(del laberinto al treinta)


domingo, 7 de septiembre de 2008

Memoria histórica y miseria moral (II)


Pero la ceremonia de la confusión en que se vienen empleando últimamente tantas fuentes que hasta ahora estaban calladitas no se debe a totalmente a que se sientan amenazadas por investigaciones, descubrimientos de fosas o desenmascaramientos, sino a que se sienten realmente con derecho a seguir alzando chulescamente la cabeza retando a cualquiera que pretenda hurgar en la memoria de un tiempo ominoso que llenó de dolor y miedo a varias generaciones de este país. Y lo peor es que mucha gente discreta y sin demasiado que ver con los hechos o con el espíritu de los herederos morales de los criminales acaban dando pábulo a las mixtificaciones que con las que aquellas intoxican el panorama historiográfico español para acabar pidiendo olvido por una supuesta culpa compartida.

Dos corrientes paralelas, aunque no contrarias tratan de interpretar el golpe fallido del 18 de julio (además de asesinos eran unos mantas) desde un punto de vista justificatorio de las razones del mismo y de la masacre subsiguiente.

La primera habla de una especie de pecado original español, el cainismo, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y que conformó un país dividido en dos bandos irreductibles. Su tesis principal es que realmente en los años treinta del siglo XX esos dos bandos tradicionalmente enfrentados, no pudiendo soportar más el odio que envenenaba sus entrañas, convocaron a los militares para que les organizara una guerra en condiciones donde poder despacharse a gusto matándose a placer unos a otros y se dedicaron a ello con paciencia y con tesón a partes iguales. Ganaron unos, los más fuertes, y ya está. Menear esa mierda con el palo de la historia 70 años después es un ejercicio estéril y peligroso.

La otra tesis tiene varias cabezas, como la malvada hidra de la mitología: una se basa en la consideración del gobierno surgido de las elecciones de febrero del 36 como ilegítimo por haberlas ganado mediante pucherazo. Otra afirma que la guerra realmente comenzó con la revuelta (revolución bolchevique según ellos) del 34 en que se dieron los primeros pasos para convertir a la católica España en una dictadura del proletariado. Una tercera es a la propia República a la que tacha de régimen tiránico y caótico, cuyos políticos azuzaban a las masas para que quemaran iglesias y violaran monjitas, lo que llegó a un punto insostenible en los meses previos a la guerra. La única gente decente que quedaba con poder en España decidió entonces sublevarse y dar un golpe de estado. Como realmente no eran demasiados (o eran unos chapuzas, característica esencial del ejército franquista a lo largo de toda su historia) la cosa se les fue de las manos y entonces tuvieron, con la inestimable ayuda de Dios y por pura defensa propia, que emplearse en reprimir como pudieron a todos aquellos que se resistieron al nuevo orden en las zonas conquistadas, lo que llevó a algunos excesos. Excesos que desde luego fueron muchísimo más sangrientos y feroces en el otro bando, en la zona no conquistada desde primera hora.

Estas dos tesis, fundamentalmente la segunda, heredera de la debida al historiador oficial del régimen franquista Ricardo de la Cierva, a pesar de su actual escasa relevancia en el mundo académico, han tenido la suerte de contar con un lanzamiento mediático espectacular, habiéndose convertido, por obra y gracia de los medios de la derecha (COPE Y EL MUNDO), en una de las corrientes de divulgación historiográfica más escaparateadas en las librerías de todo el país. Las opiniones basadas en los presupuestos han invadido los foros de internet y las cartas al director de los diarios. Hay que tener en cuenta que las tesis de Ricardo de la Cierva y los demás turiferarios mantenidos por la dictadura fueron las únicas posibles dentro de nuestras fronteras durante 40 años, dado que el de los historiadores que vivieron la república fue un gremio también prácticamente exterminado por los salvadores de la patria y que sus versiones tuvieron el monopolio académico en escuelas y universidades. Como afirmé recientemente en uno de esos foros, si en mis ya lejanos años de estudiante de Historia me adelantan que Ricardo de la Cierva no era realmente un fósil al que sólo leían vejestorios de bigotillo alfonsino, sino un gen replicante perfectamente vivo y listo para alumbrar una corriente de interpretación histórica que llenaría en el siglo XXI los escaparates de las librerías y los comentarios de los foros de internet, igual hubiera abandonado este mundo cruel y retirado a un monasterio budista a buscar el nirvana cantando mantras.

Mientras, a las tesis académicas de los historiadores serios que tratan de beber en las fuentes más acreditadas, buscando una deseable, aunque difícil, objetividad, se las encuentran solamente asomando el lomo en las estanterías especializadas. Para el caso de Córdoba tenemos la enorme suerte de contar con la obra de Francisco Moreno que abarca la capital y la provincia y que mencioné en el post anterior: La Guerra Civil Española (1936-1939). Completada posteriormente (1987) con Córdoba en la posguerra: (la represión y la guerrilla, 1939-1950), prologado por Paul Preston acaba de anunciar la próxima publicación de un exaustivo estudio sobre las víctimas bajo el título de El genocidio franquista en Córdoba en el que presumiblemente añadirá el resultado de sus últimos estudios.

En sus trabajos Moreno ha puesto de manifiesto claramente que la república no soportaba tras los meses previos a la victoria del Frente Popular una situación más caótica que otros periodos anteriores que se solventaron pacíficamente, al menos por parte de los obreros y los partidos de izquierda. En cambio la actividad provocadora de Falange se hizo francamente insoportable a lo largo del mismo periodo, comenzando a conspirar con los militares retirados víctimas de la ley de Azaña y con la burguesía, en el caso de Córdoba, la cortijera, que temía las probables reformas sociales que se avecinaban. La Iglesia en muchas ciudades y pueblos también colaboró fehacientemente en la conspiración. Es notoria por ejemplo la participación de un obispo que luego acabaría en Córdoba, Fray Albino, en los preparativos del golpe en Tenerife.

Así pues se trató de un golpe de estado de corte fascista para imponer un régimen totalitario a imagen y semejanza de los ya instalados en Italia y Alemania fruto de la alianza de las clases privilegiadas con el ejército y con la Iglesia. Nada más. Las instituciones democráticas republicanas por su parte funcionaban con normalidad por muchos problemas que aireen los historiadores revisionistas, como la famosa carta de Azaña en la que mostraba su preocupación por los desmanes de algunos izquierdistas y que el más dislocado de todos ellos, Pío Moa, se ha tatuado en su pesho de valiente y leal lejonario.

Y como decía en el anterior post, en el caso de Córdoba, la toma inmediata de la ciudad por las fuerzas militares de la guarnición local ayudada por una cohorte de falangistas y ultraderechistas y por miembros de las clases altas incluidos títulos nobiliarios, todos ellos perfectamente armados, convirtió la ciudad en una ratonera en la que la banda armada cerró los accesos y se dedicó durante varios meses a planificar y ejecutar un genocidio de proporciones aproximadamente conocidas. El profesor Moreno afirma haber recibido la información de Rafael Castejón y Martínez de Arizala, personaje de veleidades autonomistas pero nada desafecto al régimen de Franco, de haber tenido acceso a un documento de la Cruz Roja donde constaba la cifra de más de 7.000 fusilados en la ciudad hasta las navidades del 36, todos ellos ordenados por el coronel Cascajo y los mandos de la Guardia Civil de terrible memoria comandante Zurdo y el teniente coronel Don Bruno que convirtieron la ciudad en un ensayo de Auschwitz, en un campo de exterminio.


Evidentemente la principal beneficiara de la matanza fue la burguesía cortijera que se libró de un plumazo de sus oponentes políticos y sindicales. Entre ellos destacaron los miembros de una familia de caciques de larga raigambre hereditaria en la política local y que a pesar de su innegable responsabilidad en el genocidio aún sigue gozando de una inexplicable consideración por todas las fuerzas vivas de esta ciudad: los Cruz Conde. José Cruz Conde fue el coordinador del golpe de estado en la ciudad, enlace entre las fuerzas paramilitares (falangistas), los militares de la guarnición y los militares sublevados en África. La calle principal de esta ciudad conserva su aún su nombre. Con dos cojones. El equivalente sería que la calle principal de cualquier ciudad alemana llevara aún el nombre de Goering o Goebels. Así de sencillo. Sus sobrinos Alfonso y Antonio Cruz Conde (que da nombre a todo un barrio) fueron los fundadores de la Falange en la ciudad en 1933 y su responsabilidad en el golpe y toma de la ciudad innegables. Ambos fueron alcaldes tras la masacre. Por elección hereditaria.

Si España hubiera corrido la misma suerte que sus hermanas de ignominia Italia y Alemania todos ellos habrían sido juzgados por crímenes de guerra, genocidio y rebelión, probablemente condenados a cadena perpetua y sus memorias habrían quedado manchadas por el crimen para los restos. Pero como los equilibrios geoestratégicos de las potencias occidentales pasaban por el mantenimiento de un régimen ferozmente anticomunista en el sur de Europa, sus fechorías quedaron impunes. Luego se completó la felonía en la Transacción, cuando a cambio de olvido y ceguera las fuerzas ascendentes (aunque supuestamente descendientes de los masacrados, pero en realidad surgidas de la disidencia franquista, PSOE incluido) consiguieron poder, que no el poder, el real, que siguió siempre en las mismas manos. Y hoy día, tiempos de más reveladora ceguera, asistimos a la solemne estupidez aliada con el oprobio de ver cómo sus nombre son mantenidos o recuperados para el panteón de glorias locales benefactoras de la ciudad.


Precisamente mientras redacto estas líneas descubro un artículo que publica hoy en El Día de Córdoba la escritora Matilde Cabello. A Matilde le recriminé agriamente hace tiempo una alabanza de José Cruz Conde en otro artículo suyo en el que cargaba sólo a su favor las obras públicas olvidando la contra de su participación en el genocidio franquista. También he leído hace unos días que prepara el texto de una obra de teatro sobre la guerra civil, un tema sobre el que lleva trabajando 20 años. Me alegra infinito que me de la oportunidad de rectificar.

En el artículo de hoy hace una semblanza del escultor montalbeño Enrique Moreno El Fenómeno y relata las circunstancias de su asesinato (el 9 de septiembre del 36) a manos de los que convirtieron esta ciudad en un campo de exterminio sin nada que envidiarle a los posteriores alemanes: en lugar de cámaras de gas, tapias. Más de 7.000 ejecuciones en 6 meses. En cómodas tandas.

El dato más interesante es el descubrimiento de que la persona que, como un Judas traidor de opereta, condujo a Enrique a la tapia, mediante un burdo engaño, fue un joven aspirante a pintor que probablemente envidiaba el éxito del polifacético y expansivo artista o lo odiaba por su acendrado democratismo. Un pintor que se convertiría en el principal cartelista de feria y semana santa de la ciudad, adorado por todos los capillitas y caspofrikis cordobeses, y que llegaría a ser comisario de policía, en pago a sus atroces lealtades: RICARDO ANAYA. Su nombre contamina la inocencia de una calle en El Higuerón. Oído cocina.


MEMORIA HISTÓRICA Y MISERIA MORAL (I)
MEMORIA HISTÓRICA Y MISERIA MORAL (III)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Manuel, muchísimas gracias por estas dos maravillosas y necesarias entregas de la cruel realidad de nuestro pasado. ¿Habrá tercera?

harazem dijo...

En ello ando, Miguel. Y después espero poder dedicarme de nuevo a la musiquilla.

Miroslav Panciutti dijo...

"Así pues se trató de un golpe de estado de corte fascista ... fruto de la alianza de las clases privilegiadas con el ejército y con la Iglesia. Nada más".

No estoy de acuerdo -obviamente- con las dos tesis tan difundidas en los últimos años por la historiografía revisionista y, en cambio, suscribo la verdad básica de la primera frase de las dos tuyas que cito. Ahora bien, me habrás de permitir que disienta de tu tajante "Nada más". Hubo mucho más, Manuel, y justamente por eso los Moa y demás herederos del señor de la Cierva pueden construir sus tesis mendaces. No creo que las descripciones buenistas de la República hagan tampoco demasiado bien. En todo caso, entiéndeme e presente comentario como una cuestión de matices. Con el post,estupendo, estoy en conjunto más que de acuerdo.

En todo caso, mis lecturas recientes me están llevando a periodos anteriores de nuestra historia y también a revueltas urbanas que acabaron en asesinatos con pretensiones genocidas de grupos de gentes muy concretas, que molestaban y eran odiadas por quienes se me antojan con actitudes chulescas muy similares a los señoritos cordobeses de quinientos años después. Me refiero al odio (y agresiones de todo tipo, incluyendo los asesinatos) de los cristianos viejos a los conversos del judaismo, que justificaría la implantación de la Inquisición. Tu ciudad ya tuvo un triste protagonismo en 1473. ¿Valdría ese como antecedente para apoyar la tesis cainitas? Es broma, un saludo.

harazem dijo...

Amigo MIROSLAV: desde el momento que hablas de no se puede dar una visión buenista de la republica estás haciendo una concesión. Es como si justificaras que un tío le pegara a su mujer porque no le gusta la comida que hace. Es que se lo merecía. O las cosas no son tan sencillas. El punto de inflexión en el tratamiento del tema es cuando pensamos que el tío es dueño o tiene poderes sobre la tía. La república era una democracia sumamente imperfecta ¿cuál no la es? Pero no se puede justificar jamás que el ejército, la burguesía y los curas se aliaran para destruirla porque no le gustaban las leyes que se sacaban adelante.. Por otra parte es incierto que hubiera degenerado hasta el punto de que se tratara de un estado caótico. La república tenía los problemas propios de una joven democracia nacida sobre un putrefacto estado semifeudal. Que en determinados sectores hubiera prisa por implantar las necesarias reformas no justifica que en otros se sintieran con derecho a cargársela. O mía o de nadie. Ese era el lema. Nada de buenismos ni malismos.

Duarte dijo...

"Un estudio cifra en 11.581 personas los desaparecidos en la guerra en Córdoba", en El Día de Córdoba, 03/09/2008

http://www.eldiadecordoba.es/article/cordoba/219253/cifran/personas/los/desaparecidos/la/guerra/cordoba.html