(del laberinto al treinta)


domingo, 2 de noviembre de 2014

La invasión de los ultracuerpos patilludos


Anoche cuando volvía de la fiesta del Rey Heredia me encontré con una procesión encerrándose en San Francisco. No sólo me alertó el pestazo a incienso y cera, sino sobre todo la atronadora tamborrada que la acompañaba. Como llevaba aún el puntillo birroso tuve los santos cojones de quedarme a ver el encierro completo. Lo que encerraban después de pasearlo por el barrio era un ídolo femenino, pero no alcancé a enterarme ni del nombre del avatar ni de la marca de la cofradía. Hoy la prensa local no se hace eco. Normal, si tuvieran que hacerse eco de las casi 500 que salen anualmente fuera de temporada necesitarían un ejército de plumillas. Pero ni falta que me importa. Me sigue impresionando la capacidad de montar espectáculo que tienen los joíos. El problema del espectáculo procesionario es el mismo que el de los templos chinos... Hombre, que como ser son bonitos, así bien recargaditos de cascarria churrigueresca entre humazo de incienso, pero que visto un pollo de esos vistos todos.

Pero lo que descubrí anoche fue un hecho curioso: me encontré con la mayor concentración de mendas patilludos que había visto desde que frecuentaba documentales de las guerras carlistas. Toda persona que llevara un palo plateao de esos y un medallón barroco colgandero del pescuezo patilleaba y gomineaba uniformemente o lucía absurdamente emperifollada según fuera macho o hembra el ejemplar de cofrade. Pues bien NINGUNO, ABOLUTAMENTE NINGUNO DE LOS PATILLENGOMINADOS POLLOS Y NINGUNA DE LAS EMPERIFOLLADAS DAMAS ERA DEL BARRIO. Los miré una a una y uno a uno. Llevo treinta años viviendo en él y creo que conozco a la práctica totalidad de los vecinos y lo puedo jurar tranquilamente por los tres San Carlos de mi devoción (Darwin, Marx y Arguiñano). Ni uno solo, ni siquiera los mirándolos. Creo que el único mirándolo del barrio era yo mismo. Y ello no se debía ni al disfraz cofrade que ellos y ellas llevaban ni a la alegría que me acompañaba. NO.

Eso me hizo pensar que existe un comando itinerante de cofrades que van de procesión en procesión, un par de veces cada sábado y domingo como viene siendo habitual. Nutrido eso sí: deben ser unos doscientos ejemplares entre machos y hembras que invaden los barrios ajenos con el evidente fin de joder al vecindario las antes plácidas tardes de los fines de semana.

2 comentarios:

ben dijo...

Bienvenido al club de los "mírandolos","mirones","bicheones"(del argot cordobés),nor
mal cuando se llega al estado de jubilata,que no creo que sea aún tu caso.
Interesante lo que dices del estado de foráneos de los participantes en los excesos
rituales que disfruta la ciudad,no me había fijado en ese detalle y mira que me encanta observarlos.La última es la del Socorro,su rito se celebra el último domin
go de septiembre,mucha gente siguiéndola.En la próxima,llévate una buena cámara.Mira
que venir del colegio republicano y no dejar nada escrito sobre el tema,con lo que
interesa el asunto fuera de la ciudad.Imperdonable.
Saludos.

Lansky dijo...

Las grandes patillas, como las peinetas en ellas o los taconazos, son como los audis de gama alta: una señal aposemática (ver mi último post y perdón por la autocita, pero viene al caso)de que soy tan chulo que puedo circular por el centro de la calzada, y vienen a indicar que son tóxicos y peligrosos, aunque ni ellos mismos lo sepan