Puertas moriscas de Rabat-Salé
Final del 5º movimiento (quddam), sana'a 21-32 de la Nuba al-Maya. Orquesta del Conservatorio de Tetuán. M.L. Temsamani
Hace muchos, muchos años (corría el año del Señor de 1977) mi amigo y compañero de estudios P. y yo anduvimos hurgando en los archivos parroquiales de Santa Marina con el descabalado propósito de montar nosotros solos sin experiencia previa ni dirección profesoral la demografía de un barrio cordobés en el siglo XVII. Nuestro afán de independencia y nuestra desconfianza en los departamentos de la Facultad nos ocultaron el pequeño dato de que el estudio ya había sido confeccionado por un investigador profesional que con sólo unos muestreos había sacado las conclusiones y cifras que nosotros, meros aprendices, tratábamos de alcanzar con prolijos cuentos y recuentos. Pero, a pesar de la decepción, nadie podrá nunca robarnos el disfrute que alcanzamos durante varios meses con el contacto con aquellas venerables hojas amarillas de los libros parroquiales, con la fascinación por la minuciosa caligrafía rectoral y la textura de la tinta finamente moteada aún por el brillo del polvo secante sobre las leves marcas de la pluma de ave, las puntillosa y esclarecedora anotación de los oficios de los testigos de bodas y bautizos, las sugerencias que el cura daba sobre la posición social de los difuntos, la constatación de que el rápido remonte poblacional tras la peste del 49 se debió a las urgentes bodas que se celebraron entre emigrantes gallegos jóvenes con viudas cordobesas un poco mayores. Pero uno de los impactos más agudos que sufrimos fue el hallazgo de la anotación manuscrita del párroco de 1610 en un margen de uno de los libros no recuerdo si de matrimonios, bautizos o defunciones que menciona don Teodomiro en su Paseos por Córdoba:
Sábado seis días de Febrero de mil y seiscientos y diez años, reinando en todas las Españas la Católica Magestad del Rey Don Felipe 3°, teniendo la silla pontifical la Santidad del Papa Paulo V, siendo Obispo de Córdoba Don Diego de Mardones, fraile de la órden de Santo Domingo, Rector de esta iglesia de Santa Marina Tomás Fernández de Vargas y yo el Colector de ella, comenzaron á salir los moriscos de la dicha Ciudad, habiendo novecientos menos cuatro años que los árabes entraron en ella con Tarif Abensier su capitán, reinando en España D. Rodrigo último godo. Fernando Alonso Montemayor. Luis Juárez, beneficiado.
A pesar de la fría redacción administrativa, ese encuentro nos puso en un contacto más íntimo de golpe y porrazo con la realidad de la expulsión de los moriscos. Fue como si pudiéramos asistir a esa salida desde la torre de la iglesia e imaginar cómo los agrupaban en la plaza, hombres, mujeres y niños casi con lo puesto y los conducían los tercios llamados exprofeso para ello hacia la Puerta del Colodro camino de su incierto destino más allá del mar. Sabíamos que los moriscos obligados al exilio tras las revueltas de las Alpujarras, fueron ubicados en la calle que entonces aún se llamaba de Guadalupe y que luego adquiriría el de aquellos habitantes de paso: calle de los Moriscos. Los veíamos en los libros de registro cómo se casaban, bautizaban a sus hijos y se morían, pacíficamente. Y cómo llevaban nombres y apellidos también nuevos, idénticos a los de los otros españoles, pero a los que los párrocos adjuntaban la infamante aclaración de cristianos nuebos del reyno de Granada.
Aquellos moriscos, procedentes de valles aislados de las Alpujarras que se rebelaron ante el aumento de presión inquisitorial y económica de las autoridades granadinas, probablemente estaban menos catoliquizados y castellanizados que aquellos que llevaban un siglo integrados (desde el edicto de obligada conversión de Cisneros) obligatoriamente entre la población castellana. Probablemente la mayoría ya serían hasta cristianos convencidos y sería prácticamente imposible distinguirlos de los cristianos viejos, pues hasta olvidado tenían el dialecto árabe andalusí que hablaban sus antepasados. Ello explica la histeria colectiva que zamarreó a los castellanos (incluyo bajo esa denominación a los andaluces) con el tema de las pruebas de limpieza de sangre, la conversión de la cocina del cerdo en una cocina militante y la proliferación de las más extravagantes demostraciones externas de fe católica.
Es así que cuando pese a todo y por un ataque combinado de codicia, intolerancia y estupidez las autoridades deciden la expulsión a quienes expulsan son ya a amplias capas de población prácticamente integradas. Pruebas hay muchas, pero las principales son las noticias de la problemática que aquejó a los expulsados en las nuevas tierras africanas, donde se les miró desde un principio malamente precisamente por sus costumbres, su lengua y su vuelta al islam prácticamente desde la nada doctrinal. Aún hoy forman colectivos que, aunque perfectamente integrados, mantienen orgullosamente junto a las famosas llaves, una memoria de estirpe perfectamente clara y un orgullo no exento de racismo. Desde luego se ponen de los nervios si se les trata de asimilar a los bereberes por ejemplo, como demuestra el rebote que se pilló recientemente este bloguero morisco marroquí por un confuso reportaje de Al Djazeera sobre la expulsión.
Desde aquel día en aquella sacristía estoy vivamente interesado por aquella infeliz diáspora fruto de una intolerancia de raíz católica que aún aqueja y desde hace siglos al país donde he nacido y donde vivo y cuyas consecuencias, no suficientemente estudiadas aunque sí sospechadas, pasan por el monolitismo feroz y la santa intransigencia ejercida siempre por sangrientos métodos que parecen caracterizar la historia social y política de España.
Por eso algunas de las cosas que más me fascinan del mundo marroquí tienen que ver en gran medida con las huellas visibles actualmente. La música, las influencias artesanales, ciertas costumbres, algunas formas arquitectónicas... De estas últimas existen en Rabat y Salé unos ejemplares ciertamente curiosos, susceptibles de ser, además interpretados en clave sociológica: las portadas de las casas de los descendientes de los moriscos. Se trata de un tema en el que llevo investigando de una manera informal desde hace algún tiempo sin encontrar demasiados datos, aunque este año del IV Centenario se han publicado multitud de estudios que aún no he tenido posibilidad ni tiempo de leer. Y desde hace tiempo también me viene asaltando una sospecha, una intuición fundamentada en las propias formas arquitectónicas, pero también en el motivo por el que las adoptan.
A mí me parece muy claro, aunque no parece serlo para el resto de los que con intención estudiosa las observan, que esas portadas que adornan las entradas de las casas burguesas de las medinas de Rabat y Salé son de estilo plateresco, o al menos están emparentadas con él.
Esquema de puertas moriscas rabatíes. Del artículo del profesor Hafid Mokadem.
Las medinas de Rabat y Salé no son tan conocidas comprensiblemente por los turistas occidentales como las fascinantes de Fez o Marrakech. Ni sus medidas ni su interés global puede competir con las de las otras ciudades imperiales, pero desde luego encierran algunos pequeños tesoros y sobre todo, una tranquilidad que aquellas ya no pueden ofrecer. Pero para el buscador de restos moriscos son absolutamente fundamentales. Rabat no era ya a principios del XVII una ciudad, sino un proyecto ruinoso. Los almohades no consiguieron construir la gran capital que proyectaron y durante varios siglos las ruinas y las ciudadelas vacías, alrededor de la enorme mezquita con su minarete inacabado, no consiguieron formar una unidad urbana coherente. Fueron los moriscos procedentes del pueblo extremeño de Hornachos los que en 1610 llegaron a ella, llamada entonces Salé la Nueva, rebotados de Salé la Vieja, la actual Salé, una piadosa vieja urbe repoblada en oleadas sucesivas por distintas tribus bereberes, situada a la otra orilla del estuario del Bou Regreg donde sus habitantes les habían impedido la entrada, horrorizados por las costumbres, la lengua y la extraña religión de los recién llegados.
Enrocados en la antigua kasbah, llamada hoy de los Udayas, reconstruyeron su estilo de vida español, creando un pueblo que aún hoy se diferencia poco de cualquier serrano del sur de España. Las circunstancias por las cuales aquellos pacíficos campesinos se convirtieron en feroces piratas que asolaron el Mediterráneo y el Atlántico (llegaron a saquear Reykjavik) durante 150 años no son bien conocidas. Probablemente no tuvieron otra opción, faltos de tierra y sufriendo el acoso de sus vecinos. El caso es que pronto aliados con auténticos piratas renegados europeos o berberiscos levantinos consiguieron crear un impresionante emporio basado en el tráfico de mercancías y de esclavos fruto de la piratería organizada. La medina creció fuera de la kasbah hasta los límites actuales, cuyas murallas rojas que hoy aún subsisten construyeron y Salé la Vieja fue absorbida tras una pequeña guerra. La independencia del poder central marroquí se consumó mediante la proclamación de una república independiente, la República de Bou Regreg que funcionó durante casi medio siglo hasta que Muley Ismail, el sultán de Meknés la redujo en los años 60 del XVII, aunque continuaron con sus actividades, ya como corso semioficial alaouita durante 100 años más.
La inmensa mayoría de los rabatíes son descendientes de aquellos andaluces y aunque ya queda muy poco de ellos en la medina, salvo los apellidos (Vargas, Moreno, Piro, etc.) en las puertas de sus casas mantienen fosilizado el recuerdo de aquel crimen de estado. Sólo he encontrado un estudio específico sobre ellas en el capítulo titulado La porte d’entrée de maison maroco-andalouse de Rabat-Salé firmado por Hafid Mokadem del libro colectivo Patrimoine Culturel Marrocaine (Maisonneuve & Larose, 2003) dirigido por Caroline Gaultier-Kurhan. El autor habla de ciertas influencias renacentistas llevadas por los moriscos en las formas básicas y la de los meriníes en los capiteles de las columnillas, pero a mí esos pináculos, la luz del arco, el alfiz partido, me recuerdan poderosamente al plateresco, el miedoso Renacimiento español que, al contrario del italiano, no acababa de desembarazarse definitivamente del abrazo matricial del gótico. De todas formas las formas hablan por sí mismas. Os invito a comprobarlo mirándolas y comparándolas con las portadas españolas más o menos nobiliarias del siglo XVI.
Los moriscos obligados a convertirse al catolicismo desde el edicto de 1502 y hasta 1609 se vieron obligados también consecuentemente a extremar su celo religioso cristiano y su afición militante a la cocina del cerdo. Las sospechas de criptoislamismo se condenaban con ardientes penas de hoguera previas infinitas sesiones de potro. Así probablemente se tragarían más misas y construirían las puertas más cristianas que nadie. Existen fundadas sospechas de que la mayoría de las cofradías de Semana Santa nacidas durante el punto álgido de la Contrarreforma lo fueron por moriscos conversos que con ello mostraban un ardor católico exacerbado mediante las penitencias. Y en su estética dejaron su huella: si a algo recuerdan las dolorosas andaluzas que procesionan es a las novias bereberes.
En un momento en que el plateresco era la forma aristocrática y eclesiástica por antonomasia no es raro que los moriscos la adoptaran como propia y por supuesto la llevaran en su largo exilio estilizándola y forzando su decoración con las formas del nuevo mundo, las influencias del estilo dominante marroquí. Y por supuesto la riqueza generada por los negocios derivados de la piratería crearon una poderosa burguesía morisca que hacía ostentación de su poder con las mismas formas con que la hacía la aristocracia española que ellos habían conocido.
Palacio de Torrente (Úbeda) y Ayuntamiento de Sevilla.
2 comentarios:
Si le pones una musica de esas q tienes tan chulas, me lo leo de nuevo, si cabe con más placer.
No ha estado mal! >;o]
Lo he intentado, Lisis, pero ninguno de las páginas que procuran ese servicio funciona. Seguiré en ello, mientras, te ahorras la relectura.
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