QAWWALI EN DELHI
Una de las cosas que me prometía mí mismo fue la de asistir una misa qawwali en el mausoleo del santo sufi Nizam-ud-din. Fuimos una mañana para ver el mausoleo de día para regresar esa misma tarde/noche que es cuando los músicos cantan frente a la entrada principal. Por la mañana nos encontramos con la sinrazón de un tipo que nos impidió hacer fotos porque declinamos sus servicios de guía en el santuario. Hay varios de esos pululando por allí. Se trata de una especie de estudiantes de teología (kurta blanca, barba islamista y boinilla de punto en la cabeza) que se arrogan el derecho a acompañarte a cambio de una siempre problemática cantidad de rupias. Podría haber cedido, pero mi anticlericalismo no conoce fronteras ni credos. Para los curas, sean de la marca que sean, lo menos posible.
Nizzam-ud-din es un lugar fascinante. Y muy desconocido por el turismo de masas. De hecho nosotros, en las dos visitas no encontramos a ningún turista aparte de nosotros. Sólo la estrecha e intrincada calle que lleva al santuario ya es un derroche de fantasía, con sus cientos de tiendas de bagatelas coránicas absolutamente delirantes y sus montones de pétalos de rosas para las ofrendas. Un patio cuadrado acoge un templete central donde se encuentra la tumba. Sólo los hombres pueden entrar en el interior y con la cabeza cubierta. Por una vez no me solidaricé con C. frente a las gilipolleces discriminatorias supersticiosas y entré yo solo en el abarrotado pasillo que rodea al túmulo cubierto de una paño verde y de miles de pétalos de rosas. Los fieles tratan de alcanzar desesperadamente con la punta de los dedos el filo del paño para tocarse seguidamente la frente con ellos.
Encuentro casualmente en Flickr una colección de fotos del mausoleo entre las que se encuentra alguna del túmulo. A mí no me dejaron ni sacar la cámara. El autor debió de pagar religiosamente el impuesto revolucionario. Por la noche, en cambio, hice todas las fotos que quise sin problemas.
El exterior del templete está construido en un voluptuoso estilo mogol con los techos y los arcos pintados con motivos floreados de vivos colores y los paneles interiores recamados de vibrantes dorados. La gente se sienta en el suelo de mármol del patio y charla o dormita. Los niños corretean y en un rincón los ulemas, todos portadores de enorme callo en la frente producto de los infinitos cabezazos al suelo con que se han castigado en los rezos, cuentan circunspectamente el dinero de las ofrendas de los fieles. Un suave olor pútrido, el característico de toda la India, se mezcla aquí con el aroma dulzón de los pétalos de rosas.
Por la noche los músicos se sientan frente a la entrada principal del mausoleo y cantan salmodias qawwalis acompañados del armonium. Los fieles se van calentando con el hipnótico son de las salmodias en honor de Allah, Muhammed, Ali y Hussein y van depositando a sus pies billetes de rupia. Un loco armado con un enorme banderón abanica a los presentes. El qawwali que puede escucharse aquí no es demasiado bueno, pero es auténtico, y sobre todo es un privilegio poder hacerlo en el marco incomparable de su entorno natural.
Unos días más tarde leímos en un folleto que se desarrollaba un festival en Delhi, en el Purana Qila. Unos días antes había actuado N. Rajam, una violinista de clásica hindustani de la que acababa de hacer acopio de CDs en una tienda de Rajpath. Cada vez que vengo a India procuro buscar algo nuevo de ella. Así que la decepción por no haberla podido escuchar en directo fue colosal. Pero como para compensarme leímos que esa misma noche actuaba Abyda Parveen, una cantante punjabí de la que conservaba una cinta de cassette que compré hace años por recomendación de un vendedor entendido en Trivandrum, la capital de Kerala. A pesar de la mala calidad de la audición, me subyugó la fuerza y el ritmo de los temas que incluía. No hacía mucho que había conseguido bajar con el emule algunos temas en mejor estado. Se trata de canciones punjabíes de raíz islámica, unas populares y otras místicas sufis, del mismo estilo que las popularizadas en occidente por Nusrat Fatih Ali Khan. Una música especialmente diseñada para entrar en trance y que comparten paquistaníes e indios musulmanes.
Así que nos dirigimos en un rickshaw a través de un enormísimo atasco que nos hizo llegar tarde al Viejo Fuerte Mogol donde se celebraba el festival. Conseguimos entrar sin problemas por la puerta del monumento, pero al llegar al lugar donde se encontraba el recinto acotado al aire libre, al que conducía una larguísima alfombra roja fuimos detenidos por una azafata de sari. Mientras nos pedía las invitaciones observamos horrorizados que la gente que entraba o que aguardaba iban de rigurosa etiqueta y que se trataba de la verdadera clase alta de la ciudad, saris carísimos y trajes masculino de corte impecable. Nosotros íbamos, evidentemente, de guiris de andar por casa, de trapillo total. La amable azafata frunció el ceño bajo el punto de la frente y nos comunicó que sin invitación no podíamos pasar. Intentamos protestar, pero antes de que nos diera tiempo una señora muy señoreada se acercó, preguntó a la azafata por el asunto y una vez informada de que éramos unos aspirantes a polizones nos invitó a pasar con una amplia sonrisa y un ¡enjoy! que nos supo a gloria.
Quedaban poquísimos asientos y aún no había empezado. Efectivamente allí se encontraba sin duda la crème de la crème de Delhi. Contra los arcos de una antigua portada interior del fuerte se había colocado el escenario, a cuyos lados dos grandes pantallas retransmitirían primeros planos del evento para las últimas filas, en las cuales, lógicamente, no encontrábamos.
Tras una interminable serie de discursillos de señoras y señores, entrega de ramos de flores y reverencias a manos juntas salieron los músicos (armonio, tabla y dholak) y la cantante. Sentados en el suelo actuaron por espacio de una hora inolvidables. La acústica era excelente y la Parveen sólo hizo una concesión a los gustos del gran público interpretando como broche esa especie de himno hiperconocido que es Must Must Qalandar que fue coreado y palmeado por los asistentes. El resto consistió en una serie de cantos devocionales absolutamente arrebatadores. Su voz doliente, pero recia, consiguió, rasgando el aire de la noche, tocar nuestras fibras más sensibles y hacernos disfrutar al límite de ese arte sublime que trasciende del fenómeno religioso del que surge. Como Pergolesi o Bach.
Cuelgo su tema más conocido, Mahi Yaar De Gharoli, que también interpretó aquella noche.
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