A TRAVÉS DEL EGIPTO CON EDUARDO TODA
Yo siempre tuve suerte con las herencias. Y eso que lo único que he alcanzado a heredar han sido libros. Pero como los libros son los objetos materiales que más me gustan, puedo hacer esa afirmación con total tranquilidad.
Mi padre sólo me dejó libros, su pequeña colección de baratos ejemplares de colecciones de kiosko que no obstante me desvelaron tantas maravillas. Pero fue mi tío abuelo Ortiz, el tío Ortiz, mi tío Iturrioz particular quien me aficionó realmente a ellos. Autodidacta desde las primeras letras (aprendió, como en las fábulas, a leer mientras cuidaba cabras en la sierra), consiguió reunir con los años en su escondida casa del barrio de Santa Marina una preciosa colección de libros de historia y de viajes del siglo XIX que había ido comprando pacientemente, dada su modesta posición económica, en las librerías de viejo con sus ahorros desde antes de la guerra, pero sobre todo desde la posguerra, tras salir de la cárcel donde lo encerraron la banda de facinerosos que secuestraron el país a punta de pistola durante tantos años. Aparte de esas grandes maravillas contaba también con una nada despreciable colección de novelas de sus autores favoritos, naturalistas fundamentalmente con Emile Zola a la cabeza, cuya afición me inoculó y cuyas obras completas fui devorando morosamente préstamo a préstamo entre los 13 y los 15 años. Cuando contaba con 10 años me regaló el primer libro que pude llamar mío: Al Polo Austral en velocípedo de Verne. Era un ejemplar de 1914 y estaba muy deteriorado pero recuerdo que su lectura me fascinó tanto que nunca más he dejado de leer (y de leerlo) desde entonces.
Mi padre, que tenía un amigo encuadernador, me llevó a su casa para restaurarlo. El amigo, versionando el viejo proverbio chino del pez y la caña, en lugar de hacerlo convenció a mi padre, que era carpintero, para que me fabricase un telar y una prensa con el compromiso de enseñarme a encuadernar. Aprendí los secretos del cosido, los nudos, las colas, las guardas, etc. Y restauré el ejemplar de Verne que mi tío me había regalado y ya de paso encuaderné varios libros de mi padre y alguna colección de revistas de una vecina. La afición al encuadernamiento se me pasó afortunadamente pronto. Digo afortunadamente porque mi buen gusto nunca superó a mi mediana pericia y los acabados de mis trabajos no fueron nunca demasiado respetuosos con las portadas ni los lomos de los ejemplares que llegué a restaurar por mi manía de cubrirlos siempre con el tradicional hule de encuadernador. Eso impidió que algunos años más tarde me pusiera en la tarea de encuadernar el único libro que alcancé a heredar de mi tío Ortiz tras su muerte en el ya lejano 1971, cuando yo sólo contaba 17 años.
Mi tío me había prometido varias veces que a su muerte yo podría quedarme con sus libros, dada la escasa afición a los mismos del resto de la familia, pero cuando llegó el momento, que ocurrió repentinamente, me fue imposible hacer valer mis derechos adquiridos verbalmente. Los libros se los quedó todos un tío carnal mío, sobrino directo de él y la maravillosa colección de lomos de cuero con letras doradas quedaron para siempre y como único destino rellenando los huecos del espantoso mueble bar que cubría todo un testero de su salón.
Pero casualmente obraba en mi poder un preciosísimo ejemplar que mi tío, tras mil peticiones y juramentos de tratarlo como a mis propios ojos, accedió a prestarme, una semana escasa antes de su muerte. Se trataba de A través del Egipto de Eduardo Toda, en una, aunque desportillada, preciosa edición, la original de 1889 , con una portada absolutamente delirante y los filos de las hojas dorados, unos grabados sublimes y unas coloridas litografías de la escuela delacroixiana protegidas cuidadosamente con papel cebolla. Una de esas ediciones del siglo XIX que sólo he podido contemplar en los stands de las ferias del libro antiguo y de ocasión a precios desorbitados. Así que tras comprobar que la colección de libros que moralmente me pertenecía nunca sería mía me callé como una momia el pequeño detalle de que uno de ellos obraba en mi poder.
Habré leído el libro desde entonces como 20 veces, algunas de ellas de un tirón y las más de las veces picoteando por sus capítulos. Eduardo Toda (1855-1941) fue uno de los escasos ejemplares de orientalófilo español o al menos de orientalófilo español de calidad, del siglo XIX, un siglo en el que dichos ejemplares sobreabundaron en toda Europa. Catalán de Reus, antes de los 30 años ya estaba destinado en el Extremo Oriente como diplomático y aprovechando esa circunstancia para estudiar a fondo todo lo referente a los lugares en los que residió, principalmente China, pero también Japón, Corea y Filipinas.
Pero fue su etapa como Cónsul General de España en Egipto entre 1884 y 1886 el que más frutos daría a la literatura histórica y de viajes española. Su enorme curiosidad, su capacidad de estudio y su afán aventurero le convirtieron en el mayor experto en egiptología faraónica de España. En El Cairo entabló enseguida amistad con el director del Museo de Bulaq (el Museo Egipcio de la época), el famoso Gaston Maspero y con él aprendió los secretos de la egiptología llegando por orden suya a encargarse del descubrimiento y vaciamiento de una importante tumba cerca de Luxor, cuya descripción ocupa el capítulo XXV del libro. Recorrió todo el país desde Alejandría hasta Asuan y hasta el Mar Rojo. Y todo lo dejó minuciosamente narrado en ese libro.
Afortunadamente no sólo se explayó en explicar, muy profundamente, todo lo referente al mundo faraónico que alcanzó a saber y a estudiar sino que tocó todos los aspectos del país del Nilo. Así, encontramos en el libro estudios completísimos sobre las distintas clases sociales del Egipto que conoció en vivo, tanto de las campesinas como de las urbanas, la vida cotidiana de los miles de europeos que allí residían y que habían creado una ciudad a su medida con todas las comodidades de sus países de referencia y la de los barrios aristocráticos turcos y de los populares árabes. Encontramos en sus páginas denuncias de la destrucción de los centros urbanos históricos de El Cairo y Alejandría por la piqueta demoledora de la especulación inmobiliaria que fomentaba el corrupto gobierno de los jedives. Justifica veladamente en ellas así mismo la revuelta popular contra la insoportable sangría y explotación a que se veía sometida la población por las compañías europeas que terminó con un brutal bombardeo desde el mar que destruyó totalmente Alejandría a cargo de la muy civilizada Armada Británica. Y al contrario del otro gran divulgador del mundo egipcio, el también catalán Terenci Moix, al que el mundo islámico le importó siempre un carajo, don Eduardo penetró muy profundamente en la epidermis del mundo musulmán que conoció, destacando un completísimo trabajo acerca de las bases de la religión islámica, a la que no se acerca con los anteojos fundamentalistas católicos propios de la intelectualidad de la época, sino con una admirable capacidad de análisis objetivo y curiosidad verdadera. Su interés por la arquitectura islámica convierten su libro en un documento interesantísimo para conocer el estado en que se encontraban es ese momento las grandes construcciones arquitectónicas de la ciudad.
Sus fotografías, algunas de las cuales aparecen en el libro sirvieron al magnífico grabador Jose Riudavets para elaborar los grabados que ilustran el libro.
El contrapunto chungo lo pone su irracional aversión a los judíos. Una aversión en la que sí que Toda contemporiza con el pensamiento dominante de la época. Yo me imagino que el fenómeno es relativamente comparable al que atañe actualmente al mundo de los toros. La corriente absolutamente mayoritaria, que incluye a casi todos los intelectuales y artistas españoles del candelabro, es de comprensión, cuando no afición, al repugnante mundo de la tortura ritualizada de animales convertida en espectáculo y enfundada en la absurda denominación de manifestación artística. Dentro de algunos decenios es probable (y deseable) que la mayoría de la sociedad mire con repugnancia aquella afición bárbara, al igual que hoy miramos con repugnancia el racismo activo de aquellos por otra parte ilustrados europeos decimonónicos.
Se me ocurre que la extraña causa por la que este magnífico libro de viajes no se haya vuelto a publicar desde su edición original en 1889 pudiera ser la repulsa que generarían sus opiniones sobre los judíos habitantes de Egipto, unas opiniones cargadas de tópicos infumables y de un odio profundo y atávico, absolutamente incomprensible en alguien como don Eduardo tan abierto de mente, con las lógicas excepciones propias de la cultura colonialista imperante, en todos los demás temas.
La especial referencia a los sefardíes y la visceral manía que les profesaba precisamente por su vinculación con España manchan de impresentable racismo el contenido de algunas páginas de este excepcional libro cuya reedición sería necesario que alguien se planteara urgentemente.
La mayoría de las piezas de origen egipcio que podemos contemplar hoy en España, tanto en el Museo Arqueológico Nacional, como en varios museos catalanes fueron traídos y minuciosamente vendidas a sus fondos por él. Su amor por la egiptología no le eximió de buscarse la vida constantemente chalaneando con ella, lo que le colocó frecuentemente al mismo nivel que los traficantes de antigüedades locales egipcios y los saqueadores de tumbas de los que tanto rajaba en su libro.
5 comentarios:
Me llama mucho la atención que la portada del libro aún conserve sus vivos bellos colores.
Vendo el libro de Eduardo Toda Original, alejandro.pedroche@hotmail.com
Excelente reseña.
Muchas gracias.
Vendo libro original de Eduardo Toda, A Través del Egipto, se encuentra en perfecto estado, es una maravilla. alejandro.fernandez@avaanza.es
Vendo libro original de Eduardo Toda en muy buen estado. alejandro.fernandez@avaanza.es
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