(del laberinto al treinta)


martes, 13 de septiembre de 2011

De museos y otras pamplinas

Como dejé escrito en mi ANTERIOR ENTRADA y con la celeridad del rayo en vista de la expect(ora)ción creada por mi mesiánica promesa os voy a proporcionar ya mi SOLUCIÓN pa tos los poblemas que esta siudá tiene con sus ventas de excelencia turística y las diferentes tecas (pinacotecas, escultorotecas, videocreacionestecas, etc) que necesita. Pero primero repasaré la SITUACIÓN actual de cotarro.

Como en la anterior entrada ya hablé del problema de algunos espacios, paso a otros. El nuevo Bellas Artes está prometido en el solar que hay tras la Calahorra, entre el colegio Rey Heredia (compartido con el Fray Abino) y el Hotel Hesperia. Se supone que una vez construido ese sería el lugar ideal para la colección Citoler en un espacio propio adjunto a las colecciones autóctonas, en caso de que, vencida la inquina de los sociatas con Córdoba, el chalaneo en el monto de la pastuqui llegara a buen puerto. Como los sociatas son una especie al borde de la extinción, un problema menos (o más, según se mire, claro, porque los que los vienen seguro que los hacen con el tiempo buenérrimos...).

En esta ciudad, como en todas, la cultura está indefectiblemente unida al ladrillo como han demostrado claramente los más oscuros afaires recientes, unos exitosos (C4) y otros frustrados (biblioteca). Es lo que dice mi amigo Luis: la cultura en Córdoba se acaba cuando se acaba la mezcla... y el yeso. La recuperación de edificios antiguos para la Cultura es algo que no se concibe, porque necesita menos ladrillos. Obviaré piadosamente el afaire Palacio de Sur, la maqueta más cara de la historia de la Humanidad, que arrastrarán mientras vivan las fuerzas progresistas cordobesas mientras haya memoria de ellas como una piedra de molino más colgando de su cuellos en el río de la ignominia haciendo compañía a la destrucción de uno de los más importantes complejos arqueológicos tardoantiguos de Europa (Cercadilla) y la complicidad en el robo de la Mezquita (antes mezquita) a la ciudad por parte de la Iglesia Católica. Quien calla otorga, como dice el viejo proverbio pernambuqués.

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