Cádiz
La mañana de San Sábado bajamos a Cádiz, una de mis ciudades favoritas. Me reiteré en la sospecha, ya presentida en ocasiones anteriores, de la mayor largueza de las raciones de sus bares respecto a los de Córdoba, cuya tendencia a la tacañería se suele disfrazar con el supermanido mantra del senequismo. Pero Cádiz no sólo es larga en sus raciones de calamares, sino también en la generosidad con que rotula los nombres de sus calles, como demuestro en el documento gráfico que adjunto como prueba. En un bar del barrio de la Viña, saboreando una enorme ración de morena adobada, me entero por un compungido capillita de que el día anterior se empaparon los palios de algunas procesiones. Pongo cara de póker pero me alegro secretamente. Ya sé que es una crueldad estúpida, pero es la única forma de venganza contra los católicos exhibicionistas que agreden mi sensibilidad que puedo permitirme.
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