(del laberinto al treinta)


sábado, 26 de febrero de 2005

Un soberbio en el infierno

Wojtyla Superstar camino del Olimpo




El bueno de Wojtyla se nos va. Bueno, más bien nosotros nos vamos para él. Aunque ya ha durado. Probablemente, cuando la sociedad española deje de ser tan supersticiosa, se cambie el popular dicho de “dura más que un traje de pana”, por el más exacto de “dura más que un Papa polaco”. O ya le hemos durado a él. Me lo imagino en el infierno, en ese infierno que ha rescatado del baúl de las antiguallas de la Iglesia preconciliar, y en el que seguro acabará penando sus pecados, absolutamente fuera de sí sin poder soportar la idea de que nos ha perdido, de que ya no es la Presencia, la única mano férrea en la que confía para dominar las conciencias de su grey, sin menoscabo de sus intentos de dominar también las de los que no lo somos, o al menos de administrar nuestras libertades. Porque si algo es este Papa que hemos sufrido todos, los con gusto y los sin gusto, es inmensamente vanidoso. Y soberbio. Bueno, ya puede, teniendo como tiene por delegación el don de la infalibilidad. Pero al menos sus inmediatos antecesores portadores de tan portentoso don no lo habían usado de una manera tan agresiva. La intriga que me corroe es si esta agresividad es fruto de un talante personal o de una maniobra estratégica perfectamente diseñada para devolver a la Iglesia su anterior fuerza coactiva. Efectivamente, la primera respuesta al proceso natural de laicización de las sociedades evolucionadas, fruto de la libertad de pensamiento que trajo la Ilustración y de los progresos de las distintas ciencias en el necesario desmontaje de las patrañas supersticiosas organizadas, fue la vía del diálogo y la contemporización, el ecumenismo y cierta inclinación a la comprensión de los problemas sociales del capitalismo. El Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII y el epigonismo representado por Pablo VI llevaron a la milenaria firma salvadora a un aggiornamiento, que, si bien aparentemente les hizo ganar fidelidades, sobre todo populares, que daban por perdidas y el respeto de parte de sus contrincantes racionalistas, a la larga no conducía más que a un proceso de desustanciación doctrinal de imprevisibles consecuencias. Y ahí es donde aparece el impresentable organista de Cracovia, en feliz definición del maestro Sánchez Ferlosio. En un acto de cinismo inmaculado asume los nombres de los dos pontífices anteriores, si bien heredados de su inmediato antecesor Juan Pablo I El Efímero, para seguidamente traicionar directamente el espíritu de apertura que los alentó. Como Fernando Savater ya lo explicó en fecha tan temprana como 1985, lo cito directamente para no tener que pastichearlo:

Wojtyla ha elegido un camino muy distinto, podríamos decir que opuesto. Como la universalidad sólo es posible ya a fuerza de desustanciación, ha decidido renunciar a ella. Nada de impersonalismos, dirección colegiada, pluralidad omnicomprensiva y fatigada, a fin de cuentas huera: vuelta a la nitidez agresiva de perfiles. Si la Iglesia no puede ser ya universal sin vaciarse, porque le falta fuerza secular y brío inquisitorial, volverá al menos a ser pintoresca. ¡Wojtyla ha decidido retornar al nacimiento oposicional de la Iglesia, a su prístino carácter de secta! Ya que no logra ser plausible, intentará al menos hacerse interesante. Reconozcámoslo: una jugada genial. Porque, ¿Qué es precisamente lo universal en el mundo de hoy? ¿La aceptación de lo decente y razonable? Este no es más que el lado insulso de lo universal. ¡Lo auténtico y enérgicamente universal es la pasión sectaria por la enormidad y el desatino! Tal es el reverso de un mundo a la vez demasiado utilitario y desencantado, deficiente en utopías y pródigo en fatigosamente repetidas maravillas técnicas. Las épocas de hastío y confusión lo son también de fanatismo. Aquí campan por sus respetos el barbudo Jomeini y el rapado Wojtyla, más que Escila y Caribdis, nuevos Daoiz y Velarde de la posmodernidad sin padres. Y así este Papa, como un cabeza de secta cualquiera, como alguno de aquello energúmenos primigenios que amargaron con sus enormidades sin gracia las últimas decadas del elegantemente corrupto paganismo, toma partido contra todas las libertades y libertinajes que forman el fondo de salsa de nuestra época, hace política, regaña, fulmina, se pavonea, histrioniza y, ante todo, chupa cámara. Lo mismo que cualquier terrorista, sabe que la única forma de ganarse la primera página es apostar por lo desaforado y que, aunque quizá no todo el mundo gustara de su tipo de enormidad, a todo el mundo le gusta que haya enormidades...

Publicado en Saber, 1985. Recogido en Perdonadme Ortodoxos, Alianza, 1986

25 años después ese mismo Papa ya ha cumplido su misión y (parece) que entregará pronto la cuchara. Me hace mucha gracia la explicación que sus fervorosos valedores dan sobre la intransigencia papal a renunciar al cargo a la vista de sus mermadísimas condiciones físicas. Dicen que el Santo Padre quiere dar testimonio del valor de las personas enfermas y aquejadas de vejez galopante. Mentira. El Santo Padre no quiere entregar esa cuchara por su desmedido afán de poder, por su resistencia a renunciar al supremo placer que le sigue proporcionando el disfrute de ese don delegado de infalibilidad que tanto bien le ha hecho a su soberbia, esa soberbia pecaminosa que acabará llevándolo al infierno que él mismo ha desenterrado para su grey.

MÁS SOBRE WOJTYLA EN MI ANTERIOR POST DEL 14/01/05 ¿UN AMIGO CURA?,

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