Las marcas de cantero de la Mezquita de Córdoba
Mi fascinación por la Mezquita de Córdoba se remonta a la lejana fecha en que, contando cuatro o cinco años, me introdujeron por primera vez en su interior. Desde entonces y sobre todo a partir de que gocé de autonomía la visité en numerosas ocasiones a pesar de lo alejado de mi domicilio. Varios fueron mis lugares favoritos del monumento, en los que mi imaginación volaba a tiempos pretéritos cuando esta ciudad fue capital de un imperio y aquel lugar su corazón. Pero ninguno como el rincón del cautivo. En cada visita y en mi caso fueron muchas, una fuerza secreta e irresistible me impelía cada vez a visitar aquel oscuro rincón. Allí, embelesado, miraba fijamente a través de la carcelilla que los guardaban los profundos arañazos marcados en el mármol negro de la columna y que formaban aproximadamente un crucifijo y acababa por ver realmente al prisionero que los malvados moros mantuvieron encadenado a aquella columna el tiempo suficiente, y debió de ser mucho, como para que pudiera grabarlo con sus uñas. Me lo imaginaba harapiento y greñudo, curiosamente parecido al Ben Gun de la Isla del Tesoro, otra de mis fascinaciones infantiles, con los brazos permanentemente abrazados a la columna, la cara apoyada en el mármol frío y las manos en el lado opuesto empleadas día y noche y a ciegas en su labor erosiva, en secreto desafío a los desprecios de los fieles musulmanes que pasaran por su lado.
Hasta muchos años después, cuando mi mera fascinación por los árabes andalusíes dio paso a un más o menos serio afán de estudio, no comprendí que aquella historia no podía ser otra cosa que una leyenda y el crucifijo grabado una de las muchas mistificaciones católicas para extender la superstición. En contra de una opinión ampliamente extendida salvo algunas excepciones las mezquitas de todo el mundo islámico están abiertas a la visita de los no creyentes, como corresponde a su afán (yihad) proselitista. Las excepciones, aparte de las de la órbita del rigorismo wahabita, se centran en las grandes ciudades de los países del Maghreb, y son fruto más de una necesidad histórica de defensa de los abusos de los colonos y tropas de ocupación en la época colonial, que obligaron a una prohibición, mantenida posteriormente tras la independencia, que de prescripción canónica alguna. Pero la posibilidad de que alguna de ellas hubiera hecho las funciones de presidio o lugar de tortura estando en activo en algún momento de la Historia son prácticamente nulas (1).
Esa misma duda me asaltó cuando en los años 90 el cabildo instaló, con evidentes intenciones de reivindicación de los orígenes cristianos del oratorio, el pequeño museo de la basílica de San Vicente dentro de la Mezquita y expusieron la colección de marcas, nombres principalmente, vaciados en arcilla, hallados grabados en los fustes de las columnas y en los cimacios del oratorio. La leyenda que los explica al borde inferior de la vitrina dice textualmente:
MARCAS DE CANTEROS MUSULMANES Y CRISTIANOS EN COLUMNAS, CAPITELES Y CIMACIOS DE LAS AMPLIACIONES DE AL-HAKAM II Y ALMANZOR, VACIADAS POR F. HERNÁNDEZ JIMÉNEZ Y MANUEL OCAÑA JIMÉNEZ. 1932.
Mi acusada, casi paranoica por fundamentada, sensibilidad reactiva a las interesadas falacias en que está empleada la Iglesia católica desde hace años en su afán de desislamizar lo más posible el monumento, me hacen ponerme en guardia sistemáticamente ante toda información interpretativa que provenga del Cabildo. Pero aunque en principio nunca tuve inconveniente en admitir que pudieran haber trabajado operarios cristianos en la construcción de ciertas de partes de la Mezquita, aún no consagradas, dado el más que aceptable nivel de integración que los cristianos –y judíos- parece ser que alcanzaron en el apogeo del califato andalusí, no fui nunca capaz de dilucidar cuál de esos nombres de canteros que podía leer en las tablillas de arcilla eran esos cristianos a los que aludía el texto explicativo.. La mayoría no admitían duda: mis nociones de árabe eran lo suficientemente completas como para permitirme saber que eran nombre musulmanes, pero muchos otros no era capaz de localizarlos en la onomástica que yo conozco. Tampoco me preocupé de comprobarlos en diccionarios o preguntando directamente a amigos arabistas o árabes. Así que la duda, aunque razonable, quedó siempre empañada por mi limitación investigadora.
Por eso he recibido con extraordinaria alegría un artículo que el profesor Juan Antonio Souto acaba de publicar en la revista Al-Qantara (AL-QANTARA XXXI 1, enero-junio 2010 pp. 31-75 ISSN 0211-3589) en la que plantea con profundidad investigadora el mismo tema.
Juan A. Souto es profesor de la Complutense de Madrid y especialista en Historia del Islam. Por lo que tengo entendido es un reputado epigrafista arábigo que ha venido desarrollando en los últimos años un profundo estudio de la Mezquita de Córdoba . Así recientemente nos ha sorprendido con un pequeño trabajo sobre la misma (La Mezquita aljama de Córdoba editada por el Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo) en el que a pesar de sus fines claramente divulgativos y su extrema concisión apunta cuestiones realmente interesantes sobre la esencia y la historia del monumento. La originalidad de Souto radica en que, contra la mayoría la literatura que se publica especialmente en la ciudad, defiende la familiaridad del oratorio cordobés con la tradición a la que realmente pertenece: la arquitectura islámica, poniéndola en relación con la de la dinastía a la que pertenecieron sus constructores: la omeya e incidiendo en la dependencia simbólica de la Mezquita respecto del estado andalusí del que fue emblema y alma.
En el trabajo publicado en Al-Qantara y titulado ¿Documentos de trabajadores cristianos en la Mezquita Aljama de Córdoba?, el profesor Souto desmonta cuidadosamente los apoyos argumentales en los que el arabista y arqueólogo Manuel Ocaña, basándose en una inspiración de George Colin, sustentó su teoría de que algunos de los nombres de canteros recogidos por él mismo en los años 30 pertenecían a transcripciones al árabe de nombres cristianos. En concreto Mubarak, Mas’ud y Nasr, toda vez que se trata de correspondientes semánticos de Benedicto, Félix y Víctor . A ello sumó el hecho de que algunos de ellos aparecieran acompañados en ocasiones por determinados símbolos que hacía descansar en la tradición semiótica cristiana: el ancla, la T (cruz primitiva), la barca, el grano de mostaza y otros. Con ello pretendía indicar que se trataban de mensajes herméticos que aludían secretamente a la condición de creyentes cristianos de los operarios.
El profesor Souto comienza explicando que las últimas tendencias de la gliptografía moderna tienden a considerar que las marcas de cantero que se encuentran en multitud de monumentos antiguos (2) tienen un sentido meramente utilitario alejado de cualquier posible interpretación esotérica. Se trataría sólo de firmas cuyo grabado en piezas trabajadas respondería a la necesidad de marcaje individual o colectivo (taller, familia, etc.) para su cobro o como imposición de asunción de responsabilidad.
Según Souto los signos (más de 700) encontrados en las piedras de la Mezquita responden a esa misma causalidad y la posibilidad de que respondan a, o deba añadírseles, cualquier otra debe ser claramente demostrado, cosa que Ocaña dista mucho de hacer.
Tres son las pruebas de la infundabilidad de la atribución de sentido cristiano a algunos de los nombres y signos que Ocaña despliega.
La primera la profunda incoherencia de que pudieran escapársele, por muy crípticamente que hubieran sido confeccionados, símbolos de la fe enemiga a los constructores de un edificio que respondía precisamente y sobre todo en el caso de Almanzor, a un espíritu de yihad contra esa misma fe.
La segunda el hecho de que si bien los tres nombres que indica (Mubarak, Mas’ud y Nasr) son correspondientes sinónimos de otros tantos cristianos (Benedicto, Félix y Víctor), lo son así mismo onomásticos. Es decir que tanto en una fe como en otra existen corrientemente esos mismos nombres.
La tercera la incomprensible arbitrariedad con que Ocaña, un muy riguroso investigador por lo demás, atribuye simbolismo cristiano a signos de muy dudosa asignación semiótica (3). La supuesta TAU, frecuentemente tumbada, el ancla, la supuesta barca que más parece un arco tensado con una flecha, las diferentes estrellas o los fitomorfos son signos a los que difícilmente se les puede asignar una unívoca significación, como el profesor Souto pone de manifiesto en un admirable despliegue de erudición simbólica. Por ello como lo que yo modestamente he tratado de hacer es un condensadísimo resumen del artículo recomiendo vivamente su lectura completa tanto por la cantidad de datos que aporta como por el disfrute del método investigador que proporciona.
Considero pues, como ha puesto de manifiesto el profesor Souto, una temeridad informativa, cuando no un atrevimiento interesado, el que se den por seguras determinadas teorías sin la más mínima base científica en explicaciones divulgativas de piezas museizadas y que parecen apuntar a esa constante tendencia de la historiografía ejercitada por empleados del Cabildo de arrimar el ascua siempre a la sardina católica en detrimento de la islámica.
(1) Un amigo experto islamólogo me ha hecho rehacer totalmente este párrafo y cambiar su sentido. Le agradezco haberme proporcionado una información de primera sobre el sentido de las mezquitas y el haberme obligado a cambiar la perspectiva.
(2) Recientemente mi amigo Paco Muñoz recogía muestras gráficas de las marcas de cantero medievales grabadas en los sillares del puente medieval llamado de Los Piconeros situado en las afueras de Córdoba y los colgaba en su magnífica página: NOTAS CORDOBESAS.
(3) La misma persona que me ha asesorado en el significado de las mezquitas me ha apuntado la posibilidad de que todo este tema hubiera sido fruto del sentido del humor de don Manuel Ocaña, una broma que acabó convirtiéndose en materia académica.
6 comentarios:
Don Juan Souto es un fiera en los conocimientos sobre historia medieval, sabe una jartá y lo que dice es muy sabio. Ea.
Cuando yo digo que algunos podrían subir las escaleras literarias sin problema es porque es verdad. No me dejo llevar por el afecto porque no sólo lo digo yo sino es mucha la gente que piensa igual, luego no es una exageración mía.
Ya quisiéramos muchos dominar el lenguaje como tu, y tener los recursos que tienes.
Manuel un fuerte abrazo y enhorabuena.
PD: Eliminé el anterior comentario por equivocarme y poner "efecto" en lugar de "afecto".
No desageres, Paco, que el mérito es todo del profesor Souto. Yo aliño no más. De todas formas sabes que prefiero ser un talento desaprovechado que otro demasiado aprovechado.
Muy buen artículo Manuel... a pesar de que la "idea" científica es del prof. Souto, tu aportación y conclusiones son muy acertadas. Ya sabes, hay que ir contrarrestando, como se pueda, las teorías integristas de una y otra trinchera.
Jerónimo.
Aplaudo... Manué, ya sabes que soy uno de entre tus admiradores de esas tantas aportaciones altruistas tuyas...
No conozco ninguna fábrica de mentiras que llegue a cotas tan altas de producción y de su mantenimiento, como llegan todas las puñeteras religiones integristas.
A nosotros nos tocó ésta, malditasea.
Salú...
Publicar un comentario