Atletas amordazados
No es que hiciera falta. Nunca oí hablar de ningún deportista español que se implicara lo más mínimo en tema alguno de derechos humanos o de justicia social. Todo lo más en alguna campaña repugnantemente caritativa de las marcas comerciales que les subvencionan sus ferraris. Lo suyo es lo propio del brutalismo de todos los tiempos. Intentar por todos los medios ser el más bruto del pueblo: el que da los saltos más altos, el que corre más rápido, el que mea más largo, para conseguir el embriagador elogio envidioso de los demás y recientemente mucha pasta. Lo de pensar en cualquier cosa que no sea eso puede afectar negativamente a sus carreras de modernos fenómenos de feria. Bueno, lo de pensar en general. Porque el pensar duele más que castigar el mero músculo y sobre todo puede llevar a la clarividencia. No, no creo que fuera necesario que el Comité Olímpico Español prohibiera a los atletas españoles hacer declaraciones sobre la situación de los derechos humanos en China o en cualquier otra parte. No creo los atletas españoles hubieran pensado nunca en eso. Y para hablar de una cosa hay primero que pensarla. Pero por si acaso les han colocado oficial y amenazantemente una mordaza, por si alguno rompe la norma, se le cruzan algunas neuronas y en lugar de pensar sólo en la gloria brutalista del rugido de la masa en las gradas o en los contratos millonarios que les proporcionarán las empresas publicitarias si consiguen alguna medallita, le diera por pensar qué clase de marionetas son y de qué tipo de teatrillo macabro forman parte. Por ejemplo en la macabrada que supone el que los dirigentes de algunos estados que mantienen guerras en este mismo momento en las que mueren miles de civiles se encontraran aplaudiéndoles entusiásticamente en las gradas. O le diera por pensar en la enorme farsa que suponen unos juegos en los que compiten en igualdad de condiciones los países ricos que pueden permitirse el mantenimiento de una industria de cría de ejemplares de atleta de primera en granjas deportivas de lujo invirtiendo en ellos verdaderas millonadas y los países pobres que ni siquiera pueden alimentarlos. Es como si un señorito de cortijo se sintiera magnánimo retando en un hipódromo al piconero del pueblo. Él llevaría su alazán con pedigrí y el piconero su jamelgo comido de pupas. E invitase a los jornaleros a los que explota sólo por unas horas a verlo desde las gradas. Pues a eso exactamente es a lo que se juega en esa enorme olímpica hipocresía de los cinco aritos.
El deporte institucionalizado y profesionalizado, la consideración de hazaña nacional la victoria de un pijo con felpa golpeando una pelotita con una raqueta, es una monumental estupidez que afecta a todos los países, a todas las sociedades y que contribuye poderosamente a proporcionar una pátina de normalidad a las profundas injusticias que aquejan al mundo de los humanos. Jodiendo de paso al natural.
4 comentarios:
mira por dnd Harazem, q esto q me concretas tan bien en este artículo me supuso un berrinche q me tiene de mala ostia dsd el inicio del evento, cuando nuestr@s atletas hicieron las primeras declaraciones na más llegar a Pekin. No daba crédito a lo q oía, pensé por un momento q eran macabros muñecos de guiñol y sigo pensándolo. Son un fraude como personas, un@s mercenari@s, un@s vendí@s. Asíq las medallas en sus logros no son válidas, porq están contaminados del peor dopaje: el sometimiento de forma consciente (porque algunos estudios tendrán) a los relumbrones del dinero q nacen de la miseria y el sufrimiento y q los artífices que provocan esta brutalidad le ofrecen. CANALLAS
La verdad yo tampoco creo que hubiera hecho falta lo de la mordaza institucional y, al imponerla, el COE no ha hecho sino quedar en evidencia. Por otra parte, muy certera tu imagen de las competiciones olímpicas como el divertimento del señorito de cortijo con su piconero, así como no deja de ser verdad que las victorias deportivas son tamañas estupideces (y mucho más enorgullecernos de ellas en base a la nacionalidad compartida). Pero, qué quieres, no seas tan drásticamente duro, que me gusta idiotizarme un rato viendo el baloncesto.
Evidentemente las competiciones olímpicas están relacionadísimas con el cortijo, siempre que borremos de la faz de la historia a unos griegos que entre petada y petada de cacas reflexionaban sobre el asunto. Y evidentemente también es absurdo alegrarse de la victoria de un compatriota, cuando lo normal es identificarse plenamente vía empatía universal con todos los habitantes del mundo, sobre todo los que pasan penurias, ya que ¿somos o no somos ciudadanos del mundo?
Y ahora hablando en serio, aunque es difícil después de leer según qué cosas, en los Juegos Olímpicos actuales hay de todo, desde épica a tiburones de Nike, desde superación humana hasta drogas que inflan músculos, directivos en busca de la riqueza y familiares haciendo pucheros gracias a que su primo hermano ha conseguido un diploma. Son uno de los mayores espectáculos globales. Y algo así, por el amor de Odín padre, no se puede despachar de forma tan simplona.
En ese espectáculo global, gigantesco, que implica tantos intereses y de tan diverso tipo, desde los deportivos hasta los económicos y políticos, no se pueden aplicar los mismos criterios que se aplican para enemistarse con la cuñada, que la muy perra se acostó con mi marío. Decir quiénes son los buenos y quiénes los malos por criterios verificables al primer golpe de vista hace un flaco favor a los habitantes de esas naciones y además en muchos casos suaviza la necesaria autocrítica.
O sea, que no se puede establecer en las relaciones internacionales divisiones entre buenos y malos (o entre ejes del bien y del mal), algo en lo que caen desde los mal llamados liberales (con el eje), hasta los progres de salón (con la petición de que nada se dé a determinados países sin tener en cuenta el tipo de relaciones que han de darse entre los países).
Lo que requiere de diplomacia a altos niveles con complejas relaciones comerciales y estratégicas debe de contener otro desarrollo al de una comunidad de vecinos.
En este caso nos encontramos con una dictadura. Todo el mundo lo sabía desde que hace chorrocientos años le dieron los juegos. La denuncia es necesaria, pero nada más tonto que pedir, por ejemplo, un boicot cuando precisamente un espectáculo global como el olímpico ha ejercido y está ejerciendo de altavoz de esas denuncias como jamás se había visto.
Y ahora voy a ver la gimnasia, que es la única manera que tengo de ver a lolitas con mallas ajustadas haciendo contorsiones sin que me llamen pervertido.
Quien más y mejor puede ilustrar estos años de preparativos para culminar esta farsa, posiblemente, sean los miles de personas expulsadas de sus casas -expropiación le llaman- extorsionadas y amedrentadas para que guarden silencio. Sobre los vestigios de sus vidas saltan, nadan, juegan, comen suculencias (¿?), duermen plácidamente y se divierten unos cientos de elegidos, unos por la evidencia y otros por la providencia.
Cuando acabe el circo, marcharán para siempre y las putas volverán a los burdeles, los vendedores ambulantes a las calles y los miles de desahuciados por las olimpiadas maldecirán al resto del mundo durante generaciones. Mientras, los corresponsales vociferan pidiendo internet para, al final, no decir nada.
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