(del laberinto al treinta)


miércoles, 21 de diciembre de 2011

De cuando en Córdoba no éramos tan pastueños


No siempre el pueblo de Córdoba fue tan sumiso, tan manso, tan pastueño como ahora. Hubo algunos momentos en su historia en los que estuvo a punto de montar una verdadera revolución. Curiosamente por causas muy parecidas a las que actualmente andan pidiéndolo. Uno de ellos fue la Revuelta del Arrabal en 818, el otro la del Pan a mediados del siglo XVII.

La peste había azotado a toda España a mediados de ese siglo. Entre 1649 y 1650 murió de la enfermedad casi la mitad de la población cordobesa y los supervivientes fueron presa los años siguientes de una terrible hambruna. Bueno no todos los supervivientes, claro. Sólo los pobres, o sea la inmensísima mayoría. Los minoritarios otros, nobles y clero principalmente, se forraban mientras tanto con la especulación financiera con los precios del trigo y esas cosas de exprimir a la plebe. Ya sabéis...


La mañana del domingo 5 de mayo de 1652 una mujer se plantó a las puertas de la iglesia de San Lorenzo a la salida de misa con su hijo en los brazos. Acababa de morir. De hambre. Gritaba y lloraba loca de dolor. Otras mujeres se le unieron a coro y comenzaron a increpar a los hombres llamándolos cobardes por no defender luchando como tales la vida de sus hijos. La cosa se fue calentando y en un rato se reunieron unos 600 cordobeses indignados que se dirigieron armados con las clásicas armas de armar revoluciones populares: tenedores de madera, hoces, guadañas, etc., a la casa del corregidor, quien enterado de lo que se le venía encima se refugió en la iglesia de los Trinitarios. Posteriormente se dirigieron al obispado donde el monse de turno, acojonado, abrió sus graneros y una vez en manos de la indignada muchachada fue obligado a acompañarla para que convenciera a los nobles de la ciudad para que abrieran pacíficamente los suyos. Hecho lo cual procedieron a nombrar a otro corregidor, de sangre noble también, faltaría más, quien los convenció de que volvieran a sus casas, que él se encargaría de todo. Se hizo pan con la harina del trigo incautado y el pueblo por unos días pudo comer.

La cosa fue tan grave y tan acojonante para los poderosos que el propio rey concedió perdón a los cabecillas y proveyó diligencias para que el trigo no faltara en la ciudad por un tiempo. Pero una vez con la barriga llena, los espectáculos taurinos costeados por la nobleza funcionando a tutti plen en la Corredera cada semana y la caldera supersticiosa cociendo cerebros y soltando humo de incienso como loca, la atroz normalidad volvió su cauce. Lo de siempre, vaya. Don Teodomiro nos lo cuenta de maravilla en sus Paseos.

La mayoría de estas oportunidades de hacer una revolución en condiciones y dar la vuelta de una puta vez a la injusta tortilla se acaban perdiendo por falta de organización, de tejido ideológico conjuntivo y de valor de llegar hasta el final por parte de un pueblo adocenado. Pero hubiera sido un buen momento para que se hubiera extendido la revuelta a todo el reino y que se hubiera acabado montando una buena República Federal y Popular Barroca de los Reinos Hispánicos que hubiera abierto mucho antes las vías revolucionarias que abrirían más tarde franceses y yanquis. Igual hubiéramos contado entre los inventos del genio hispánico, junto a la fregona y el autogiro, la guillotina, esa utilísima máquina que deja los cantos de los libros hechos un primor. Ella, entre otros muchos beneficios, nos hubiera ahorrado la lacha de tener que escuchar a un aristócrata subnormal insultar a los andaluces desde uno de sus palacetes usurpados al pueblo soberano. Y tal vez, con un poco de suerte, la metástasis cofrade seria hoy una enfermedad casi completamente erradicada.

Es cierto que las circunstancias, los tiempos, las creencias y los valores de aquel momento no son extrapolables a los actuales, pero sobre todo hay que tener en cuenta que esas situaciones son producto de una extensión del hambre entre las capas populares ya inaguantable, y aquí lo que se dice hambre, hambre…  Hambre... hambre... Bueno todo es empezar y como dice el recio e hirsuto refrán castellano: cuando las barbas de tu vecino veas pelar… Se empieza por un mareo en la escuela...


7 comentarios:

Miroslav Panciutti dijo...

Hau que ver, Harazem, que con las esperanzadoras perspectivas que se nos abren en España gracias a este inminente gobierno de preclaros próceres, tú te pongas a contarnos historietas anacrónicas. Yerras de plano, hombre de Dios, al mentar bichas que no vienen a cuento (el hambre, ay ay ay). Que no, que no. Que la cuestión central es salvar el sistema financiero, que no te enteras. Ahora toca un poquito de solidaridad de la buena, tío, y nada proclamas demagógicas y rancias. Tenemos que apoyar entre todos para purgar esos activos tóxicos que están envenenando a nuestros bancos. Venga, a arrimar el hombro.

harazem dijo...

Es cierto, Miroslav, he caído hace un rato. Ya he pedido hora con mi pichoanalista a ver si me cura de una vez mi metepatismo agudo.

Lansky dijo...

Había pensado en tí para subsecretario de mi ministerio de religiones y esoterismos, pero como ni me han nombrado ministro ni han puesto ese ministerio, te quedas con las ganas.

harazem dijo...

LO lamento profundamente por mí, pero sobre todo por tí, Lansky, pero te lo mereces, por haber defraudado las esperanzas que tenía puestas en tí la Nueva Ejpaña Rajoya.

José Manuel Fuerte dijo...

Sí señor, Don Manuel, una lectura sobre tiempos pasados extrapolables a tiempos presentes, aunque con, muy probablemente, menos drama. En cualquier caso, tu entrada debería hacernos pensar en que todo es repetible, extrapolable y concebible, y que solo nosotros tenemos la posibilidad de hacerlo "imposible". Mensaje recibido. Gracias.

Paco Muñoz dijo...

La historia es un ir y venir siempre, de atrás se saca la actualidad o lo que puede pasar. A mi me ha parecido muy real y el mensaje pudiera ser que no entiendo porque no se organiza de una puñetera vez la indignación.

Anónimo dijo...

Muchas revueltas son prólogos de otras, quizá la revuelta comunera que no cuajó tampoco, podía haber traído un país moderno. Ahora las revueltas se van sincronizando, y trascienden países, algo hemos mejorado.