar, aunque había intentado localizarla en la Biblioteca Pública y en la de la Facultad de Filosofía a través de Internet, no lo logré. En ambos casos se debió a las prisas, a la ligereza y a una inexcusable torpeza indagatoria. Una búsqueda más acertada hoy mismo me ha hecho dar con su reseña en ambos lugares. Tengo que confesar que dada mi primera falta de resultados y la supuesta rareza de la publicación de ella subseguida, el encargo a mi enlace gallego, conociendo su predisponibilidad, fue que se lo pidiera directamente a usted. Mucho mejor detective que yo, mi amiga no necesitó molestarlo y lo consiguió directamente en la biblioteca.

El primer lugar lo ocupa mi desconocimiento de la existencia de la propia revista. Ello se debe a mi nulo contacto con el mundo académico del medio cuya carrera (Geografía e Historia) estudié y, aunque muy interesado aún por cualquier asunto relacionado con su materia, por hallarme capturado en los últimos años por otros temas que reclaman casi todo el tiempo libre de que dispongo.

También querría disculparme por no haber incluido al menos una atrevida suposición acerca de que al autor del texto colgado no le molestara que lo hiciera sin su permiso expreso. Si no lo hice fue por olvido, no porque no lo planeara.

En lo referente a las precisiones que me hace las asumo totalmente. No he buscado el rigor profesional: ya ha visto el tono general del blog. Sólo pretendo con él entretener a mis amigos y entretenerme yo mismo. Para eso colgué su estudio. Lo de la influencia de don Martín sobre H.B. no pasaba de ser una suposición remota que me vino de repente en la hilatura de cabos febril subsiguiente al impacto que la lectura de su artículo me produjo. De todas formas una de las cosas que sí recuerdo es su reiterada referencia a conversaciones telefónicas frecuentes y a encuentros personales con el matrimonio Sastre-Forest y a alusiones a conocimientos de gente del entorno de ETA. Y desde luego coincido con usted en que su ensalada mental era difícilmente transmisible: la prueba está en que ni siquiera consiguiera entusiasmar a dos bisoños y entusiastas izquierdistas de 19 años en 1976.

Es una pena que no recuerde casi nada de lo que el viejo bribón nos contaba. Tengo la neblinosa impresión de que ello se debe a que la mayoría de los relatos estaban muy focalizados en anécdotas muy puntuales fundamentalmente de su estancia en el campo de concentración, lo que me hace pensar que en realidad se las estaba narrando a sí mismo, en una suerte de bucle en el que ejercía de trovador y héroe de su particular materia épica. Entornaba los ojos y reproducía las conversaciones en alemán, a veces sin molestarse en traducírnoslas.

Mi amigo P. me ha recordado un dato que es probable que aluda al acarreo de materiales evocativos de unos escenarios a otros en la mente del personaje. Él recuerda que el cura nos describió una escena en la que él mismo quemaba papeles comprometedores en la sede del PNV de Bilbao con los nacionales a las puertas de la ciudad de la que conseguiría posteriormente escapar. Y también recuerda haber leído hace un par de años en algún lugar de la red (que parece haber desaparecido) que alguien mencionaba a Arrizubieta quemando papeles en la sede de Enlace en Berlín con los rusos a las puertas de la ciudad.

En cuanto al tema del consejo de guerra él nos habló repetidas veces de él. Tal vez se tratara de una insistencia autoasumidora. Pero describía frecuentemente el tocho señalándolo sobre una mesa con la medida de un palmo. Contó que el acto se celebró en el Salón de los Mosaicos del Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba, creo que por entonces aún cárcel. Que no se le permitió leerlo ni se le leyó ningún cargo. Y que sólo se le exigió su firma para ser amnistiado. De ser cierto es posible que aún exista en algún archivo, en el que guarde ese tipo de documentación. No sé si usted ha indagado en ello.

En cuanto a la posibilidad de que quedara en manos de los herederos de la señora que cuidó al cura en sus últimos años algún tipo de documentación interesante supongo que debe ser remotísima. No obstante y a pesar de que mis familiares de Santa Marina se han extinguido intentaré contactar discretamente con alguien que pueda encaminarme en su búsqueda. En todo caso se lo haré saber.

Y gracias por el piropo a mi blog

Manuel Figueroa Harazem

Córdoba. Jueves Santo de 2007. 20.00 horas, mientras desfila a paso ligero bajo mi balcón una Compañía de la Legión Española(este año sin cabra) que viene a sacar un Cristo. Los caminos de la Coincidencia Cósmica son a veces inescrutables.

Anónimo dijo...

Estimado Manuel: No tiene que disculparse, ya que en efecto la revista Historia Social no es de dominio público. Igual me pasé de prurito profesional. Y en cuanto a incluir un enlace a mi artículo, no se preocupe. Todo lo contrario, me honra. Tengo una versión con algunos detalles más y algunas precisiones, pero esperaré a publicarla a descubrir más sobre el cura nazi. Es una figura fascinante para un historiador por sus contradicciones, precisamente. Pero muy susceptible de manipulaciones interesadas (no es el caso de usted, pero sí sin ir más lejos de Juaristi, en parte), pues hacer de Arrizubieta una metáfora del destino de los nacionalismos minoritarios en la Europa totalitaria me parece exagerado. Yo creo que Arrizubieta se convirtió con armas y bagajes al nazismo en 1944, en parte como opción de supervivencia personal. Es más, no deja de ser sorprendente que, en un momento en el que no había que ser Einstein para darse cuenta de que Alemania perdería la guerra, Arrizubieta optase por dejar su relativamente llevadero destino como trabajador extranjero en el III Reich (como un millón de franceses, incluyendo en el lote a combatientes foráneos de la Legión Extranjera como él) y se apuntase a la aventura de Enlace. En fin, tal vez en un futuro cercano me anime a escribir una biografía de Arrizubieta. No sé si el personaje la merece, pero su ensalada mental sí.

Lo del consejo de guerra lo indagaré. Si lo hubo, que es posible que lo hubiese, debe estar en los archivos de Capitanía General de Córdoba, entonces. Mi colega (seguramente conocido de usted también) Juan Ortiz Villalba probablemente sepa dónde localizarlo. Ahí debe haber más datos.

Y bueno, a su disposición para lo que guste. Gracias por la gestión de localizar a su "ama de llaves", que según me dijeron en Bilbao vive con sus sobrinos en Córdoba.

Un cordial saludo,

X. M.

harazem dijo...

Bueno, yo no me había atrevido a cascarle a Juaristi porque ya se ha convertido en un lugar común, pero realmente pienso que su deriva ideológica también participa de mucho de lo que llevamos hablado sobre el tema. Aunque no es un personaje al que siga estrechamente, porque su monotemática dedicación al tema antinacionalista vasquista me aburre bastante sí que estoy de acuerdo en que sufre de una peligrosa tendencia a retorcer los temas para que se ajusten a su discurso. Tampoco podría catalogar exactamente la índole moral de su evolución-conversión. Desde luego no ayudó a la clarificación su pronta aceptación de cargos en el gobierno de Aznar a cambio de prestarle a la hirsuta formación su brillito de intelectual de moda. No fue el único.

En este país se han dado recientemente casos muy agudos de saulismo o de derivas ideológicas extravagantes y no todos achacables a la sinceridad o justificables por necesidades de supervivencia. La mayoría de las veces responden a puros intereses crematísticos o de prestigio o incluso de pura y dura venganza. Unas veces se enfoscan con yesos ideológicos y otras veces ni esa preocupación estética se tiene. Pedro J. no consiguió su sueño de ser director de El País y se ha dedicado en cuerpo y alma a destruirlo. Jiménez Losantos (De El Viejo Topo a la COPE) sacó pronto su alma de mercenario y vendió sus dotes de comunicador al mejor postor. Y se ha convertido en un personaje atrabiliario que excreta un discurso puramente destructivo (de viejo viejo topo) al servicio de la Mafia Episcopal. Qué decir del miserable Albiac, que ha acabado de faldero lengüerín del propio Federico. O de los demás conspiranoicos. O de Pío Moa.... Al lado de ellos nuestro cura vasco resulta hasta entrañable por su coherencia.

harazem dijo...

ACLARACIÓN NECESARIA:

Como me da la impresión de que no lo he dejado claro, añadiré que no coloco en el mismo saco ni intelectual ni moral a Juaristi y a la colección de tipos que catalogo más abajo. A pesar de sus obsesiones y de sus, desde mi punto de vista, vidriosas amistades, Juaristi me sigue pareciendo un sólido intelectual de principios y una persona realmente comprometida con la causa de las libertades públicas y privadas.

Anónimo dijo...

Fantástico Hazarem. Cómo me ha gustado.
Hay en el texto un pequeño detalle que como cordobés me ha producido cierta desazón. Que el cura, cuando atraviesa su peor momento al ser capturado en España, se le imponga como castigo un destierro en Córdoba. Da que pensar la cosa, imagino como sería esta ciudad en la postguerra. De todas formas, consuela saber que cuando por fin consigue la libertad prefiere Córdoba a su tierra natal. Al final vamos a tener que reconocer que Córdoba enamora hasta a quien parece tener un corazón bien duro.

Me ha encantado el relato. gracias.
El tabernero

Anónimo dijo...

Escribe un antiguo feligres de Santa Marina. Desde pequeño y en la juventud me cautivo la personalidad de D.Martín. Era una persona inigulable y única de los que dejan impronta para toda la vida.
Ya de mayor pensaba que algo no cuadraba en sus neuronas por las contradicciones que nos exponía. Lo que no me cabe duda era que con el nacionalismo radical si era coherente.
Quiero exponer varias cosas que se de él por la amistad que nos unía.
Fue un hombre pólemico con todo el mundo, había quien lo odiaba y quien lo alababa de una forma desmedida, esto le creo amigos y muchos enemigos. Generalmente con casi todos los que tuvo como compañeros de la cladestinidad se se separaron de él. Era enérgico y furibundo en sus planteamientos.
No creo que fuera nazi, si creo que debido a su compleja personalidad, sus idealismos calenturientos,sus neuronas desiquilibradas y su afán aventuro hiciera todo lo posible por salvar su vida acosta de cometer atropellos.
Me constas por fuentes fidelignas que estuvo en la lucha clandestina como miembro "DEL FELIPE" y que tenía como sobre nombre el "OGRO".
Hay un libro que se llama los "Irreductibles" que cuenta en varias páginas las aventura en Alemanía nazi, de un tal Alferez Arrizubieta. Pienso que es él y que coinciden con el estudio de Xose Nuñez Seixas.
Con respecto a la misa con Franco, hay varias versiones contadas por D. Martín. Una la que cuenta Castillo del Pino que es posterior a esa visita. La otra fue contada por él mismo en años posteriores. Decia que Franco lo llamó porque quería conocer a aquel cura díscolo. Decía le dijo a Franco lo que pensaba de toda lo referente al orden social que se vivía en España y que no tuvo pelos en la lengua para exponer lo que pensaba.
Me consta que tuvo una formación teólogica muy buena y que hizo muchas obras de caridad anónimas que la mandaba ejecutar con personas muy cernas a mí.
Sé que no fue jesuita, más bien estaba distante de la Compañia, ya que por su formación tomista estaba inclinado a los dominicos y frecuentaba mucho del convento de San Agustín, ya que era terciario Dominico.
Su relación con falangista era frecuente ya que daba charlas religiosa a la Seccion Femenina y al Frente de Juventudes, pues los locales de estas organizaciones estanban en territorio de su Parroquia. No tengo motivo para decir que fue un chivato de la policia. Más bien los engaño en más una ocasión.
Puedo decir a su favor que fue pionero en indicar que hacia falta un Concilio, como fue relidad con el Vaticano II. Era un gran admirador de Juan XXIII y propagador de sus Enciclicas.
Termino. Al jubilarse quiso marchar a su tierra y sus amigos y compañeros naciolistas y vecinos de Mundana no le hicieron ni puñetero caso. En una palabra lo ignoraron.Tuvo que volver a Córdoba a morir.Él decía "quiero morir entre mi tribus", pero yo añadía D.Martín morir en Andalucía es un lujo.Él se reía.
Un día caluroso de septiembre de 1988 fallecía ignorado de sus antiguos compañeros vascos y cordobeses. Tan sólo un puñado de amigos intimos fuimos a su entierro. Hoy reposa en el cementerio de San Rafael con tan sólo un título. Sacerdote

Anónimo dijo...

II.- Un antiguo Feligres de Santa Marina.

Creo que sería intesante que se abriera un debate para aclarar y hacer justicia a la figura de D. Martín.
No conozco a Manuel Harazem , pero ya que él es el que ha iniciado estos comentarios a través de la publicación de la novela " La Caza Salvaje " de Jon Juaristi, premio premio Azorin 2007, sería bueno que descubrieramos todas las facetas buenas o controvertidas de este personaje que participó en la intelectualidad provinciana de Córdoba en los años 50 a 80.
Invito que comencemos un debate sobre su persona.

harazem dijo...

Por mí no hay inconveniente en acoger en los comentarios de este blog un debate sobre la figura de don Martín. Yo desde luego sólo cuento con mi propio relato que ya he desgranado en los dos post a él dedicados. Para sacar más jugo al personaje se necesitaría la colaboración de más personas que lo hubieran conocido o que tengan ideas sobre la particularidad personalidad de nuestro cura. Personas interesadas por el tema, que lleguen hasta este humilde espacio y que estén dispuestas a participar. Si usted dispone de contactos que puedan aportar más luz ya le digo que esta página está abierta a cualquier debate.

un saludo
manuel

Anónimo dijo...

III Un antiguo feligres de Santa Marina.
He lanzado una llamada a antíguos conocidos y hay un catedrático que está dispuesto a entrar.Él no lo conoció personalmente pero está interesado en D.Martín desde que ha leído la novela " El cazador Salvaje.

Anónimo dijo...

soy de santa marina y mi familia lleva aqui desde 1940 y se que la viuda del cura fallecio en 2003 0 2004, tengo relacion con los sobrinos nietos de ella (la tita feli)y a ver que puedo averiguar....pero se que mi abuelo no lo podia ver y mi padre no habla bien de el....

Anónimo dijo...

D. Manuel: Me acaba de llegar noticias de su blog, lo acabo de leer y coincido en todos sus aspectos en lo referente al cura párroco. Tan solo quisiera hacerle una precisión, y es que en la fotografía que adjunta donde afirma que vivía en la casa del dintel amarillo no es correcto. Vivía en la que está a continuación y formaba esquina,(En la actualidad hay una de varios pisos) que a continuación está la taberna de Almoguera. También él me bautizó a mi, ya que yo si viví en esa casa que afirma.